El charro cantor

Enrique Serna

En el mundo entero se cree que la vestimenta charra y la música de mariachi forman la mancuerna más representativa de nuestro folclor desde tiempos inmemoriales. La verdad es que en 1936, cuando se filmó Allá en el rancho Grande Ia fusión de ambos elementos era una novedad en la cultura popular mexicana. El mariachi es una institución ralativamente joven que nació en los años del cardenismo. En un brillante y documentado estudio sobre el tema (El marriachi, INAH-BAMPAIS,1984), el antrpólogo Jesús Jáuregui señala que en dos historias de 1a música mexicana publicadas alrededor de 1930, la música de mariachi no se mencionaba siquiera. Sus autores, Rubén M. Campos y Miguel Saldívar, la consideraban un fenómeno regional circunscrito al ámbilo de Jalisco, Nayarit y Colima. El antiguo mariachi sólo tocaba música bailable y se componía de un guitarrón, una vihuela, dos violines y una guitarra (las trompetas vendríen después). Su atuendo humilde y sencillo era la antítesis del lujo charro: sombrero grande de soyate con barbiquejo y toquilla, poncho colorado, calzón largo y camisa de manta, ceñidor colorado y huanchos.

En el primer tercio de nuestro siglo, el traje de charro había perdido la popularidad que tuvo en el siglo XIX. Aunque Zapata y otros revolucionarios lo usaban, la memoria colectiva lo asocieba con los rurales y con los hacendados del porfiriato. Hacia 1928, el historiador porfirista AIfredo B. Cuéllar evocaba nostálgicamente las viejas glorias del troje de charro, y deploraba su caída en desuso: "En los bailes del Centenario, el pueblo saludeba a los rurales como los verdaderos soldados de la patria, como lo único genuinamente mexicano en el ejército. Aquellos charros, con su viajo y barbudo general a la cabeza, despertaban un entusiasmo contagioso. Vino la ráfaga revolucionaria y los nuevos conquistadores, anularon los cuerpos de rurales. Aquellos hombres del norte, con sus armas americanas, sombreros texanos y pantalones de kaki, venían a dar el tiro de gracia a nuestra indumentaria nacional: eran los enterradores del traje de charro."

Entre 1920 y 1930, los mariachis de Colima, Jalisco y Nayarit que venían a tocar a la capital empezaron a desenterrar el traje de charro, sobre todo cuando los llamaban a tocar en fiestas de polílicos (Obregón era un gran aficionado al mariachi), donde tenían que cambiar su atuendo típico para otro más elegante. Se produjo así una mescolanza de tradiciones ­deplorada por los mariachólogos y por los puristas de la charrería­ que culminó en los años cuarenta con el surgimiento de los charros cantores. Con ellos nació en México la cultura de masas, que hasta entonces no había podido unificar al país en torno a una figura que aboliera las diferencias regionales entre los mexicanos. Pero si el cine y la radio contribuyerón decisivamente a consolidar el nuevo símbolo nacional, no por ello se puede tildar de manipulación a un fenómeno que reflejaba los gustos de un pueblo nacionalista y ávido de reconocerse en algo.

En gran medida, el charro cantor fue un símbolo de reconciliación entre dos clases que habían sido separados por la Revolución y que volvieron a encontrarse en el México idílico fabricado por nuestro cine: la múisica del pueblo se vestía de gala y el antiguo patrón arrogante asumía la personalidad de un bandido simpático. A partir de ¡Ay Jalisco no te rajes!, Jorge Negrete elevó la figura del charro cantor al rango de institución mítica. No sólo fue profeta de su tierra: difundió en el extranjero una imagen de lo mexicano que hasta la fecha nadie ha podido borrar. Su personalidad es una versión de nuestra idiosincrasia, y como tal despierta la adhesión entusiasta o el rechazo vehemente. Algunos lo acusan de haber exaltado los defectos ancestrales del mexicano: machimo, fanfarronería, alcoholismo, desprecio a la vida. Otros le niegan arraigo popular alegando que su tipo y su arrogancia de hacendado criollo chocaban con los modelos suaves del indio. ¿Pero acaso el indio no anhelaba y anhela ser un mandón?

