Bibliografía.
Rasgos psicológicos dominantes en el mexicano
Sumario: 1.Rasgos primordialles del mexicano de nuestros días.
2. Perfíl psicológico del mexicano. 3. Significación
y sentido de la impasibilidad del mexicano. 4. Soledad anonadante y soledad
salvadora. 5. El resentimiento del mexicano -Descripción y Catarsis.
6. De lo negativo y de lo positivo en el mexicano. 7. Descripciones simplificadoras
del mexicano. 8. Significación y sentido del relajo. 9. Miedo y angustia
en el mexicano. 10. El miedo del mexicano ante la arbitrariedad y la incertidumbre.
11. ¿Qué hay en el fondo del "machismo" mexicano?
12. Modo de ser de las mexicanas. 13. Radiografía de a vida mexicana.
14. Antropología de la pobreza mexicana. 15. Defectos y cualidades
del mexicano 16. Expresividad y emotividad del mexicano. 17. Inseguridad
y disimulo del mexicano. 18. El mexicano como ser enmáscarado. 19.
Los mexicanos no son inferiores ni se sienten inferiores.
1. Rasgos primordiales del mexicano en nuestros días
Al intentar explicarnos algunos de los rasgos primordiales del mexicano de nuestros días, sentimos gravitar sobre nosotros todo el peso de nuestra historia.
Una repercusión prolongada de las emociones, en especial de las que son penosas, es uno de los rasgos dominantes en el mexicano. Esta prolongada repercusión de las emociones, las muestra en sus conversaciones, en sus acciones, en sus canciones y en sus refranes. La compasión y la crueldad oscilan, con especial intensidad, en la vida del mexicano. Como vive a flor de piel, todo lo toma ''a pecho". Es posible que, para extranjeros, las cosas que el mexicano tome "a pecho" sean simples bagatelas. De ahí la incomprensión, en el trato, de nuestro modo de ser. Pero de pronto los extranjeros advierten que somos capaces de una vibración y de un calor humano que irradian un encanto inigualado. Por eso México se ha convertido en el país ideal para las olimpiadas y los campeonatos mundiales de futbol.
EI mexicano suele ir hacia el extremo límite de todos sus sentimientos, con una seriedad afectiva total, sin las gesticulaciones del italiano o del frances. Puede apasionarse por cualquier cosa, de modo súbito e insospechado. Se enciende como un cohete y su intensidad emotiva sube hacia lo alto por largo tiempo. Por un solo minuto de fervor o de
menosprecio, queda irémulo de gratitud o herido y blindado en su rencor. Digamoslo sin reticencias: el mexicano es ilimitadamente vulnerable¿
¿Por qué vive ansioso el mexicano? Porque es un hipersensible, porque sufre una angustia secreta que roe su aprensivo corazón y lo repliega sobre sí mismo. Como se haya situado en ese mar de incertidumbre que es México, y sitiado por el riesgo de amenazas que no logra localizar, se abisma en la inseguridad al experimentar vivamente su contingencia, y se pone una máscara,de indiferencia, de impasibilidad, de "importa madrismo", si queremos utilizar la expresión popular. Es una disfrazada congoja que reaparece bajo cien más caras diversas.
La pobreza, la enfermedad, el desempleo, la corrupción, la deuda externa son los peligros reales que generan una natural intranquilidad. Pero en vez de combatir los peligros reales; el mexicano adelanta su congoja, se autotortura y refleja sobre la circunstancia del desasosiego. Ve precipitarse sobre México los mismos fantasmas que ha forjado su inseguridad paroxística. Presentimientos, turbaciones y fobias le agobian. Afligido y desconcertado, busca una nueva guía de perplejos, cuando no se sabe refugiar en su religión, y se mantiene, entretanto, en su estado dubitativo, irresoluto, sugestionable, introspectivo. Yo diría que el mexicano medio es un introspectivo emotivo, escrupuloso, obseso con frecuencia. Lo maravilloso es que su estoicismo, su capacidad de sufrimiento, le impida agotarse en ese combate desigual y abrumador contra gigantes desconocidos. Como el universo de Kafka, el mundo del mexicano es impreciso, ambiguo. Pero ante esa especie de ilimitación hostil el mexicano está dispuesto a no sucumbir. El pavor supremo de su espíritu, y la turbación elemental de su carne, en terrible amalgama, es la prueba más tremenda a que puedan ser sometidas las fuerzas del hombre. Y el mexicano pasa la prueba, la resiste siempre y, a veces, la vence. No encuentro más que una sola explicación para superar esta prueba acuciante, cruel, despiadada: nuestro estoicismo cristiano.
Según los estoicos, el sabio es el hombre virtuoso y el virtuoso es el hombre feliz. Nada hay bueno sino la virtud; nada malo sino el vicio.El sabio de los estoicos es un hombre impasible, a quien nada puede perturbar . Nada desea porque nada le falta; nada teme porque nada puede perder. Si la familia perece, los amigos mueren, la patria se desquicia y el mundo se desploma, el sabio está sereno porque se amolda enteramente al destino, la resistencia es inútil; los hados que guían al que quiere, al que no quiere lo arrastran. Hay que hacer del hombre una roca que resista a todos los embates del agua. Es preciso disminuir las necesidades despojarse de las pasiones para lograr imperturbabilidad("apatía" o "atarxía"). Ha alcanzado celebridad el tema de los estoicos "sustine et abstine", es decir, soporta y renuncia. En ocasiones, los bienes de la vida pueden ser deseables y apetecibles; pero sólo la virtud tiene auténtico valor y merece verdaderamente la consideración. En la razón recta, esto es, en la conformidad racional con el orden de las cosas, estriba la virtud. La ética estoica postula la vida racional, porque racional es el hombre. Entre el estoicismo fundado por Zenón de Citio y el estoicismo mexicano está de por medio el cristianismo. Los estoicos confundían a Dios con el mundo. La sustancia divina se identificaba con la naturaleza interna. Eran fatalistas (el destino de cada hombre estaba encadenado inexorablemente) y cosmopolitas (la ciudad y el país eran considerados como convención, nomos, en oposición a la naturaltza que era la comunidad humana). El mexicano no confunde a Dios con el mundo, ni identifica la sustancia divina con la naturaleza interna. Tampoco se siente encadenado por el hado, porque conoce la doctrina de la Providencia. En el Plan y Gobierno de la Divina Providencia hay un cierto sitio para la contingencia y la libertad humana. El mexicano no profesa el deslavado cosmopolitismo estoico porque tiene la convicción de que pertenecer a la especie humana y al mundo, no justifica un único que hacer en común. No cabe confundir el cosmopolitismo de cínicos y estoicos, sin verdadera base que lo sustente, con la fraternidad cristiana que une a los hombres es una hermandad, porque todos son hijos de Dios. Pero esta fraternidad cristiana no impide al mexicano sentir, muy a lo vivo, amor por su patria y por su ciudad, pueblo o ranchería. Leyendo las obras de Séneca, el cordobés maestro de Nerón, se siente el gran latido cordial de la raza ibérica, se intuye el parentesco espiritual con los antiguos mexicanos y se entrevé el maritirial poder de sufrimiento de nuestros cristeros. Es el estoicismo-antójasenos decir-como un cristianismo al que le faltó el bautizo. En México se ha operado este bautizo, por eso hablamos del estoicismo cristiano del mexicano.
