IV Jornadas de Trabajo de Historia Reciente

Escuela de Historia - Facultad de Humanidades y Artes

Universidad Nacional de Rosario

Mayo, 2008

 

 

 

 

 

El genocidio argentino: espacio de la extranjería?

 

 María Eugenia Borsani

(Universidad Nacional del Comahue)

                                                                                       Neuquén, Argentina

 

 

 

Interesa indagar en torno a posibles razones que permitan explicar la escasa repercusión que tiene en  nuestro presente  la inscripción de genocidio, conforme lo acaecido a partir de septiembre 2006,  en ocasión de la reapertura de los juicios contra los responsables del genocida terrorismo de Estado, redundancia aparte. En esa fecha se aplica la categoría  de genocidio  a lo acontecido en nuestro país  -1976/1983- y  desde el reconocimiento de orden jurídico, se abren debates que gravitan en órbitas ampliadas, no estrictamente jurídicas. 

            Si fuera factible optar,  sería preferible  reconocer como legado un ayer signado por la gloria y la victoria, que como herederos de un pasado trágico. No obstante, la opción es inviable ya que nuestra herencia es la de un pasado reciente traumático. Sin embargo, entendemos que resultan dignas de ser analizadas las operaciones de invisibilización del ayer, que ubican al  genocidio argentino en el espacio de la extranjería, como si acaso fuera pasible de ser exiliado de nuestra historia,  deportado del  presente y despojado de toda incidencia a futuro.

Así, consideramos que ciertas acciones de invisibilización del ayer pueden ser tenidas como contraproducentes efectos colaterales de  modos de  representación del pasado  que insisten en  lacerantes montajes del horror. Tales efectos, evaluados como derivaciones indeseadas de modalidades evocativas,  contribuyen,  a su vez,  a explicar la renuencia a generar espacios de  participación crítica y de compromiso político, como secuela de los tiempos de terror, en donde sus resultados, amedrentadores por cierto, se traducen  en un ascetismo cívico-político en sintonía con el desmantelamiento del sentido de la idea de comunidad, de comunidad política, claro está.

 

           

I.      Extranjería y extrañeza

            Lo extranjero está,  la más de las veces, conjugado con la extrañeza. El extranjero es aquel que no está integrado ni incorporado en una comunidad política. Lo extranjero se presenta como diferente, distinto a la vez que distante y se hace patente como tal en la sensación de no-pertenencia. Se trata de un horizonte lejano, siendo la lejanía no necesariamente geográfica, sino, sobre todo simbólica. Lo lejano aparece signado por un  estado de cosas y de significados en los que no hemos tenido incidencia en su diseño y con los cuales se torna dificultosa toda instancia de identificación y apropiación. Así,  rituales, símbolos, valores imperantes, prácticas cotidianas, etcétera, obligan a un voluntario acto de intelección para colegir de ellos sus significados.

            Según ciertas perspectivas, de la intelección del sentido se sigue la apropiación de lo otro, su incorporación en términos de pertenencia. Sin embargo, también cabe plantear que de la comprensión de aquello que en principio se presentaba como lejano,  distinto e inentendible, no necesariamente se sigue su apropiación, sino en tal caso, una intelección que muestra las diferencias radicales entre lo extranjero y lo propio. De tal modo,  ha operado una  acción intelectiva que da cuenta de “lo otro” como tal,  distinto pero conocido e incorporado al propio horizonte de comprensión, más no una comprensión empática de adhesión y acuerdo. Es decir, se da una acción de conocimiento, más no de identificación y apropiación. 

La otredad, entonces, permanece como tal, aún cuando se han despejado las notas que impedían su entendimiento; de tal manera,  la comprensión se ejerce cabalmente aunque sea  en términos de comprensión de lo opuesto y aún más, de lo abismalmente opuesto. Esto ocurre de ordinario ante el encuentro de culturas o tradiciones muy diferentes a la de pertenencia, aunque también se da ante acontecimientos de la propia tradición de pertenencia que preferimos no reconocer como propios, o mejor dicho, rechazamos incorporarlos al propio  horizonte.

