LAS CASAS DE MONEDA  ESPAÑOLAS EN AMÉRICA DEL SUR

 

III.- El siglo de las reformas

 


Fachada de la Casa de Moneda de Lima,  principios del siglo XVIII
Dibujo: Carlos Zeiter Mendiburu

 

Ampliación de la ceca de Lima

 

 

         Con el virrey Gil de Taboada comienzan los reclamos sobre lo reducido que había quedado el espacio destinado a la ceca y el peligro que representaba esta estrechez. La preocupación del virrey fue grande sobre el particular, no solo por ser la fábrica de moneda uno de los establecimientos esenciales por la riqueza que producía para la Real Hacienda, sino más aún por el beneficio público que se derivaba de su labor.

 

         Convencido como estaba el virrey del aumento de la producción de las minas de plata, veía como una necesidad imperiosa que se ampliase la ceca porque era consciente que, tal como estaba, no podría acuñar más de siete millones de pesos al año.  La solución, consideraba Gil de Taboada, consistía en establecer una doble línea de producción que permitiese tener una fabricación fluida cuando al fin del año era necesario hacer los "cortes" o inventarios de la ceca ya que por la situación en que se encontraba la línea de producción, estaban obligados a detener por completo la fabricación para realizar el mencionado inventario. La doble línea de producción sería muy importante además cuando hubiese, como esperaba el virrey, mayor ingreso de pastas a la fábrica, y cuando ocurriese algún desperfecto en una de las líneas.    

 

         Preocupaban también al virrey "los peligros que acechaban" a la casa de moneda, porque ésta  que debía ser "un fuerte ... por los tesoros que encierra", está rodeada de casas de vecindad, de una calle solitaria y de un convento, lo que no le daba ninguna seguridad.  Como si esto fuera poco, la distribución interior, en la que estaban juntos o muy próximos los espacios destinados a fraguas y fundiciones con los pajares y los depósitos de madera, acrecentaban "el riesgo de un incendio voraz" que bien podría destruir en forma irreparable las oficinas con gran perdida tanto para el erario como para el público en general.

 

         A fines del siglo seguía discutiéndose la conveniencia o no de pasar la fielatura a manos de la corona.  El último remate se lo había adjudicado Francisco Moreyra pues "no se presentó otro postor que el mismo anterior" y aunque el virrey pensaba que debía este cargo pasar a las manos de un administrador nombrado por el rey como en México, no duda que el superintendente José de la Riva Agüero podría fácilmente conseguir buenos resultados para el fisco, entiende que en el futuro, a menos que se cambie el sistema de administración de la fielatura, esta continuará en manos del mismo ya que para ejercerlo es necesario contar con grandes fondos y tener mucha pericia.  Recomienda, por lo tanto el astuto Gil de Taboada,  al rey que "señale por límites el precio actual de 29 maravedís por marco de plata" lo cual no era considerado exagerado porque en anterior ocasión había logrado que se bajase a 25 maravedís por marco, y propuso que se establezca ese límite de 29 maravedís, indicando además que en el caso que no hubiese postor por ese monto, la fielatura pasaría a ser servida por administración, con lo cual él o los postores se cuidarían de ofrecer por lo menos la cantidad límite. [1]

 

         Los pronósticos del virrey Gil de Taboada y Lemos sobre el aumento de la producción de la casa de moneda no se cumplieron, y al terminar el siglo, en 1799, la producción de la fábrica había llegado a los seis millones de pesos, aún por debajo de la capacidad establecida por el virrey en la relación de gobierno dejada a su sucesor. [2] 

 

 

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[1].- Ibid. p.261, 262.

[2].- Fisher, John.  Minas y Mineros en el Perú Colonial.  Instituto de Estudios Peruanos (I.E.P.), Lima, 1977.  p.197.