La inconstancia del humor, la inestabilidad del talante es máxima en los emotivos inactivos. Hay temor a lo desconocido y a las decisiones exigidas por la incesante adaptación a una vida incierta y riesgosa, pero este temor está dominado por el estoicismo cristiano. El mexicano actúa por un sentimiento vivo; extinguido este ardor, su acción se agota y se desploma por sí misma. México ha producido un buen número de héroes, pero pocos hombres de acción constante. En su impulsividad suele haber una generosidad irreflexiva, arrebatos del corazón, extenuación del sentimiento. La disposición atrevida de su ímpetu lo arrastra a la pasión por el juego, al que se entrega con imprudente temeridad, en las peleas de gallos y en las carreras de caballos. Diríase que está listo para arriesgarlo todo, hasta su vida. Pero muestra cierta incapacidad de sacrificar lo más cercano a lo más remoto. De ahí nuestro bajo coeficiente de puntualidad. Rara vez abandonará una hora placentera, un amigo interesante o un trabajo que lo entusiasma, por el deber abstracto de ser puntual en una cita. Por eso hablamos irónicamente de "hora mexicana"-con invariable retardo- y "hora inglesa".
Aunque el mexicano es sumamente cortés-cortesía suave, pulimentada casi oriental- no puede contener por entero al fuego, que arde en él. Impaciente ante el obstáculo de la circunstancia y la contradicción verbal, pronto a la injuria y prolongado en el rencor; propenso a cóleras breves y virulentas a gestos atropellados e impetuosos, a risas nerviosas y sarcásticas y al fanatismo político, cuando logra sacudir su apatía. En el registro de la hipérbole y de la explosión, el mexicano dispone de un nutrido repertorio. La educación modera los raptos de frenesí, pero no suprime alguna válvula de escape.
El mexicano es especialmente sensible a la presencia de los extraños. Susceptible a toda incitación, expuesto ante la mirada de los otros, tiene un agudo sentido del ridículo y se integra en el gran contingente de los tímidos. Busca calor cordial con los circunstantes, comunión y entre fácilmente en ella, porque no le gusta la soledad. Por eso,abunda el compadrazgo y el comadreo. El compadre y la comadre son vínculo de cohesión, medio de identificación colectiva. Gusta seducir a los que se encuentran en acorde consonante con su cosmovisón, mientras desecha sutil, o enérgicamente, a quienes muestran una disonancia aunque tal vez sea accidental.
Entre su generosidad innata y su egocentrismo hiperemotivo se establece
una tensión sincidética, bipolar, contrapuntual. Se entrega
con vehemencia, se ofusca en su pasión, exagera y miente en la estrechez
emocional del campo de su conciencia. Por ser sensible, es artista, facedor
de realidades más expresivas más conmovedoras o engalanadas.
Una vez expuestos los rasgos primordiales del mexicano de nuestros días,
es hora de trazar el perfíl psicológico del mexicano para
proseguir con el análisis de sus rasgos dominantes: I ) impasibilidad
(estoicismo cristiano); 2) soledad salvadora; 3) descripción y catarsis
del resentimiento; 4) de lo negativo y de lo positivo en el mexicano; 5)
descripciones simplificadoras del mexicano; 6) significación y sentido
del relajo; 7) el miedo y angustia en el mexicano; 8) el miedo del mexicano
ante la arbitrariedad y la incertidumbre; 9) el fondo del machismo mexicano;
10) el modo de ser de las mexicanas; 11 ) radiografía de la vida
mexicana; 12) antropología de nuestra pobreza; 13) defectos y cualidades
del mexicano 14) expresividad y emotividad del mexicano; 15) inseguridad
y disimulo del mexicano; 16) el mexicano como ser enmáscarado; 17)
los mexicanos no son inferiores ni se sienten inferiores.
2. Perfil psicológico del mexicano
La emotividad no eroga al mexicano ningún empobrecimiento intelectual. Los tontos no suelen ser hiperemotivos. Las trabas emocionales a la actividad del espíritu son secundarias y no resultan insuperables.
Cierto que las conmociones sentimentales reiteradas pueden disgregar con sus embates a las síntesis mentales a la objetividad a la atención concentrada. El mexicano abandona completamente lo que no le interesa-las matemáticas o la observación científica por ejemplo-y considera con displicencia los aspectos que le son indiferentes o de. sagradables. Pero cuando logra romper el bloqueo mental, puede resultar un diestro matemático o un profundo filósofo. Son notables las dotes del mexicano para la inteligencia intuitiva y la imaginación concreta. En todas aquellas operaciones que existe más penetración que amplitud, el mexicano destaca sobre los demás. Las resonancias de su choque afectivo son propicias a la vida artística y a la tragedia. El gusto por el sabor vivo de las palabras-abundan los mexicanismos-y por los modos afectivos de expresión capacita a los mexicanos para el estudio de las lenguas. Muestran mayor facilidad para el aprendizaje de los idiomas, que los norteamericanos, los franceses, los españoles o los ingleses.
La fantasía del mexicano es riesgosa para los negocios, pero exitosa para las tareas mecánicas. Abundan, entre nosotros, los buenos mecánicos empíricos. Y cuando la necesidad apremia surge un invento genial, que luego deja sin perfeccionar y sin patentizar. La televisión a colores, por ejemplo, fue invento de un mexicano, aunque el mundo lo ignore.