De tal forma y según planteos hermenéuticos “la tradición no es siempre acervo histórico-cultural que obliga al orgulloso reconocimiento y cuidado cual patrimonio que enaltece nuestra procedencia; tradición es también  lo  aborrecible que,  constitutivo  del  presente  cual herencia,  nos deshonra y obliga a su revisión como a la reversión de sus efectos pero jamás es posible su eliminación, su clausura, su negación. También lo aberrante como proveniencia se conserva en tanto tal, aunque esto provoque repulsa, se conserva aún  como distinto a lo deseable, como la alteridad en relación con el horizonte de expectativas al que apostamos desde el presente, pero nunca como ajeno al horizonte de experiencia que llega del ayer.”[1][1]

Así, consideramos que la incorporación de horizontes que ponderamos ajenos, no resulta necesariamente de una dificultad de comprensión hermenéutica, puede entonces tratarse de variables de otro orden que obren de tal modo que pongan lo otro en el más abismal espacio de la extranjería.

 

II.  Eclipse de la comunidad

En sociedades cuyo pasado es traumático o límite cabe pensar cuáles las operaciones de negación  o invisibilización del ayer que se despliegan dado que se torna un ejercicio imperioso analizar qué mecanismo hace que se habite un presente que, para muchos, parece encontrarse desamarrado al ayer, como también desligado de mañana.

En un            texto que lleva por título Libro de la memoria y de la esperanza, el                    historiador italiano  Remo Bodei, moviéndose entre el espacio de la experiencia y el horizonte de la expectativa (que se ocupa de distinguirlo del horizonte de esperanza) indica que: “Cuando el flujo de sentido de la tradición ha sido desviado u obstruido, el horizonte de las expectativas se hace más incierto e indiferenciado. La tradición corre el riesgo de fosilizarse; la experiencia de deshistorizarse; la expectativa por el futuro de volverse parálisis o fuga. El punto de articulación del sentido, nuestro presente, aparece debilitado y desguarnecido: el peso del pasado, que en las sociedades tradicionales funcionaba como lastre estabilizador, se ha vuelto más ligero, en tanto que la percepción social del avance hacia el futuro que había animado a las sociedades modernas, se ha vuelto más débil..”[2][2]  En nuestro contexto pareciera que el presente se asumiera como una actualidad apática con respecto al mañana y descomprometida con el hoy ante la urgencia del  tiempo presente a la vez que autista con  relación al ayer.

            En una línea que podría pensarse en dirección similar, Zygmunt Bauman  señala a nuestra sociedad “líquida” como aquella que está sumida en la más contundente individualidad y en la que los nexos comunitarios se han ya extinguido o están en estado agónico. Nuestro presente ya nada tiene que ver con aquella idea de comunidad heredada de la Política aristotélica. Allí, en el escenario de la Grecia clásica, la comunidad era entendida como tal en virtud de un telos que operaba como idea regulativa, sostenida en vínculos de filialidad y coincidencia grupal en relación con la felicidad como norte al cual tender, más no la felicidad propia, personal e individual, sino aquella que concierne a la polis, al todo, sin el cual la acción individual carece de todo sentido humano y es digna sólo de dioses o bestias –por exceso o por defecto- quienes pueden prescindir de la polis como un todo con anterioridad ontológica. Es propio de los humanos, de los mortales, el ser de y en la polis, y con ello la politicidad natural como marca o rasgo antropológico definitorio.[3][3]

A contrapelo de esta idea, Bauman señala, respecto a los vínculos en nuestra sociedad líquida que: “…ningún agregado de seres humanos se experimenta como “comunidad” si no está estrechamente entretejido a partir de biografías compartidas a lo largo de una larga historia y de una expectativa todavía más larga de interacción frecuente e intensa. Es esta experiencia la que hoy se echa de menos, y su ausencia se describe como “decadencia”, “muerte” o “eclipse” de la comunidad.” [4][4]

Entonces, articulando lo dicho con lo planteado por Bodei, tal ausencia de perspectivas “proyectivas” a la vez que  “prospectivas” se ensambla, en principio, con la  anulación de la dimensión del pasado y del futuro, sin ayer y sin mañana, sin legado y sin estela direccionada al futuro, sin antes y sin después, ahora sin más. En tal sentido,  se emparenta con la retirada o huida de la comunidad según Bauman, ya que si esto es de tal manera, se debe a la ausencia o  disolución del diseño  de un proyecto en común, comunitario, grupal, en definitiva, político. Hoy: presente, mera perentoriedad e inmediatez, sin teleología alguna. 