En la película que lo lanzó a la fama, Negrete no interpretó a un charro catrín, sino a un héroe popular. El Ametralladora de ¡Ay Jalisco no te rajes! tenía por modelo a un aflténtico pistelero de los años treinta, el Remington, que había cembrado el pánico en los alrededores de Atotonilco robando mujeres y haciendas. Como El Zarco y Los Caballeros de la Rama, era un bandido que robaba a los rices para vestirse como ellos y demostrarles que un hijo del pueblo también podía llevar alamares de plata. Jorge sedujo al público femenino y logró que el masculino se identificara con él porque su personaje colmaba las aspiraciones del espectador (incluida la de hacerse justicia a balazos), sin el halo de santidad que nimbaba a los charros feudeles de AIlá en el Rancho Grande. En los años treinta y principios de los cuarenta, el cine mexicano todevía aspiraba a reflejer las variantes regionales de nuestro folclor. El jaliscazo acabó con esas tentativas y desde entonces, para fines de exportación, México se redujo a la más taquillera de sus provincias. Con un hábitat propio, equivalente a la pampa del gaucho y al far West del vaquero estadunidense, el charro cantor ya no era sólo una figura emblemática de la nación, sino un eelmento esencial de nuestro paisaje.

Pero lo más atractivo de ¡Ay Jalisco no te rajes!, par encima del protegonista, fue la música de Manuel Esperón. La canción del mismo nombre, cantada por Lucha Reyes, ya era un éxito internacional cuando la película se filmó (por eso la Reyes cantaba la pieza en una memorable actuación especial), y la misma suerte corrieron las que compuso ex profeso para la película, en mancuerna con el Ietrista Ernesto Cortázar. Esperón había comenzado su carrera en el cine en 1934, cuando composo la canción tema de La Mujer del puerto. No era un compositor exclusivamente dedicado a la canción ranchera, como José AIfredo o Cuco Sánchez, pero logró que el mariachi sonara como una orquesta sinfónica y conscrvó en sus arreglos el aire festivo que sesún los entendidos caracterizó al mariachi tradicional. Esperón no era de Jalisco, pero su Ietrista sí. Entre los dos hubo una marcada disperidad de talentos: Esperón tenía una gran variedad de recursos musicales, mientras que Cortázar fue un versificador lamentable. Sobre la mayoría de las canciones que hicieron juntos puede afirmarse que han sobrevivido a pesar de la letra. Cortázar fabricó, en gran medida, la imagen bravucona de Jorge Negrete y de los charros cantores en general. En algunas de sus letras, el macho de pistola al cinto se nos presenta como un objelo de adoración narcisista: "Yo soy mexicano y a orgullo lo tango. Nací despreciando la vida y la muerte. Y si echo bravalas, también las sostengo. Mi orgullo es ser charro valiente y bragado, traer mi sombrero de plata bordado, que nadie me diga que soy un rajado. Yo soy mexicano muy atravesado.''

Esta caricatura del mexicano, que actualmente nos mueve a risa, en su momento se consideró más genuina expresión de "lo nuestro". Si la charrería porfiriana se inventó un atildado mexicanismo de salón, el charrismo cinomatográfico lo sustituyó por un mexicanismo de cantina. La canción vernácula, de un lirismo sencillo y cautivador en los tiempos del mariachi tradicional (recuérdese los "ojos de papel volando" del Son de la Negra) adoplaba un engreimiento viril más próximo al donjuanismo español que al carácter del mexicano. A pesar de ser el género nacional por excelencia, Ia comedia ranchera proviene de la zarzuela, y en última instancia, del Teatro del Siglo de Oro. En ¡Ay Jalisco no te rajes!. acompañado par Angel Garasa en el papal de gracioso, y con un tio español -personajes que el productor Joselito Rodríguez introdujo para vender la película en la madre paitia­, Negrete parecía por mementos un Çhidelgo de Castilla en una comedia de capa y espada. No es de extrañar que más adelante haya tenido un exito arrollador en España, donde se jactó de llevar en las venas sangre andaluza, pus al apleudir al charro mexicano. el público español en realidad estaba redeacubriendo sus propias raíces, en un fenómeno de remembranza inconsciente propiciado par la semejanza del falsele rancherro y el cante jondo.