La vieja norma de la sensatez debe ser impuesta, desde hoy temprano, en este pueblo emotivo. De otra suerte caeremos en la tiranía de la enervación, en la inconstancia y en la susceptibilidad exagerada. Cuando la educación no robustezca al escepticismo, surgirán en México las cualidades más aptas para abrir el corazón a la caridad.
Las ramas maestras del árbol caracterológico mexicano se insertan en la raíz emotiva. La contemplación hace refluir a la emoción sobre sí misma. La religiosidad y el fervor estético son propios del emotivo contemplativo. Y cuando la pasión -forma superior de la emotividad- se apodera del mexicano, le transforma en una personalidad poderosa cuyas fuerzas están dirigidas hacia un amplio desideratum, equilibrándose entre la intensidad de la vida interior y la energía de realización, como en el caso de José Vasconcelos o en el de José Clemente Orozco.
La realidad, la cruda realidad cerca de frente al mexicano, por el mensaje del hospital, de la cárcel, de la falta de alimentos, del atropello del cacique... Su "función de objetivación" es primitiva. Se adapta y se sitúa, pero guarda una distancia indispensable, con respecto al entorno, para no dispersarse en la misma vastedad expansiva. Su instinto de exteriorización-hablo del mestizo y no del indio puro- es débil. Propende al disimulo y se encierra en el caparazón de sus cavilaciones interiores. Es muy dificil la lectura de los sentimientos reales del mexicano. En su mirada taciturna puede arder una llama de un fuego interior que le consume sin exteriorizarse. Desde niño aprende a refrenar sus sentimientos ¡los hombres no lloran!, le dice, en tono severo el padre. Como buen introvertido, el mexicano lleva la marca del predominio de la vida subjetiva. Encarcela a su emoción, y ahí en el cautiverio, la discurre, la saborea, la recapitula la matiza y la madura. Nada se trasluce por el momento. Pero la tensión inestable puede estallar en el momento en que menos se piensa. Caracter meditativo, reservado, vacilante no se entrega fácilmente a los abandonos espontáneos al examen de los otros. Su acción se contiene por cierto temor a los objetos. Su observación desafiante le retrae y le demora. Gestos quebrados, bruscos, refrenados, con un coeficiente de ironía dejan ver su timidez y su introversión. Confía en sí mismo, pero es irresoluto en la acción. Posee mayor comprensión y hondura intelectual que el extrovertido, pero menor capacidad de adaptación y de modificación a las circunstancias. Cuando abre el cerrojo a su soledad puede tomarse, cáustico y amargo, rígido y porfiado. Enfrascado en sí mismo, es natural que tienda al secreto y al aislamiento. Se forma ilusiones porque el mundo exterior lo conforma -o lo deforma-a la medida de sus deseos. Propios y extraños se dan cuenta de que su cólera agresiva y vengadora estalla periódicamente al menor pretexto inmediato. Intuitivo, soñador, artista, el mexicano tiene una fina disposición para el sentido de lo íntimo. Su sentimiento profundo de inseguridad se traduce en timidez. El poder de decisión se ve menguado por interminables cavilaciones.
El exceso de emotividad del mexicano se siente vulnerado por la menor imposición del mundo, de su dolorosa sensibilidad provienen sus crispaciones herméticas y sus quiméricos ensueños compensatorios. Pero hay también -cosa en extremo valiosa-un alto grado de preservación interior, de defensa de su dignidad de persona. de su resistencia a cosificarse y alinearse.
Aunque el mexicano sea preponderantemente introvertido, no puede desembarazarse por completo de la tendencia extraversiva que refrena. Las imperiosas tendencias expresivas se descargan extraversivamente.
Después del análisis caracterológico es preciso
reaccionar contra el peligro, de la introversión excesiva que amenaza
con hipertrofiarse en delectación egotista, en estériles ensueños
y en voluptuosidades complicadas. El valor del ahinco intelectual y volitivo,
la lucha contra el obstáculo, es lucha por la realidad. Y esa lucha
por la realidad no debe faltar nunca en el mexicano, aunque sea emotivo
e introvertido. Los refugios imaginarios, los universos de deserción,
el bovarismo, las fábulas de la frustración y la mentira mitomaniaca
son tentaciones permanentes que el mexicano debe superar en la disciplina
de lo concreto, en la educación motora, en la formación social
y en la imaginación artística. Lo real y lo imaginario colaboran
en la percepción misma de México. El principio de la edificación
interior del mexicano consiste en reconocer las propias tareas y deficiencias,
tratar de vencerlas y emprender la ardua y fervorosa labor de ser nosotros
mismos, en lo que tenemos de mejor, confiados en la capacidad de perfeccionamiento
y en la valiosa porción de dotes que el pueblo mexicano ha mostrado,
como constantes, a lo largo de su historia. Nuestro paso por la tierra,
como mexicanos, requiere probidad, respeto de sí mismo, fidelidad
al estilo y lealtad a la vocación individual y colectiva.
3. Significación y sentido de la impasibilidad del mexicano
La actitud impasible del mexicano no es un mero escondite tras la muralla de la careta. No se trata de un refugio en el gesto inauténtico o de una constante fuga hacia la región hermética del silencio. Esa actitud impasible es, inequívocamente, una actitud estoica. No es que el mexicano se haya escondido durante años bajo una máscara que va a arrojar por la borda en el día de fiesta. Se trata de un soportar la adversidad y de un renunciar a una vida cómoda y blandengue. Si alguna vez desgarra su intimidad vociferando, bebiendo hasta la ebriedad o matando en riña, es porque lleva una carga de vejaciones, de sufrimientos y de frustraciones. Es posible que quiere esconder, como cualquier ser humano, su soledad más auténtica. Seguramente gusta de "rodeos" para ser menos vulnerable y para saber a que atenerse. De ahí su hablar -en no pocas ocasiones- "cantinflesco."
