LAS CASAS DE MONEDA  ESPAÑOLAS EN AMÉRICA DEL SUR

 

III.- El siglo de las reformas

 

Las devaluaciones secretas en Bogotá y Popayán

 

 

         Igual que en Lima y Potosí, las nefastas ordenes secretas de Carlos III sobre devaluación de la moneda, llegaron al Nuevo Reino de Granada.  La Real Cédula del 18 de marzo de 1771 fue entregada por el virrey Pedro Mesía de Zerda al Superintendente Miguel de Santistevan. El 20 de diciembre se tomo conocimiento en Bogotá de otra Cédula Secreta fechada diez días después de la anterior que cambiaba la ley de las monedas de oro de 0.916 milésimos a 0.875 milésimos o lo que lo mismo de 22 quilates a 21 quilates 2 1/2 granos. Afirma Barriga Villalba que en Bogotá y Popayán el cumplimiento de las órdenes secretas fue muy complicado porque era difícil mantener el sigilo con el Tribunal de Cuentas, lo que se agravaba por no haber ningún reglamento sobre la forma en que se pudiesen las cuentas de utilidades y menos aún una manera legal de controlarlas o cerrarlas. [1]


         El virrey, hombre inteligente y cuidadoso, supo salir del trance de la mejor forma posible.  Para evitar los problemas con el Tribunal de Cuentas, hizo partícipes de la orden real a sus cuatro contadores mayores; para superar el asunto de las cuentas, las puso en manos de un Comisionado Regio bajo el nombre de "Ramo Extraordinario". Finalmente, para asegurar la reserva en las fábricas de moneda, preparó un juramento solemne que tomaba periódicamente a todos los funcionarios que debían intervenir.  No conocemos de juramentos similares en las otras cecas del continente por lo que consideramos de interés transcribir integro el que corresponde a la posterior devaluación de 1786 de la que trataremos más adelante:

 

"Jura V.S. a Dios y al Rey observar fiel y rigurosamente quanto Su Mag. se digna mandarle por su Real Orden de 25 de febrero de 1786 fecha en El Pardo que acaba de leer V.S. guardando especialmente el más inviolable sigilo ahora y siempre con arreglo a lo dispuesto por Su Mag. en la materia, baxo las penas y responsabilidades que exije por la falta más mínima que se experimente en lo tocante a su independencia contra la más puntual practica de la indicada a su Soberana y justificadísima determinación.  A lo que deve responder  "Sí juro" y Su Exa. contestar "Si así lo hiciere V.S. cumplirá con su obligación, y sino, Dios y el Rey se lo demanden." [2]

 

         Luego de veintitrés años de servicio como Superintendente de la ceca de Santa Fe, Miguel de Santistevan fue retirado con sueldo completo y en su lugar se nombró el 14 de diciembre de 1775 a Juan Martín de Sarratea y Goyeneche. Las operaciones de la ceca bogotana siguieron desenvolviéndose en forma normal hasta que en 1786 la nueva Real Cédula de devaluación secreta del oro dada el 25 de febrero de ese mismo año en El Pardo, redujo la ley en dos granos, es decir de los 21 quilates 2 1/2 granos a  21 quilates justos o 0.875 milésimos.

 

         Como hemos visto al tratar de las devaluaciones secretas  en Lima y Potosí, las bajas de ley fueron prontamente detectadas en los países que comerciaban con España.  Una vez descubierto el engaño los afectados hicieron rápidamente las adecuaciones a la paridad, con el perjuicio de los mercaderes americanos y desprestigio de las autoridades españolas.  La tozudez de las autoridades peninsulares, sin embargo, llegó a su extremo en un caso curioso e inexplicable que se dio en el Nuevo Reino. En 1787 llegó una Real Cédula muy reservada a Santa Fe de Bogotá en la cual se culpaba con palabras muy duras a los ensayadores de su ceca por no haber cumplido la ley de las monedas. Para las autoridades locales involucradas, comenzando por el virrey, era obvio lo que ocurría y sin embargo no podían, por sus juramentos, hacer una defensa abierta del caso.

 

         Otra medida para reducir costos y aumentar ganancias en la ceca fue la propuesta Francisco Fernández de Molinillo de la ceca de Madrid que consistía en reemplazar la plata de la aleación de las monedas de oro por cobre. Este cambio daba al oro un tono rojizo que causaba su rechazo.

 

         También se ordenó la reducción de sueldos y una racionalización de los empleos de las cecas, a lo que contestó el superintendente de la ceca bogotana Juan Martín de Sarratea y Goyeneche al virrey el 6 de setiembre de 1776:

 

"…juzgo en justicia que en el estado presente no hay motivo para zersenar estos salarios ni reformar la precisión estable de los dependientes de esta Casa de Moneda." [3] 

 

         Era cierto, sin embargo, que desde el establecimiento de la ceca en Popayán, la fábrica de Bogotá  recibía menos oros para labrar.  Hubo recomendaciones para que se dejase operando solamente a la de Popayán, y por el contrario otros, incluyendo a los virreyes, opinaban a favor de que quedase la ceca santafereña y se cerrase la de Popayán. Sarratea y Goyeneche para demostrar al virrey el desmedro sufrido por la fábrica bajo su cargo desde el establecimiento de la de Popayán  hizo un estudio sacando promedios de la producción anual de la ceca antes y después del establecimiento de la segunda.  El resultado numérico era contundente.  El promedio de tres años acuñando sola comparado al promedio de cinco años desde el establecimiento de la fábrica payanesa mostraba una reducción a menos de la cuarta parte. [4] 

 

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[1].- Barriga Villalba, A.M. ob. cit. p.45.

[2].- Reales Cédulas secretas y documentos anexos.  Archivo Colonial. Vol. VIII B. Bogotá. trascrito de la cita hecha por A.M. Barriga Villalba. Ob. cit. Tomo II. p.45.

[3].- Archivo Colonial (Bogotá): Libro 9° de Contaduría. p.88. 1774.  Citado por A.M. Barriga Villalba. ob. cit. tomo. II. p.91.

[4].- Ibid. p.79v.  citada en p. 93.