Historia Antigua - Universidad de Zaragoza - Prof. Dr. G. Fatás

NOTAS SOBRE EGIPTO Y SU REALEZA EN EL IMPERIO ANTIGUO

Sobre William J. Murnane, ÒThe History of Ancient Egypt: An OverviewÓ, Civ. of the Anc. Near East II (J. M. Sasson, ed.), NY, 1995, 691-717 y Rainer Stadelmann, ÒBuilders of the PyramidsÓ, ibid., 719-734.

Manetón (s. III a. C.) es el único historiador egipcio conocido (Aegyptiaca). Es muy dudosa toda la tradición basada en la Piedra de Palermo, escrita en la V Din., acerca de la rápida unión de las Dos Tierras por iniciativa del Alto Egipto. Con excepción de los concejos locales, no parece que quedasen en el Egipto unificado instituciones procedentes de tiempos anteriores, a diferencia de Mesopotamia, que presenta perduraciones muy largas. A partir de finales del periodo predinástico, la autoridad parece residir en una sola persona, encarnación divina, cuya morada es sobrevolada por Horus, concepción que se mantendrá inmutable. El ÒHorus del PalacioÓ (Casa Grande, per-aun, de donde el nombre de faraón que se usa sólo en el IN) es, pues, muy antiguo. La versión tardía del poder unificado antiquísimo obedece a estos esquemas posteriores y no da idea de lo que hoy parece un poder altoegipcio gradualmente imperante en dirección norte. Los reyes de la I Din gobernaron desde una ciudad que construyen entre las Dos Tierras, llamada Muros Blancos y, luego, Equilibro de las Dos Tierras (Menfis, cerca de El Cairo). Desde el inicio, este poder debe manejar grandes recursos no sólo en interés de cada comunidad y de las elites locales, sino para mantener una muy amplia red general y el poder del propio rey. La pertenencia a la elite administrativa parece haberse basado en la capacidad personal y, desde el desarrollo de la escritura bajo la I Dinastía, en la condición letrada. Aunque muchos progresaron por influencias familiares y el favor regio, el ascenso por méritos fue real y ayudó a reforzar el corporativismo de los administradores. A comienxos del III milenio, la administración central era ya una gran organización, como atestiguan la ubicuidad de sus objetos característicos y la exhibición de poder de sus altos funcionarios. En Sakkarah, el más antiguo cementerio menfita, las grandes tumbas privadas de la I Din podrían confundirse con la del rey. Estos dignatarios confesaban querer dejar no sólo su riqueza sino el cargo a sus hijos, pero dependían de la voluntad real. No parece accidental que, en el IA, los más altos cargos fueran para personas de sangre real ni que se cambiasen con frecuencia los puestos de gobierno provincial, como se haría siempre en lo sucesivo.

Poco se sabe de sucesos políticos. Más claras están las relaciones exteriores con Biblos (desde el IV milenio), las precauciones en la frontera con Asia (fuertes) y, en cambio, una penetración por el S para la explotación de la Baja Nubia. En Buhen, cerca de la 2» Catarata, hay una base egipcia desde la V D y tropas nubias guerrean para el faraón. Parecen abundar las expediciones egipcias tanto a Nubia como a los desiertos orientales (minas, canteras). A fines del IA, se debilita esta presencia (coincide con la llamada Cultura C nubia) e inscripciones de los gobernadores de Asuán informan de los peligros meridionales bajo la VI D. Pepi II Neferkare (Fíope II), constructor del último complejo piramidal, fue el último faraón notable, tras cuya muerte el IA resultó desbordado. Los monumentos regios son menores (escasez de recursos, Àgeneral, como parece, o sólo del rey?) desde mitad de la VI D y es posible que hubiese carestías importantes por causas climáticas (escasez de agua en el Nilo). Además, la eficaz burocracia descentralizada en los distritos (nomos) estaba en condiciones de exigir prerrogativas al rey, cuyo poder directo fue disminuyendo. Tras Pepi II hubo disturbios y confusión, como se aprecia en las Dinn. VII y VIII de Manetón (VII D: ÒSetenta reyes en setenta díasÓ), de las que apenas se sabe nada, salvo su insignificancia en comparación con el creciente poder de los gobernantes locales, especialmente en el Alto Egipto.