Si el mexicano ama las fiestas, como acaso ningún otro pueblo en el mundo, es porque en el fondo la soledad no le hace feliz. Yo diría que sufre la soledad para evitar la vejación mayor y para no perder su autenticidad. Nuestro calendario está poblado de fiestas y nuestros pueblos practican, exuberantemente, el arte de la cohetería. Pero, dejémonos de cuentos, "no se mata en honor de la Virgen de Guadalupe o del General Zaragoza". Las fiestas son el único desahogo del mexicano. Y desahogarse no constituye un lujo. Abrirse al exterior, deslizarse alegremente en bailes, arrojar petardos, tirar balazos al aire y beber desorbitadamente son hechos que acusan una carga emocional que difícilmente se puede contener siempre. ¿Es México un país triste? Tristes fueron los aztecas que vivían apesadumbrados por la fatalidad de ser el pueblo del quinto sol. Pero los aztecas no constituyen el pueblo mexicano. El México mestizo de nuestros días es un México en el que prepondera el color, la alegría de la fiestas, el goce de una naturaleza que se adentra en las casas y en el alma de nuestro pueblo humilde. Claro está que no deja de haber lamento ante la desgracia, sufrimiento ante la enfermedad y espera de la muerte. ¿Quién puede escapar a estas situaciones-límite? Nuestras calaveras risueñas, festivas, bullangueras acusan un amor por la vida y un humor de la muerte que no encontramos en otra parte del planeta. ¿Quién dio a la muerte mayor brillo pictórico que José Guadalupe Posada? Y Posada no podría haber sido frances o norteamericano, es un pintor medularmente mexicano. Pintor que se adentra en el alma de su pueblo para hablar, con los pinceles, por el hombre común y corriente y el pueblo de México se reconoce en ese espejo y goza -a su manera- mirándose irónicamente en sus calaveras de dulce. No es verdad que para el mexicano moderno la muerte carezca de significación. Tampoco es cierto que la indiferencia del mexicano ante la muerte se nutra de su indiferencia ante la vida. El mexicano, como creyente, postula la trascendencia del morir. Su contacto directo, con la enfermedad, con el hospital, con la cárcel, con las arbitrariedades del cacique, le hacen considerar a esta vida como una menos-vida y le mueven a la espera de una verdadera vida que por nacimiento humano no posee.
Eso es todo. Canciones, reifranes, dichos, dicharachos, fiestas, ponen de manifiesto que el mexicano está curado de espanto no se quema los labios al pronunciar la palabra muerte. Al final de cuentas no está la soledad, sino la esperanza, la esperanza en una vida ultra-terrena. La esperanza en una justicia perfecta que no ha visto en su paso por su tierra, la esperanza en una misericordia que le acoja para siempre. Por la esperanza, el mexicano trasciende su soledad y vive en invisible comunión. Solamente un pueblo ateo se encierra en una soledad intrascendente, sin referencias a una allendidad redentora. Quizás el mexicano no oscile entre la entrega o la reserva, entre el grito o el silencio, entre la fiesta o el velorio, pero eso no significa que no se entregue cuando ama y que no sepa ser amigo. La impasibilidad del mexicano tiene un sentido final trascendente, más allá de la máscara y del fracaso intramundano. La impasibilidad del mexicano no está cerrada al mundo, pero le sirve de escudo. No nacemos condenados a una soledad que nos hace vivir nuestra propia muerte, sino avocados a una compañía que pregustamos en nuestro estado de itinerantes. La impasibilidad del mexicano es su defensa ante un mundo hostil. Esa impasibilidad aparece hermética insondeable, pero siempre es provisoria. Cuando encuentra la ocasión el hombre de la calle cuenta sus cuitas al amigo íntimo y va a la iglesia a pedir lo que está más allá de sus fuerzas. No creo que el mexicano se desgarre cada vez que intenta abrirse, aunque en algunos casos -como en cualquier otra latitud- así suceda. A veces no se atreve a ser lo que es por el temor al ridículo, por la inseguridad ante una circunstancia que no domina, y entonces se evade de la realidad, pronuncia maldiciones, y acaso lance un grito de guerra. La exuberancia de las palabras malditas en México es verdaderamente notable. Y todo ese léxico y todo ese colorido de fiestas y de cultos a los santos patronos, y toda esa sensibilidad ante la vida y ante la muerte se asume con una personalidad diferente, que no es indígena ni española, sino mestiza. El español no sólo vino a explotar y a robar la cartera del indigena, sino a dejar su sangre y su vida, a legarnos religión católica, lengua castellana, cultura hispánica, injertada en tierras del antiguo México. Color, sabor, porte, estilo con algo que se fragua en la historia y se define día a día. Desertamos de las leyes naturales, porque somos animales culturales, pero traemos en nuestro ser el grito de la sangre y el grito de la tierra.
La sed de comunión del mexicano está más allá del aplauso. Su necesidad de estar solo surge de su intimidad inefable, dolida y creadora. Su lenguaje materno proviene de la historia y del terruño. Porque hay entre nosotros una entonación, unos modismos, una fonética y una sintaxis que no son idénticas a las de España o Argentina.
Nuesttos abuelos y nuestros bisabuelos nos han legado las raíces de nuestra lengua materna, de nuestro tipismo, de nuestros refranes. . . Nuestra conducta social discurre sobre la trama de un lenguaje, de una geografía, de una raza y de una história.
Donde hay adversidad en nuestro México, ahí se fraguará una impasibilidad mexicana. Fragua lenta, inocultable, irreversible, vigente.
El mexicano vive instalado sobre una plataforma de sus creencias religiosas
que no son meros automatismos. Todo lo que ha sido México en la historia
está presente, de alguna manera, en el México actual. Cuando
hemos vencido la adversidad descansamos. Pero el descanso es sólo
paréntesis y punto de partida para enfrentarse a una nueva adversidad.
Y vuelve la actitud impasible que es la cara externa del estoicismo interior
del mexicano. Estamos marcados de tonalidad, estilo, prosapia, color, y
sabor hispano-indígena. Portamos nuestro pasado-pirámides,
virreyes, criollismo, mestizaje, Independencia, Revolución-pero no
en soledad, sino en comunión manifiesta o secreta. El estoicismo
cristiano, cristalizado en actitud impasible, es una invariante de la mexicanidad
en la historin.
4. Soledad anonadante y soledad salvadora
Si el mexicano es-como asegura Octavio Paz-un solitario, ¿por qué ama las fiestas, los compadrazgos y las reuniones públicas? El misántropo solitario rehuye las compañías. Para el mexicano-y el propio Paz lo reconoce- "todo es ocasión para reunirse". Si somos un pueblo ritual, sensible y despierto, no podemos ser un pueblo de solitarios. La soledad de un poeta no configura la soledad de un pueblo. Observamos nuestras fiestas civiles y nuestras fiestas religiosas. Danzas, ceremonias, fuegos de artificio, trajes insólitos de colores violentos-para que se vean, plazas y mercados pletóricos de compradores y de simples paseantes, calendario pablado de días de asueto para celeblar una victoria militar, el día del trabajo, la Virgen de Guadalupe o la Constitución de 1917. Celebramos en nuestras ciudades y pueblos, con unión y periodicidad el día del santo patrón. Los barrios se engalanan con sus festejos religiosos y las ferias dejan oir mariachis, cohetes, silbidos, canciones rancheras y balazos al aire. Si México fuese un país de solitarios. México no estaría en fiesta permanente.