 

 

Si tomamos entonces en consideración las variables señaladas (un presente descargado de ayer, un mañana que no aparece como orientador del presente, en tanto horizonte que no es decisorio ni tiene gravitación aparentemente para la acción comunitaria) toma sentido indagar, en lo referido a la  negación de nuestro pasado reciente,  si entre tantas razones, tal negación pueda estar emparentada con los modos de representación de ese pasado. Esto es, si la manera en la que desde el hoy se procura traer el ayer  recuerdo incide en ese sentir de extranjería y negación. Es decir, si la negación como reacción ante aquello que  se vuelve imposible de ser incorporado, aún cuando obremos en conocimiento de ese ayer y se  lo ignora expulsándolo a la otredad distante guarda relación alguna con la modalidad del recuerdo.

 

 

III. El genocidio argentino, inscripción reciente[5][5]

 

Argentina -único país, desde la constitución del Estado-nación, en el que la  misma comunidad política juzga y reabre  causas después  de 30 años de ocurridos crímenes de lesa humanidad- es el escenario de álgidas controversias en torno a la recepción del ayer, debate éste que adquiere nuevo cariz  con  la  reapertura de las instancias judiciales con posterioridad a la “derogación” de las  leyes de Obediencia Debida y  de Punto Final. Corresponde decir “nulidad” de las denominadas leyes del perdón  conforme la facultad del Poder Legislativo e “inconstitucionalidad” en virtud de lo actuado por el Poder Judicial en relación a éstas. A partir de ese momento, la órbita jurídica instala el  concepto de genocidio como nueva inscripción de nuestro horizonte situacional.

          El modo como nos referimos a nuestro pasado reciente alude, a su vez,  desde el escenario de la enunciación, a la concepción que tenemos de ese pasado sellada en la manera como nombramos el ayer.  Es ya sabido que la  huella discursiva no tiene gratuidad alguna,  el soporte lingüístico  configura la representación  del  pasado  de un modo u otro.

          Por ello, si bien utilizaremos de manera indistinta los conceptos “dictadura”,  “Terrorismo de Estado” y “genocidio argentino” para referirnos a nuestro ayer,  corresponde formular ciertas precisiones, a saber: podríamos, sin más, decir:  “dictadura”,   sin embargo,  no  todas las dictaduras han  configurado un Terrorismo de Estado,  -incluso hay dictaduras militares y otras que no se corresponden con tal adjetivación-. A su vez, la  voz “dictadura” acota el período el términos estrictamente temporales (hay un desde y un hasta, mojones cronológicos que dan cuenta de principio y final).  Por lo que dar cuenta del pasado reciente argentino en término de dictadura es algo restrictivo ya que no quedaría contemplado el período inmediatamente anterior que  ha de ser consignado como Terrorismo de Estado. Esta última denominación  instala  una remisión epocal, no de estricta datación, que abarca parte del período constitucional previo al “76. 

