Meyer, Lorenzo.
Liberalismo autoritario.
Las contradicciones del sistema político mexicano.
Ed. Océano de México.
Primera edición. México, 1995



El liberalismo mexicano

En cualquier contexto, el liberalismo siempre ha implicado el apego y respeto a la letra y al espíritu del marco jurídico vigente. Y es precisamente ahí donde históricamente ha fallado el liberalismo mexicano.

El mexicano tiene ya una historia centenaria, aunque relativamente corta si se le compara con el liberalismo europeo.

Desafortunadamente el suelo social y cultural mexicano, con sus tremendas desigualdades de origen colonial, no resultó ser el más adecuado para que el liberalismo echara raíces el siglo pasado. En nuestro caso y sobre todo en el campo político, el decimonónico rara vez pasó de ser un proyecto que lograra sobreponerse a la hostilidad de la realidad. Entre las ideas teóricas de Lorenzo de Zavala o de José María Luis Mora y la realidad de la república restaurada y el porfiriato, surgió una gran brecha que creció con el tiempo y por donde

se escapó la autenticidad y vitalidad del proyecto liberal.

El liberalismo decimonónico vivió como una planta raquítica (durante el porfiriato puso su energía en lo económico y convenientemente olvidó lo político) hasta que la revolución mexicana lo desechó en favor de algo aparentemente más acorde con el suelo histórico mexicano y con la demanda de justicia social: el corporativismo y el populismo.

Ni en el siglo pasado ni ahora, el grueso de la sociedad mexicana emprendió la marcha hacia el motu proprio. Hoy como ayer, a la sociedad más que ir la llevan. Históricamente, el proceso político de México no ha transcurrido por los cauces democráticos más que ocasionalmente. Las estructuras formales son democráticas desde el siglo XIX, pero la práctica ha sido la de variaciones del autoritarismo.

Las rezones de esta contradicción son varias y complejas: el legado colonial, la persistencia de una cultura política propia de súbditos y no de ciudadanos, el corporativismo, la polarización social, el subdesarrollo económico, la corrupción, etcétera. La lista de causas que han hecho de México un terreno infértil para la democracia política puede alargarse, pero hoy por hoy la causa inmediata y evidente es una: la naturaleza de la institución central del sistema político y corazón de la estructura del poder: la presidencia.

En términos relativos, la presidencia mexicana fue hasta hace muy poco una de las más fuertes del mundo. Sin embargo, ése no fue el caso al principio. La presidencia mexicana original, inspirada en la norteamericana, fue una institución muy débil. Tras la conclusión del primer periodo presidencial, el de Guadalupe Victoria, y hasta la expulsión definitiva de Antonio López de Santa Anna en 1855, hubo 48 cambios en la titularidad del poder ejecutivo-¡casi dos por año! - , y 319 cambios en un gabinete donde el número de secretarías no llegaba a la media docena. En ese México desintegrado, los actores políticos centrales no eran los presidentes sino los caudillos como Santa Anna y los caciques comoJuan Álvarez. No fue sino hasta la segunda mitad del siglo pasado, con BenitoJuárez y Porfirio Díaz, cuando la presidencia logró imponerse sobre las autoridades regionales, el congreso y la suprema corte. Sin embargo, ese poder fue más personal que institucional.

La revolución mexicana no puso fin a la personalización del poder presidencial. En realidad fue hasta la presidencia del general Lázaro Cárdenas (1934-1940) que el poder presidencial empezó a desprenderse de la persona y a fincarse en la institución, una institución que gracias a la política de masas logró hacerse de una base social sin rival en América Latina.

La historia de las grandes estructuras políticas de México de 1940 a la fecha, pareciera ser casi igual a la historia de la presidencia. En la práctica, este poder dominaba abiertamente, sin pudor, a casi todas las otras instituciones que conforman al gobierno y al Estado: el congreso, el poder judicial, los gobiernos estatales y municipales, el gran partido de Estado y los pequeños partidos creados artificialmente. La presidencia también controlaba a la mayoría de las organizaciones sindicales y empresariales, a las universidades y a los medios de comunicación masiva.

Por todo lo anterior, el mexicano es la antítesis del sistema político liberal que pretende ser, pues la esencia del liberalismo es justamente la limitación institucional del poder gubernamental.