Yo diría que derrochamos energías en saraos y convivios. Somos ricos en compadres y comadres. Exhibimos abundancia de sociabilidad, porque somos homhres de ágora y no de reclusión solitaria. Decir que "la Fiesta es un regreso a un estado remoto e indiferenciado, prenatal o presocial", como lo dice Octavio Paz, es caer en típica afirmación gratuita [87] En la fiesta late un anhelo de convivencia, de comunión -lógrese o no, realícese de manera satistactoria o de modo insatisfactorio-, pero nunca un anhelo de regresar a un estado prenatal o presocial. Nuestro país puede ser, en algunos aspectos, un país triste -aunque "tenga tantas y tan alegres fiestas"-pero nunca un país de personas nihilistas que buscan el "regreso a un estado remoto e indiferenciado prenatal o presocial". Nuestros impulsos sin salida, cuando no se liberan momentáneamente por las fiestas, se subliman por vía religiosa.
Salir de sí, soprepararse, no se logra por caminos de jolgorios, de estallidos, de explosiones fiesteras, sino por el camino del servicio diario y humilde al prójimo. El hombre está hecho para ser superado, pero no por el superhombre que soñó Federico Nietzche, sino por el amor ofrenda. El mexicano al abrirse, no siempre se desgarra. El canto, el amor y la amistad no pueden reducirse a simple alarido y desgarradura. No es cierto que tengamos cerradas las vías de la comunicación con el mundo. Podemos conocer el aullido, la canción, el delirio y el monólogo, pero sabemos también escuchar y dialogar. El mexicano, cuando está bien dispuesto, es uno de los tipos humanos con mayor capacidad de empatía, de introyección. Nuestras confidencias encuentran, a menudo, un espíritu de finura que las comprenda, las valore y las encause. No necesitamos romper con nosotros mismos para expresarnos, sólo requerimos ser sinceros. La fiesta, el juego, la parranda pueden abrir el pecho del mexicano y mostrar dramas terribles de su intimidad. El mexicano no suele ser franco por inseguro, pero su sinceridad puede llegar a extremos que sorprenderían a un europeo o a un norteamericano. Nos calamos una máscara de impasibilidad o nos desnudamos en forma explosiva, casi suicida. Pueden venir eras de silencio, de sequía y de piedra; pero no vacío de la imagen, del yo para convertirse en espera de nada.
Octavio Paz -enorme poeta pero mero dilettante en materia de filosofía-
siente su soledad de poeta y se la transfiere, se la adjudica a todo el
pueblo mexicano o, si se prefiere, al mexicano tipo, al mexicano medio.
Siente su soledad en diversas formas:
1. Soledad como condena: "Luego de haberme juzgado y haberme sentenciado a perpetua espera y a soledad perpetua, oí contra las piedras de mi calabozo de silogismos la embestida húmeda, tierna, insistente, de la primavera".[88]
2. Soledad como presencia vacía: "Tu intolerable presencia se parece a lo que llaman el 'vacío de la ausencia'. ¡El vacío de tu presencia, tu presencia vacía! Nunca te veo, ni te siento, ni te oigo".[89]
3. Soledad como nostalgia de lo absoluto: "Si alguna vez acabo de caer, allá del otro lado del caer, quizá me asome a la vida. A la verdadera vida, a la que no es noche ni día, ni tiempo ni destiempo, ni quietud ni movimiento, a la vida hirviente de vida, a la vivacidad pura. Pero acaso todo esto no sea sino una vieja manera de llamar a la muerte".[90]
4. Soledad como expulsión del mundo de los hombres: "Me sentí solo, expulsado del mundo de los hombres. A la rabia sucedio la verguenza".[91]
5. Soledad regocijante: "Todos huyen, bajo el árbol del alba, todavía goteando sombra, aprietas los puños y escupes; con rabia. Pero, oh solitario, ¡regocíjate! En tus manos desnudas brillan unos cuantos fragmentos ardientes: los restos de una noche combatida, amada recorrida".[92]
6. Soledad autodevorante: "No hay nadie arriba, ni abajo; no hay
nadie detrás de la puerta, ni en el cuarto vecino, ni afuera de la
casa. No hay nadie, nunca ha habido nadie, nunca habrá nadie. No
hay yo. Y el otro, el que me piensa, no me piensa esta noche... Me poseo
en mi mismo como un reptil entre piedras rotas, mesa de escombros y ladrillos
sin historia".[93]
Tras las vivencias del poeta solitario y agnóstico, que me he dado a la tarea de ordenar y clasificar, viene el intento de teorizar en "El laberinto, de la soledad". Parte de su mismidad. Pero, ¿qué entiende por mismidad? "Ser uno mismo es, siempre, llegar a ser ese otro que somos y que llevamos escondido en nuestro interior, más que nada como promesa o posibilidad de ser".[94] Para ser más exactos habría que afirmar que llegamos a ser el que somos desarrollando nuestras virtualidades, sin llegar a ser otro. En la mismidad personal hay unidad y continuidad. Supone Octavio Paz un derrumbe general en donde no parece haber sitio para la fe y para Dios. "No nos queda sino la desnudez o la mentira. . . frente a nosotros no hay nada. Estmos al fin solos. Como todos los hombres. Como ellos vivimos el mundo de la violencia, de la simulación y del 'ninguneo': el de la soledad cerrada, que si nos defiende nos oprime y que al ocultarnos nos desfigura y mutila.[95] Lo más que alcanza a concebir es una soledad abierta en donde nos espera las manos de otros solitarios. Ignora nuestra religación metafísica, como seres fundamentados a un ser fundamental y fundamentante. Desde su perspectiva nihilista, "la sociedad es el fondo último de la condición humana"[96] Se siente a si mismo como carencia de otro, como soledad. Pero si fuera cierto que "la soledad es fondo último de la condición humana". ¿Cómo explica esa nostalgia y esa búsqueda de comunión que advierte el propio Paz? Sólo resta el absurdo. Si "la soledad es una pena, esto es, una condena y una expiación",[97] entonces no es un último dato ontológico del hombre. Porque en la expiación late una promesa de superar el exilio. Falta coherencia.