Los charros cantores posteriores a Negrete no tuvieón una personalidad filmica exclusivamente campirana. Pedro Infente es más recordado en la actualidad par sus melodramas urbanos que par las películas donde apareció con traje de charro. y a Javier Solís, con su tipo de pelado capitalino, nunca le sentarón bien el sombrero galoneado ni la botonadura de plata. A principio de los años cincuenta, Ia canción ranchera evolucionó hacia un género híbrido, el bolero ranchero, caya dulzona melancolía era lo más lejano a la reciedumbre del macho atravesado. Desde entonces hasta hoy, Ia figura del charro cantor ha ido perdiendo vigencia y aclualmente son muy pocos los mexicanos que se reconacen en ella. Los nuevos tradicionalistas lamentan la inminente extinción de los charros cantores, argumentando que con ellos muere la esencia de México. En realidad sólo esta muriendo una idea de !a mexicanidad que durante algunas décadas predominá en la conciencia de la nación sobre otras igualmente parciales, como el indigenismo de Diego Rivera, que borraba de un plomazo 400 años de mestizaje. El charro cantor, símbolo nacional con aspiraciones de eternidad, será visto en el futuro como símbolo de una época.

Las formas de representar a lo mexicano que vayan surgiendo en lo sucesivo tendran forzosamente un carácter efímero. Los medios de comunicación masiva, que en el pasado unieron a los mexicanos en torno a la figura del charro cantor, podrán embellecer o distorsionar a su antojo el rostro cambiante y plural de la nacionalidad mexicana. De hecho ya lo están haciendo, y el nuevo prototipo nacional que se vislumbra en el horizonie, nos guste o no, es el del norteño con sombrero texano, guitarra eléctrica y vistosa indumentaría de nuevo rico. Los Tigres del Norte, Bronco, Los Temerarios y demás integrantes de lo que se ha llamado "la onda grupera" (ignorada olímpicamente por los análisis de nuestra cultura popular, quizá porque no encaja con su idealización del pueblo) son las figuras emblemáticas del ser nacional en este fin de milenio. La chicanización de México puede agravarse con el Tratado de Libre Comercio, pero también puede ser frenada si el gobierno, la sociedad y los medios emprenden una contraofensiva que no podría consistir en un "regreso a nuestras raíces" -pues el gusto de popular no admite vueltas en U, pese a los éxitos momentáneos de la moda retro-, sino en una reinvención de lo mexicano donde los compositores talentosos y los directores de cine con ideas frescas deben recuperar la batuta que les han arrebatado los ejecutivos de mercadotecnia.

Tres de mariachi y una mariachada

Jesús Jáureegui

Los músicos charros

La versión de mariachi como grupo de músicos charros quedó plasmada canónicamente en la película El Peñón de la Animas (1942). La escena princeps es aquélla en que Gorje Negrete, el heroico Charro Cantor, lleva serenata a María Félix con dos mariachis, todos montados a caballos, incluso el arpista.

Para conveziirse en "símbolo musical de México", el mariachi tuvo que deambular un largo y azaroso camino. Y no sólo en términos geográficos ­desde el Occidente mexicano a la capital­, sino que tuvo que realizer el tránsito del mundo rural al urbano, del ámbito de la tradición oral­gestual al de los discos- radiofusoras ­películas, del contexto comarcano al de una nación con muchos gustos regionales.Aurnentó sú número de integrantes; dejó de ser el intérprete de sus canciones para pasar a ser acompañante de solistas entrenados en el bel canto o imitadores de tal género; comenzó a tocar música compuesta en la ciudad de Méxieo, con la inteneión expresa de venderse como campirana; de ser ejecutante de

música para ser bailada por la concurrencia pasó a ser un grupo musical para ser escuchado por la audiencia; tuvo que aceptar a la trompeta -antigua huésped apenas tolerada en su región de origen- como un instrumento distintivo.

Pero, sobre todo, se vio obligado a fundirse, por la vía del atuendo, con el charro, un símbolo patrio de añejo reconocimiento. En esto se le habían adelantado las orquestas típicas de la época porfiriana, cuya imagen visual se vio precisado a imitar. Para la fiesta del dictador Díaz en honor del Secretario de Estado norteamericano en octubre de 1907, no sólo se le denominó la "orquesta mariachi", sino que de entonces data la adquisición oficial de su nueva vestimenta.