            Es bastante menos frecuente escuchar el término genocidio para referirnos a lo ocurrido en  nuestro pasado reciente, pasado trágico, límite, en conflicto.  No obstante, a partir del juicio conocido por la opinión pública como el juicio a Etchecolatz, el genocidio se inscribe en la esfera jurídica. El fallo de los jueces Norberto Lorenzo, Horacio Isaurralde y Alberto Rosanski expresa: “Etchecolatz es autor de delitos de lesa humanidad cometidos en el marco de un genocidio,[6][6] que evidenció con sus acciones un desprecio total por el prójimo, y formando una parte esencial de un aparato de destrucción, muerte y terror. Comandó los diversos campos de concentración en donde fueron humilladas, ultrajadas y en algunos casos asesinadas las víctimas de autos. Etchecolatz cometió crímenes atroces y la atrocidad no tiene edad. Un criminal de esa envergadura, no puede pasar un solo día de lo que le reste de su vida, fuera de la cárcel.”[7][7]

Durante tiempo,  diversos organismos de DD.HH. -no todos-  bregaron para que lo ocurrido en Argentina, se encuadrada  como genocidio, entendiendo por tal matanzas en serie dirigidas especialmente a la eliminación de grupos políticos disidentes -o sospechados de disidencia- con el “orden” in-constitucional reinante en aquella época. Sin embargo, no necesariamente el encuadre político es coincidente con la dimensión  jurídica.

            Si nos remitimos al artículo II  de la Convención de la Organización de la Naciones Unidas sobre la prevención y sanción del delito de Genocidio de l948 -CONUG-,  el genocidio refiere a “actos perpetrados con la intención de destruir, en forma parcial o total, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal”.  Ante esta definición, aparecen dificultades varias que son importantes inquietudes para los estudiosos de genocidio[8][8], a saber:  ¿cómo dar cuenta de la intencionalidad de los perpetradores?;  ¿cómo se delimita un grupo?,  ¿qué ha de ser considerada pertenencia a un grupo?,  ¿por qué no está contemplada explícitamente la noción de grupos políticos?; ¿pueden otros colectivos que no sean étnicos, raciales, religiosos ni tampoco políticos ser víctimas de genocidio (por ejemplo, minorías sexuales o franjas etarias determinadas)?, entre otros cuestionamientos de máximo interés.

Entre los expertos en estudios de genocidio y mentores de la CONUG aparece el nombre del jurista Raphael Lemkin, quien, con anterioridad a la versión final  de genocidio adoptada por la CONUG había concebido una definición más amplia,  abarcativa de los grupos políticos. En l947 Lemkin expresa que “el genocidio es una denegación del derecho a existir de grupos humanos enteros, en el mismo sentido en el que el homicidio es denegarle a un individuo su derecho a vivir”[9][9]

            Así,  Barbara Harf  en su artículo “¿No se aprendieron las lecciones del Holocausto?[10][10]  indica como una de las limitaciones de esta definición de genocidio, la no inclusión de grupos políticos en virtud de  razones eminentemente políticas, esgrimidas en su momento por la Unión Soviética y Francia,  por las que se omiten los exterminios o masacres políticas en la definición de la CONUG.

A su vez, Matthias Bjornlund, Eric Markusen y Martin Mennecke reconocen que el concepto de genocidio es  esencialmente problemático, radicando su problematicidad en  las diversas perspectivas que se ocupan de esta noción como también en la utilización  del mismo que desencadena perspectivas contrarias, contrapuestas.  A efectos de recorrer sólo ciertos tramos de dicha problematicidad  nótese que la definición jurídica anteriormente citada, reconocida en l948, en nuestro contexto argentino carece aún de tipificación penal  de la sanción. En ese sentido, si bien, desde los estrados judiciales se reconoce la figura de genocidio como encuadre en el que se juzga lo ocurrido en nuestro pasado reciente argentino,  la condena a Etchecolatz, como también la de Christian von Wernich no es por genocidas, sino por delitos de lesa humanidad que el tribunal enmarca en un genocidio. Este encuadre significa, sin dudas, un hito no sólo en la historia judicial de nuestro país sino también en tanto reconocimiento político, añorado hace tiempo por parte de la comunidad y por organismos de DD.HH., pese a las escasas repercusiones que ha tenido en el colectivo social que pareciera  preferir esquivar esta marca, en tanto constitutiva de nuestro horizonte situacional. Y aquí no se trata de la marca meramente jurídica, ya que en términos de pena no habría diferencias  entre  figura de genocidio y la de crímenes de lesa humanidad, sino en cómo el reconocimiento del genocidio aporta una nueva dimensión en relación a lo ocurrido en nuestro suelo.