La soledad de un poeta agnóstico, como Octavio Paz, pretende ser elevada a la categoría de sentimiento religioso "Nuestra soledad -dice- tiene las mismas raices que el sentimiento religioso. Es una orfandad, una oscura conciencia de que hemos sido arracados del Todo y una ardiente búsqueda: una fuga y un regreso, tentativa por restablecer los lazos que unían a la creación". Y páginas, adelante apunta inequívocamente: "El gusto por la autodestrucción no se deriva nada más de tendencias masoquistas, sino tambien de una cierta religiosidad".[98]
La soledad ocupa un lugar destacado entre las experiencias fundamentales no sólo del mexicano sino del hombre de nuestros días. Se anuncia en el aislamiento impresionante o en la inserción en un Estado o sociedad. Octavio Paz no distingue entre la forma impropia de la soledad-aislamienro anonadante- que ha ido corroyendo paulatina y profundamente a algunos hombres de nuestro tiempo; de la forma propia de la soledad que sana al hombre y lo posibilita a llegar a ser el que es, a cumplir su destino. El poeta mexicano se queda en una soledad desfiguradora-por su aislamiento nihilista- sin llegar a tocar siquiera la soledad que le configura un dinamismo ascencional teotrópico.
El pueblo mexicano no está caracterizado por su aislamiento nefasto -herida ulcerada- sino por aquella soledad bendita que se abre ante Quien nos llama.
El camino del aturdimiento no lleva a ninguna parte, substituye lo cualitativo
por lo cuantitativo busca la agitada acción y el incesante movimiento,
se inspira en un miope funcionalismo pragmático. El pueblo mexicano,
en su mayoría, queda distante de este aturdimiento tan común
entre los anglosajones. El mexicano, cuando quiere sabe serlo, reconquista
el grande y verdadero contacto con las potencias portadoras y protectoras
en sabia transformación teotrópica. El camino de la superación
lo emprende por la vía, su vía, del estoicismo cristiano.
Sólo Dios llega a la postrera cámara del mexicano humilde
y católico de nuestro pueblo, a su más propia mismidad. Por
eso encuentra tedio, hastío y repugnancia en lo que no alcance su
más profundo secreto. El Ausente se le comunica al mexicano en la
presencia de sus criaturas. La experiencia de incompletud -experiencia de
soledad provisoria- le conduce al tú humano-que le ofrece una plenitud
parcial- desde esa plenitud parcial se despierta la nostalgia de Dios como
Tu infinito, divino y saciente. Sólo ahí encuentra reposo.
5. El resentimiento del mexicano
No resulta congruente afirmar por una parte que el Indígena acepta la esclavitud impuesta por el conquistador, como fatalidad, y sostener por otra parte que "aprovechará la primera oportunidad que se le presentaba no solo para descargar el odio acumulado, sino para apoderarse- afirma Eduardo Luquín-de lo que necesitaba''.[99] Austicia y falta de escrúpulos por parte de los indígenas contra las vías del progreso y de la mejoría reservadas a los españoles por los propios peninsulares. La importancia de satistacer exigencias en la vida suscita un espíritu rapaz y un desprecio a la propiedad individual. Si la desigualdad que privó en la epoca colonial estaba basada en la injusticia se explica el rechazo de la autoridad cuando se puede, y el disimulo cuando no se puede. Se exagera la expresión de la sumisión por inseguridad, se cae en la adulación que sirve de máscara para esconder la protesta y el resentimiento interior. ¿Que hay debajo de la máscara del adulador? Lo que hay es desprecio al adulado, disimulo de la rabia contenida del impotente. Ha resultado más facil sacudir la dominación española que libramos del hábito del disimulo y del hábito de la adulación.
¿Cuál es la herida por la que resiste el mexicano? ¿Es sanable? ¿Cómo curarla? El mexicano se resiente por el trato diario, por la humillación continua, por la situación injusta. Es dificil desenterarse de una ofensa continua. No se trata de injurias de palabras que se puedan contestar con palabras. Tampoco se trata del perdón de un acto. Tratase de cobrar cuentas pendientes que van aumentando con el tiempo. La Independencia y la Revolución pueden tener aspectos de venganza -sin expilcarse como simple "vendetta" de los explotados-. pero no alcanzan a curar por completo el estado de resentimiento.
El mexicano no se siente inferior a ningún otro pueblo de la Tierra, no tolera que los extranjeros le hagan ver, sus errores y se resiste a reconocer su yerro, porque piensa que sería cobarde si no sostiene su actitud, "chueca" o "derecha". Como vive a flor de piel, llega a las manos por el más insignificante de los motivos. Cuando viajamos a Italia o a Francia nos sorprende ver discusiones acaloradas con un intercambio intenso de insolutos y ademanes pero sin que nadie sufra un solo rasguño. Nuestra excesiva susceptibilidad traduce nuestro talante vengativo. Nos vengamos no por un sentimiento de inferioridad respecto a Europa, como lo pretende Leopoldo Zea en su libro "America como Conciencia", sino porque nos sentimos injuriados constantemente, en nuestra dignidad personal, por los poderosos políticos o por los poderosos patrones. La injuria que genera el resentimiento puede ser real o supuesta. El sentimiento de injusticia -individual o social- hace fermentar la levadura del disgusto de la reprobación y finalmente, del resentimiento. La colonia, el Porfiriato y la posición egemónica del partido en el gobierno producen un resentimiento colectivo y una pasión por la igualdad de oportunidades que no existe aún, después de la Revolución. El disimulo no alcanza siempre a ocultar la rabia recóndita. La adulación no logra siempre convencer al adulado de la sinceridad del adulador. Las injurias las riñas y los motines pueden saltar a la vuelta de esquina. Ante los extranjeros estamos orgullosos de ser mexicanos pero ante nosotros mismos nos autodenigramos sin piedad y sin cuartel. Todo lo mexicano está mal hecho-de puertas adentro-. Y "como México no hay dos" -de puertas afuera.
