Historia Antigua - Universidad de Zaragoza - Prof. Dr. G. Fatás

NOTA CRÍTICA SOBRE EL PARADIGMA DE LA CIUDAD-TEMPLO

Extr. de John F. Robertson "The Social and Economic Organization of Ancient Mesopotamian Temples", Civilisations of the Ancient Near East (J. M. Sasson, ed., NY, 1995, vol. I), 443-455 y M. Liverani, Antico Oriente. Storia. Societa. Economia, Roma-Bari, 1991, cap. 6. Trad. esp. en ed. Crítica, Barcelona, 1995).

El paradigma de la ciudad-templo como antecesora de la ciudad-estado aparece abundantemente en la manualística sobre el POA. La gran mayoría de la evidencia documental sobre la organización templaria de la época procede de las tablillas de Girsu, fechadas en tres reinados de mediados del III milenio: los de Enentarzi, Lugalbanda y Uruinimgina [Urukagina] de Lagash, de la que Girsu era el núcleo de capitalidad. Las tablillas son una parte de los registros administrativos de la entidad emi, la "Casa de la Esposa [del gobernante]" durante los dos primeros reinados aludidos y, bajo Uruinimgina, registros del ebau o "Templo Casa de la Diosa Bau", consorte de Ningirsu, dios patrono de Lagash. Su primer estudioso, Anthony Deimel, dedujo que el templo de Bau administraba fundos de unas 45 ha de tierras de cultivo, así como campos de frutales y huertos, grandes rebaños, empleaba a no menos de cien pescadores, talleres de textiles y mantenía servicios propios para su red de irrigación. Sus inspectores controlaban la distribución de grano, pan, leche, malta y lana a sus cientos de sirvientes, de ambos sexos y variada edad. Anna Schneider acreditó el concepto de "templo-estado", que pasó a convertirse en un paradigma. Por otra parte, los famosos textos de la llamada "reforma de Uruinimgina", según Deimel, demostraban que el rey devolvía piadosamente a los templos del dios Ningirsu los fundos divinos usurpados por sus predecesores, lo que demostraba "ex post facto" la existencia del "templo-estado". Adam Falkenstein lo convirtió en característico del Sumer preacadio y la idea se reforzó tras el modelo de "civilización hidráulica" propuesto por Karl Wittfogel y Julian Steward, según el cual el surgimiento de civilizaciones agrarias en las grandes llanuras fluviales requería una autoridad central poderosa, capaz de movilizar y administrar el amplio caudal de trabajos necesarios para mantener una red eficaz de irrigación y el sistema completo de producción generado a partir de ella. Sobre la base de las series de tablillas administrativas de Girsu, el templo apareció como el protagonista de la centralización: la tierra de la ciudad era propiedad de su dios (= del templo) y los habitantes, sus siervos (= de los sacerdotes).

A comienzos de los años 60, I. J. Gelb e I. M. Diakonoff criticaron tan vasta generalización basada en un solo archivo. Gelb estudió unos registros de venta de tierras, consignados sobre estelas de piedra (kudurru se llamaron más tarde), de época similar y también halladas en Girsu. Demostró que algunas e las tierras mencionadas eran de propiedad de particulares y que podían experimentar su libre venta. Diakonoff estudió otra estela del III milenio, una especie de catastro parcial de Girsu, con el que probó que la tierra de Girsu en la época protodinástica era por lo menos unas diez veces mayor que la calculada por Deimel como perteneciente a los templos de la ciudad en conjunto. En otra argumentación diferente (y no tan probatoria), Diakonoff sugería que, si la población total de Girsu era de unos 100.000 h, sólo unos 35.000 estarían empleados en los templos.

En cuanto al sentido de las reintegraciones de Uruinimgina, Benjamin Foster rechaza la interpretación de Deimel y afirma que, cuando el rey asigna tierras a la pareja de dioses Ningirsu y Bau, más que restaurar la situación pasada, que condena, está instaurando un nuevo proceder, un nuevo régimen para los templos; máxime cuando en los registros del reinado anterior no aparece nada demostrativo de que el templo de Bau poseyese nada especial y ni siquiera de que hubiese tierras de su propiedad. Parece, por el contrario, que los registros del templo podrían estar en él como en la sede de un archivo oficial, pero para dar cuenta de las propiedades de los gobernantes de la ciudad, como sugeriría el título de registros de la "Casa de la Esposa [del gobernante]" en los dos primeros reinados comprobables. Las conclusiones de Foster no han sido universalmente aceptadas, pero han abierto un debate serio sobre las supuestamente enormes propiedades de los templos. De hecho, es muy difícil y rriesgado asegurar la existencia de un régimen de gran propiedad autónoma de los templos en el periodo, ajeno a la intervención de los gobernantes no templarios. El paradigma de la ciudad-templo o del templo-estado no parece hoy viable como modelo general, aunque está lejos de poder negarse la extreaordinaria importancia económica y comunitaria de los grandes templos sumerios de época protodinástica. Una visión algo menos crítica es la de Liverani (ut supra, cap. 6, ¤ 2, 170 ss., ed. italiana].


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