Bien señala Santiago O”Donnell en su artículo periodístico “El genocidio argentino” publicado en el Diario Página 12 las desavenencias de orden jurídico que se dan en nuestra actualidad en relación a si cabe o no el encuadramiento de lo ocurrido en términos de genocidio. O”Donnell grafica tales desacuerdos con las afirmaciones  de William Schabas, catedrático de Derechos Humanos de la Universidad Nacional de Irlanda, Galway-   "En América Latina se hace una interpretación amplia y liberal del término genocidio que no está en sintonía con lo que está pasando a nivel internacional(…) La definición de la ONU tiene sentido. Existe una convención contra la discriminación racial pero no contra la discriminación en general. Con el genocidio se buscó destacar los crímenes contra razas y naciones."

Lo cierto es que más allá de las discusiones jurídicas de orden internacional, e incluso al interior de nuestro país, (en Tucumán se ha aplicado la figura de  genocidas a militares juzgados que participaron bajo las órdenes de Bussi y Menéndez en el Centro Arsenal Miguel de Azcuénaga, y no de crímenes de lesa humanidad perpetrados en un marco de genocidio como continente abarcador) no se advierte en la sociedad civil una apropiación del ayer, no se toma cabal dimensión de lo ocurrido, como si no nos perteneciera ni perteneciéramos a tal horizonte, que como legado, llega a nuestros días. 

 


   IV. Modos de representación y sus efectos

       Retomando entonces lo planteado hasta aquí, se ha dicho que la noción de comunidad es hoy puesta en tela de juicio- Desactivados los vínculos de filiación, desmantelados ciertos impulsos en torno a un ideario común y convocante, la comunidad como entorno que cobija aunando a sus miembros, pareciera no ser una nota de nuestro presente. Triunfo de la más feroz individualidad, o al menos intentos de triunfo de la individualidad, prevalencia de la esfera privada y desteñido el ámbito de lo público,  puede tenerse como color de nuestro escenario epocal.

Así, estimo que es pertinente indagar sobre cuáles  son las variables que pudieran considerarse como válidas en relación a las razones de la desmotivación actual, en caso que se acepte tal premisa como panorama del presente, aunque, claro está,  no de modo absoluto, ya que es bien sabida la existencia de equipos que denodadamente trabajan en pos de ejercer férrea resistencia a la apatía y al olvido (entre otros,  sectores académicos, como por caso la cuarta edición  de estas Jornadas de Trabajo de Historia Reciente).

Cabe pensar que en democracias conformadas con  un pasado reciente límite que  obturó por años la posibilidad de la disidencia,  el actuar libremente fuera la piedra de toque para altos grados de participación, y con ello, la inserción de la sociedad civil  en tramas protagónicas en lo que respecta a la “cosa política”; sin embargo no es eso lo que ocurre en nuestro presente con respecto a la historia reciente, muy por el contrario. 

  En tal sentido, y como hipótesis que guía en parte este trabajo, consideramos que, además de otras variables que no son de estricto orden local o regional -como las señaladas por Bauman y por otros teóricos del presente-,  parte de tal desinterés  por la inserción comunitaria en la vida política, o dicho de otro modo, el despego participativo pueda deberse a la modalidad recordatoria. Esto es,  la manera en que sobretodo  los más jóvenes han venido recepcionando lo acaecido en nuestro país ha sido mortificante, ya que se ha acentuado los aspectos mórbidos del sufrimiento físico de las víctimas (torturas, partos en cautiverio, experiencias concentracionarias, etc.)

 Sabemos que las cuestiones de la representación  del ayer condensan tanto el contenido del recuerdo -qué recordar- como también la finalidad del mismo -para qué recordar-. Entendemos que menos atención se ha puesto en la modalidad, es decir, cómo recordar, que se suma a las cuestiones ligadas al contenido del recuerdo y a su finalidad. Nuestra atención se dirige a una crítica de los modos de representar el ayer que focalizan lo ocurrido en términos de sufrimiento y así, lejos de generar un comprometido acercamiento con lo acaecido y un involucramiento al respecto, se genera, como acción reactiva, una huida del ayer, y una reclusión en el presente.      