Al mexicano le gusta su cultura-música. filosofía litetatura, arquitectura, pintura, artesanías- pero no le gusta su vida socio-política. Culpamos a los otros y evitamos confesar nuestra parte de responsabilidad en los desbarajustes nacionales. Desde que se destapó la corrupción, las fieras piden más; se les avienta un pedazo de carne-un corrupto gordo- pero se piden las cabezas mayores. El sistema piensa que ese pedazo de carne aventado a la multitud de fieras alrededor del siniestro banquete calmará el hambre de venganza, pero lo cierto es que la ha acrecentado. El gobierno desconoce el significado del resentimiento colectivo. "El resentimiento-define Max Scheler-es una autointoxicación psíquica con causas y consecuencias bien definidas. Es una actitud psíquica permanente, que surge al reprimir sistemáticamente la descarga de ciertas emociones y afectos, los cuales son en sí normales y pentenecen al fondo de la naturaleza humana; tiene por consecuencias ciertas propensiones permanentes o determinadas clases de engaños valorativos y juicios de valor correspondientes. Las emociones y afectos que debemos considerar en primer término son: el sentimiento y el impulso de venganza, el odio, la maldad, la envidia, la ojeriza, la perfidia.[100]
El mexicano tiene en la venganza su punto de partida. Reacciona tardiamente
ante un ataque o una ofensa. Por de pronto refrena su cólera y furor
y aguarda la ocasión para "cobrársela". "Arrieros
somos y en el camino andamos", dice un refrán popular. "Aguarda
que otra vez será". Ante la imposibilidad de una contrarreacción
inmediata, que sería contraproducente, se queda con su sentimiento
de impotencia, alimentando su rencor y su ojeriza. El resentimiento es propio
de los dominados que cultivan su venenosidad interna, que sepultan en su
interior la repulsión y la hostilidad. La susceptibilidad exagerada
del mexicano provoca su sed de venganza. El orgullo personal aunado a la
posición social inferior son la dinamita psíquica del mexicano
para urdir la explosión de venganza. La igualdad ante la ley proclamada
por la Constitución de 1917, coexiste con diferencias notabilísimas
en el poder efectivo de los grupos, en la riqueza de unos cuantos, en la
educación de los menos. En los discursos políticos y en los
textos legales se le dice al mexicano que tiene "derecho" a compararse
con cualquiera. Pero el mexicano medio, el mexicano común y corriente
sabe que no puede compararse de hecho, que la estructura social está
en su contra. La crítica a "sotto voce" es como una compensación
por la falta de consideración social. La crítica resentida
se queda en la mera denigración, sin desear seriamente poner remedio
al mal. La envidia es una consecuencia del fracaso de apoderarse del bien
ajeno-cualquiera que sea-con la consiguiente tristeza del bien poseido por
el otro. Los mejor dotados provocan la envidia resentida de las masas. La
desvalorización ilusoria, la falsificación de la imagen del
envidiado y la calumnia no restauran la salud psíquica del resentido.
Solo queda un camino para la restauración moral del resentido: aceptarse
como es, humildemente; percatarse de que su yo le viene dado de lo alto,
como dádiva de amor, y que su misión en la tierra es irremplazable.
Scheler, en su magistral libro sobre "El resentimiento en la moral",
se quedó en pura descripción fenomenológica del resentimiento
sin ofrecemos la catarsis, el remedio, la terapia. Es lo que echo de menos
en el lúcido, genial estudio de este filósofo alemán
que pasó su vida,-relativamente corta-"ebrio de ideas".
He querido aplicar sus ideas-directrices al mexicano, completandolas con
la aceptación veraz del ser del mexicano cara a su plenitud, con
la voluntad de perfección dentro de la mismidad personal, con la
misión irremplazable en la existencia dentro del marco de la estructura
vocacional de la vida de cada mexicano. A la luz de estas ideas, se desvanece
el resentimiento como una sinrazón metafísiea y como un repugnante
vicio moral. Hay en nuestro pueblo suficiente nobleza adormecida; una fina
dosis de porosidad intelectual; una capacidad innata para la amistad; una
finura, gracia, armonía y claridad que pueden ser el mejor antidoto-si
sabemos promoverlas-para ponerle sitio-desde la fortaleza de nuestra formación
cristiana-al resentimiento individual y colectivo. No basta conocer el resentimiento;
es preciso superarlo.
6. De lo negativo y de lo positivo en el mexicano
Aduladores los hay en todas partes del mundo, pero solo en México se les conoce con el nombre de "lambiscones". Inútil buscar el vocablo en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua. No existe. Lo ha creado el pueblo mexicano como un vulgarismo, derivado del adjetivo lambuzco, ¿Qué significa lambiscón, para un mexicano? Un parásito social que prospera o trata de prosperar a la sombra de los poderosos y que posee además la rara habilidad de cambiar de color -como los camaleones-según convenga a sus intereses. Hay "lambiscones" inteligentes y hay "lambiscones" torpes. El común denominador es la sonrisa hipócrita, la aprobación irrestricta -de dientes para afuera- de todo cuanto dice o hace el adulado, el aplauso atronador a tiempo o a destiempo. El pueblo mexicano muestra su desprecio a ese espécimen humano con el término "lambiscón", que nos suministra la idea de "lamber", un verbo que usa nuestra gente como sustitutivo-corrupto, por supuesto-del verbo lamer. Lamen los animales a su amo, especialmente los perros, para demostrar su afecto o para congraciarse. En México, el término "lambiscón" porta consigo una alta carga despectiva hacia el adulador quese engolosina lamiendo. Es un acto infrapersonal, animal, propio "del perro hambriento que se tira de bruces para lamer la escudilla en que se le ofrecen los desperdicios de una mesa bien provista" (E. Luquin) Lambiscones existen en las antesalas de las oficina públicas y en las empresas, invariablemente dispuestos a aprobar la opinión -por absurda que resulte-del poderoso, a fin de obtener favores granjerías estipendios. Puede pronunciar discursos, escribir artículos, organizar manifestaciones de supuesta simpatía a un presidente, a un candidato político, dar un abrazo efusivo o un apretón de manos al presunto benefactor. Aparece como empleado eficiente, puntual, honrado, pero carece de verdadera honestidad intelectual. Gráficamente podríamos decir que vive arrastrándose y quemando incienso a los pies de los poderosos. Un desprecio sufrido en su vida anterior le mueve a comprar favores al precio de la indignidad. "En campo probidad y auténtico valer-observa aunadamente Eduardo Luquín-no sólo no encontraría el lambiscón ninguna ocasión de hacerse sentir, sino que sería violentamente rechazado. Sin embargo, el nombre mismo con que la picaresca mexicana acostumbra designarlo, implica una reprobación clara y terminante de esa especie vergonzosa que catalogamos bajo el rubro de lambiscón, reprobación que debe consolarnos o que por lo menos significa que aunque no utilicemos ninguno de los recursos de que podríamos echar mano para combatirlo, preferimos al hombre recto, digno y bien orientado.