La imagen del rey. Experimentó alteraciones graduales pero culminaron pronto en un arquetipo inmutable durante milenios. Primero, pasó de ser belicosa (Narmer = Siluro Letal, Aha = Luchador) a pacífica (II D): El que es de Dios (Nynetjer). La formulación del poder regio, al principio dubitativa (pugna entre Horus y Seth, resuelta efímeramente a favor de éste en la II D), se manifiesta en las pirámides y complejos funerarios anejos, verdaderamente ingentes, que en las dinastías III a V alcanzan magnitudes apenas nunca igualadas y calidad asombrosa. La concepción de un mundo basado en un orden establecido por el ciclo del Sol es muy antigua, pero muestra un cambio cualitativo a partir del complejo funerario de Djoser. La apariencia y el triunfo de las creencias solares a comienzos de la IV D y la apoteosis de la monarquía se plasman en la grandiosa concepción que implican estos monumentos. Surge una ética nueva, que manifiesta un orden universal claro, comprensible, inteligible. Ya no es el orden impuesto por un clan, sino el fruto de las elaboraciones de gentes cualificadas y letradas, como los escribas. Es llamativo que, antes de los griegos, casi todos los logros de la AntigŸedad -dominio avanzado de la piedra, de la tecnología, la medicina, la forma literaria de los textos sapienciales- se remonten a esta época de Egipto. El dios sol determina que el rey será su garante del orden del mundo. El rey no es dios tanto por la virtud intrínseca a su magistratura, sino porque, por designio del Sol, es el Òbuen diosÓ que, vivo o fallecido, desde su necrópolis garantiza la supervivencia de sus súbditos mediante providencias que sigue tomando en el Más Allá. Aparte los grandes monumentos, que parecen desbordar la escala humana, las obras del arte y la literatura muestran al rey como alguien cabalmente humano, del mismo modo que, en general, lo son las principales deidades egipcias, que no exigen veneración excluyente. La humanidad del rey es Òuno de los mayores logros que la cultura egipcia transmitiría a la posteridadÓ (Stadelmann).

Guerra civil. Nueva legitimidad. El régimen faraónico de Menfis se desvanece en las fuentes y el poder de los nomarcas marca el I Periodo Intermedio. La realeza fue reivindicada con éxito por jefes de Heracleópolis (Ihnasya al Medina), pero su régimen (Dinn IX y X) sólo se implantó en el Bajo Egipto. Medio siglo de luchas entre poderosos del Sur se saldó con el triunfo local de un jefe de Tebas (XI D) que pronto se enfrentó con Heracleópolis. La guerra civil intermitente, de siglo y medio de duración e inicialmente favorable a la X D, fue ganada por la XI, apoyada por nomarcas del Nilo medio. La victoria de NebhepetRe Mentuhotep (h. 1980) marca el comienzo del IM. PREDIN. 3100-3000 Escorpión, Narmer (= ÀMenes, Aha?) ÉPOCA TINITA - I DIN. 3000-2800 6 reyes y una reina - II DIN 2800-2675 9 reyes (con Peribsen y Jasejemui) - IMPERIO ANTIGUO - III DIN 2675-2625 5 reyes (con Djoser, Sejemjet y Huni) - IV DIN 2625-2500 Sneferu, Jufu (Keops 2585-2560), Redyedef, Jafre (Kefrén 2555-2532), MenkauRe (Mikerinos 2532-2510), Wehemka?, Shepseskaf (2508-2500) - V DIN 2500-2350 9 reyes VI DIN Teti, Pepi I (2338-2298), Merenre, Pepi II (2288-2224/2194). Otros pocos, incl. reina Nitocris. VII y VIII DINN. 2170-2130 Reyes en número incierto (sede en Menfis) I PERIODO INTERMEDIO - IX y X DINN. 18 reyes (en Heracleópolis). XI DIN. 2081-1938 (Tebas) Mentuhoptep I, Inyotef I, II, III, Mentuhotep II (inicio IMPERIO MEDIO), III y IV.


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