No podemos pasar por alto en este punto los valiosos aportes del planteo foucaultiano en  Vigilar y Castigar[11][11]. Foucault muestra que determinados modos de sanción y condena se exponían públicamente por su carga ejemplificadora, el show que se montaba a su alrededor no era gratuito, perseguía claramente un cometido: algo así como: “vengan y vean: esto puede ocurrirles, este vuestro padecimiento, éste vuestro sufrimiento si acaso osaran cometer la misma acción que el reo”.  Escenificaciones de la condena orientadas a disciplinar conductas, normatizar subjetividades, advertir, contribuyendo a formar conciencias amedrentadas por la espectacularidad del castigo.

            De ningún modo es ésta la orientación de mis análisis de los efectos colaterales e inesperados de los montajes del horror, no está en la representación del ayer la intencionalidad a priori de atemorizar, sino que cabe pensarlo como consecuencia indeseada y no como propósito de la  puesta en escena de las “retóricas del horror.”[12][12] El mensaje cuando es ejemplificante se distancia de manera abismal de la concepción de ejemplar según la ponderación de Todorov,[13][13] adjetivo que el autor  le otorga a la memoria que no procura reeditar lo flagelante -memoria literal- sino en pos de un efecto liberador -memoria ejemplar- .

            Los modos de evocación traumatizantes del pasado traumático  invisibilizan el alcance de proyecto político genocida imperante en Latinoamérica entre las décadas “70 y entrados los “80  del siglo pasado, sin contribuir al conocimiento histórico iluminando sólo aristas de desgracias que parecieran ser del orden individual y privado desgajadas del contexto político en el que ocurrieron. En tal sentido, podría decirse que contribuyen a solidarizarse empáticamente con el sufrimiento ajeno pero no se aportan elementos que colaboren a advertir la dimensión histórico-política de lo acaecido. Se acentúa el plano de lo meramente individual, lo que a tal varón o tal mujer le ocurrió, desamarrado de la comunidad, desconociendo su carácter en tanto miembro integrante de la sociedad política. Se omite enmarcar el ayer en el cuadro de situación del proyecto que para cierta parte de continente se planeó y se llevó a cabo, como si las situaciones atravesadas  fueran  acaso producto del albur y no del ardid político neoliberal de los “70. 

             Las modalidades del recuerdo que entendemos son infértiles  son aquellas en las que la referencia al ayer anclan en un verdadero “desborde del  horror”,[14][14]  expresión acuñada  por  Hugo Vezzetti. 

Una reflexión en un sentido similar la encontramos en Cecily Marcus, quien rastrea las actividades culturales de resistencia que se realizaron en tiempos dictatoriales. Marcus lamenta el acento puesto en la destrucción, en todo lo que fue aniquilado o destruido y la poca atención dispensada a lo que en dicho período era hecho, invitando a “investigar el período de dictadura desde el punto de vista de lo que fue hecho en lugar de lo que fue destruido”.[15][15]   Esto es, si se focaliza en lo  pavoroso, centralizado en el desenlace,  se despolitiza en gran medida  el cuadro de situación de aquellos años de dictadura y ello abona la disolución de la trama comunitaria.  A la vez, posibilita plantear, como conjetura en estado de inicial exploración que anima este trabajo, que la disociación entre comunidad- individualidad -y con ello, la apatía del presente- pueda tal vez deberse, como resultante nefato por cierto, a maneras “literales” de recordar nuestra historia más reciente. 

            En términos de Todorov quedamos en la instancia de la mera literalidad y en su esterilidad, siendo que en la diferenciación establecida por Todorov lo deseable es la memoria ejemplar, que nada tiene que ver con la ejemplificación según la publicidad del horror, disciplinador de subjetividades.