Hay quienes madrugan con propósitos sanos y edificantes, Son los campesinos pacientes, sumisos, esperanzados que despiertan con el canto del gallo y respiran el aroma del suelo regado por el rocío. Madrugan para trabajar la tierra. Pero hay también los inescrupulosos citadinos atormentados por el aire de poder y lucro, que no conocen el sueño tranquilo y que nada quieren saber de la lucha diaria y honrada de la existencia porque no colman sus desmesuradas, ilimitadas ambiciones. Mientras el pueblo mexicano, con su sabiduría de siglos, ha acuñado el dicho de que no por mucho madrugar amanece más temprano, ellos madrugan para paresurar el paso del sol, "pero no del sol que alumbra para todos, sino del que alumbra y calienta para aquel".[102] Estamos refiriéndonos al típico madrugador que se adelanta a la hora normada, para "comerle el mandado" al prójimo. Es un insaciable madrugador que calza "las botas de siete leguas", alerta siempre para arrebatar el botín por sorpresa. Descubre el filón y se echa encima en un contexto social indefinido, transitorio. Destaca y brilla a cualquier precio "a la mala", como dice nuestro pueblo. Si es político correra como obseso tras la entrevista clave y no vacilará de valerse del clásico madruguete. El respeto al derecho ajeno no significa la paz sino la tontería Lo que cuenta es apoderarse del botín antes que nadie y "a la brava", como se suele decir en el lenguaje callejero.
Mientras el lambiscón es servicial y el madrugador es inescrupuloso, el picapedrero es una comparsa que no sirve para nada y sirve para todo. Aparece y desaparece según convenga. Es sombra imponderable del personaje privilegiado porque él espera, también encumbrarse algún día en una posición privilegiada. No desempeña ninguna labor especial, ni le preocupa definirse dentro de un oficio o profesión. "El picapedrero posee la flexibilidad del reptil y la maña de la zorra; sabe ocultarse con la habilidad de la serpiente y mostrarse con el boato del conquistador", apunta Luquín.[103] Es paciente, vigilante, servil, multifacético, aparentemente confiable. Desempeña múltiples comisiones, se deja ver en cuanto sitio está a su alcance, maneja todos los recursos de la astucia, pero desconoce totalmente el valor de la dignidad personal. En vez de cabeza erguida, bolsillo lleno. En lugar del trabajo constructivo, la insaciable e inescrupulosa ambición.
El pistolero, "hombre de pólvora en permanente e incansable acecho, busca la querella para descargar la sustancia furiosa que lleva consigo, con la esperanza de elevar "su yo deprimido", como ya lo advirtió Samuel Ramos. Gusta de "la bronca" y la practica habitualmente por los más fútiles motivos. Hace del machismo atrabiliario una profesión. Una divergencia de opiniones, cualquiera que sea, se resuelve por medios violentos. Es un exhibicionista que pretende demostrar, a toda costa, su desprecio a la muerte. Hombre de instintos torvos a flor de piel. Cavernícola desaforado que se deleita con su fama de valiente y con el miedo que inspira a las pacíficas personas de bien. "El pistolero pertenece a la gloriosa estirpe del pelado y del macho. Hay en é1 1a impudicia del pelado y la insolencia del macho que alardea de valentón, pero se diferencia de éstos en que generalmente sufre los rigores de una vida de escasez", escribe el autor del "Análisis espectoral del mexicano".[104] Desempena el oficio de guarura (guardaespalda) para ganarse la confianza y el afecto del jefe y para asegurar -aunque sea a costa de matar-pingües utilidades. Hace algunos años, el pistolero despertaba la admiración del populacho; hoy en día el pueblo está cansado de la insolencia y de la arbitrariedad de los guaruras que marchan en cortejos ostentosos detrás y alrededor del político encumbrado. Los homicidios de los pistoleros la mayoría de las veces quedan impunes o en la somra. Ya no es el "payaso" que muestra el revolver 38 especial o la flamante escuadra 45, es el asesino potencial revestido de la profesión de guardaespalda, de "guarura", si queremos usar un mexicanismo. Carece de la nobleza de intenciones del revolucionario auténtico, porque es -o puede ser-un repugnante asesino a sueldo.
En México hay los personajes descritos en certeras pinceladas por Eduardo Luquin, pero México no es un país de lambiscones, madrugadores, picapedreros, y pistoleros. Una abrumadora mayoría del pueblo mexicano repudia a estos parásitos sociales con toda su carga tóxica. El pueblo mexicano estdá cansado del abuso, aunque hasta ahora haya hecho poco para corregirlo. La inquietud de renovación, el talante sensible a la nobleza, la cortesía y la tolerancia, la amistad y la hospitalidad del pueblo mexicano arrojan un saldo positivo que está muy por encima de los números rojos que representan los personajes indignos que hemos descrito, que pueden tener muchas explicaciones, pero ninguna justificación. No son, por cierto, los únicos. Hay toda una galería de lo que se ha dado en dominar el enanismo mexicano. Pero eso no es México sino el aspecto negativo de México. Porque ustedes, lectores, y yo -así quiero suponerlo-, nos afiliamos abiertamente en la causa de la vocación de México al cultivo de los grandes valores del espíritu y del estilo colectivo de vida capaz de elevar al mexicano al sitio que le corresponde en el concicrto universal. Un destino elevado y honroso que está en marcha, a lomos de nuestro estoicismo cristiano, con el escudo de nuestra dignidad indo-española, con la lanza de nuestra finura mental. Nuestras glorias comunes en el pasado, nuestra voluntad común de ser mexicanos en época de crisis, nuestro programa de ser fieles a nuestra vocación y a nuestro estilo, son nuestra mejor capital social. ¿Quién podra arrebatarnos este patrimonio espiritual que atesora nuestra cultura y nuestro modo de ser? ¿Habrá encantadores capaces de arrebatarnos el ánimo y el esfuerzo de estudiar, difundir y defender los valores personales que hemos realizado y seguimos realizando en la historia? He aquí el aspecto positivo de México que deseaba mostrar y que está más allá y más acá -porque está más próximo a nuestro fundamento en el Ser fundamental- de lo negativo en el hombre mexicano.