          Tomando el subtítulo del artículo  de Enzo Traverso sea primordial comprender la importancia de “la interpretación del pasado como desafío político”[16][16]  y con ello, conforme cuál la interpretación que sobre el pasado se eche, pueda desafiarse la conformación de subjetividades políticamente esmirriadas, como nota de nuestros días. Es decir, tal vez sea pertinente ejercer un apartamiento de los montajes del horror y del dolor, un distanciamiento de evocaciones lacerantes, mórbidas y truculentas, sin por ello negar lo ocurrido, sino inscribirlo en un cuadro de situación ampliado. Es decir, bien puede pensarse en modos de recuerdo que hagan justicia a la vida y a la participación de quienes protagónicamente procuraron revertir el estado de cosas  de nuestro aciago pasado reciente, no desde las aristas fatídicas y siniestras sino desde el compromiso político, vital e inserto en una trama comunitaria, hoy venida en desgracia y que sin embargo es dable pensar en su rehabilitación.

Posiblemente, si tal viraje queda trasladado a la modalidad de dar cuenta del ayer, pueda incorporarse el genocidio perpetrado en nuestro país en su real magnitud y no como espacio de la extranjería, desamarrado de nuestro presente.         

 



[1][1] Borsani, M.E.;  “Crítica e interpelación en la Filosofía de H.-G. Gadamer”en  Alcalá Campos, R. y Reyes Escobar, J. ; Gadamer y las Humanidades II.  México, DF.; UNAM,  2007. Pág.174

[2][2] Bodei, R;  Libro de la esperanza y de la memoria. Buenos Aires, Losada, 1998. Pág. 16

[3][3] Cfr. Aristóteles, Política. L. I. 

 

[4][4] Bauman, Z.; Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil. Buenos Aires. S. XXI, 2001. Pág. 59.

[5][5]  Algunos de los  tramos siguientes fueron discutidos en ocasión de la I Jornadas de Filosofía y Epistemología de la Historia, Universidad Nacional del Comahue, Junio 2007. En tal oportunidad se puso en tensión la negación del genocidio argentina con la temática de la impunidad.           

[6][6] El subrayado me pertenece.

[7][7] Cita textual del fallo transcripta en Puentes, Año 6, Nro. 18, Octubre 2006. Pág. 19.

[8][8] Cfr. Feierstein, D. (comp.); Genocidio. La administración de la muerte en la modernidad.  Buenos Aires, Editorial de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, 2005.  En adelante G.AMM

[9][9] Lemkin, R., en  “Genocide as a crime  under International Law”  en The American Journal of international Law. Vol XLI,  1947. Pág. 149  citado por   Bjornlund, M.,  Markusen E.,  y  Mennecke M. “ Qué es el genocidio?” en Feierstein, D. (comp.);  G.AMM.  Pág. 24.

[10][10] Cfr. Harff, B.; “¿No se aprendieron las lecciones del Holocausto? en Feierstein, D. (comp.);  G.AMM.  

[11][11] Cfr. Foucault, M., Vigilar y castigar. Buenos Aires, S. XXI., 1989.

[12][12] Denominación que utiliza  Elizabeth Martínez de Aguirre; "Un espejo de la  historia: miles de fotos. Aproximaciones al estudio sobre fotografías de personas detenidas-desaparecidas durante la dictadura militar en Argentina" en  Godoy, C.(comp.); Historiografía y Memoria colectiva. Tiempos y territorios. Buenos Aires, Miño y Dávila, 2002. Pág. 126.

[13][13] Cfr. Todorov, T., Los abusos de la memoria. Barcelona, Paidos, 2000.

[14][14] Vezzetti, H.; Pasado y Presente. Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina. Buenos Aires, S. XXI, 2003. Pág.119.

[15][15] Marcus, C.; “En la biblioteca vaginal: un discurso amoroso” en Políticas de la Memoria, Nro. 6/7, Verano 2006/2007

[16][16] Traverso, E.; “Historia y memoria. Notas sobre un debate” en Franco, M. y Levin, F. (comp.); Historia reciente. Perspectivas y desafíos para un campo en construcción. Buenos Aires, Paidós, 2007.  Pág. 67