De nada valieron las protestas de las asocisciones de charros, que reclamaban en exclusiva tal vostuario; ni los intentos por presentarse vestidos como huicholes, los indígenas más eminentes de su región, ni la aclaración de especialiatas como Francisco Sánchez Flores (1910­1989), en el sentido de que con el traje charro se disfrazaban precisamente los antiguos explotadores de los mariacheros. El efecto simbólico valía anacronismos y sinsentidos: ataviados de charros se mostraban como un grupo musical con clara raigambre en esta tirra; se manifestaban como el prototipo del mestizo y, por lo tanto, se apartaban de los indígenes y los negros. Se integraban, así, al paradigma internacional que incluía, entre otros, al cowboy norteamericano, al gaucho argentino...

Con su nuevo traje se presentaban como elegantes machos prototípicos y para eso llegaron a contar, además del respaldo de los gritos bravíoa, con los trompetazos... y los balazos peliculescos. En el nacionalismo de los años cuarenta, eran el telón de fondo ­musical y visual­ del charro que proclamaba los valores patrios y el honor y la vergüenza personales, que enamoraba caballerosamente a su dama y que no es doblegaba ante nadie ni ante nada.

Luego en los años cincuenta tuvieron que acompañar, ya en otro tanto, al macho herido, rogador y lagrimiante con los temas de José Alfredo Jiménez. Más tarde, en los sesenta, pasaron a un estilo alegre y dulzón, más de corte latinoamericano, con los boleros rancheros de Javier Solía. Hoy en día acompañan presentaciones de Juan Gabriel, con trajes muy estilizados, ya sin sombrero, y realizando contoneos que poco tienen que ver con las imágenes emblemáticas del México rural de las películas de la época de oro.

Sin embargo, el mariachi moderno, forjado en la ciudad de México al amparo de los medios de comunicacion electrónica, para ser tal debe vestirse de charro... Aquí, en Caracas, en Washington, en Tokio, en Amsterdam, en Roma...Aunque no sepan montar a caballo, ni domar una yegua bruta, ni echarle una mangana a una res; no conozcan los fierros de herrar y en su vida hayan disparado un revólver. Total... "el hábito no hace al monje, poro le da la figura".

Y no deja de ser conmovedor el cuidado con que ciertos mariacheros seleccionan su traje y el orgullo y respeto con que lo portan. En Estados Unidos hay mariachis que no tocan un son sin el sombrero charro bien plantado.

¿De Cocula es el mariachi?

El primer grupo mariachero que grabó comercialmente a partir de 1908 renegaba del título pero no "del origen" y se autodenominaba "Cuarteto Coculense". En los años veinte el mariachi de Cirilo Marmolejo se había visto obligado a apellidarse "coculense", aunque él era de Tecolotlán. El problema de la oriundez era vital para un conjunto que se presentaba como provinciano, campesino y jalisciense. Los mitos no pueden dejar el lugar de nacimiento de alguien con vocación de personaje a la vaguedad de una región. Por el contrario, se requiere un lugar precisa y, para tal efecto, se estableció a Cocula, como paralelamente se definía a Tequila como el luger originario del "vino mezcal" del Occidente mexicano. En buena medida contribuyo el hecho de que aparentamente los primeros mariachis que vinieron a tocar a la capital durante el porfiriato provenían de esa ciudad y más tarde no faltaron los patrocinios de políticos coculenses para que mariachis de su tierra participaran en ceremonias oficiales en la capital. Es indudable, como lo reconoce Blas Galindo, el papel de los mariachis de Cocula en la difusión de este género fuera de su región original.

Pero de eso a sostener a Cocula como la cuna del mariachi hay un largo trecho. Sería necesario demostrar con documentos que allí ­precisamente allí- se dio el proceso de acriollamiento de Los instrumentos musicales de origen europeo que utiliza el mariachi; allí se gestó la manera especial de tocarlos; allí se conformaron los géneros que este grupo tiene como tipicos (sones, jarabes, minuetes..) allí nacieron los fandangos en los que estos músicos tocaban; allí se inventó la tari ma sobre la que zapaleaban los bailadores; finalmeale, allí se gestó la combinación peculiar del baile, música, músicos y tarmina. Y la historiografía está muy lejos de dejar entrever esto.

Por el contrario, lo que presentan las, fuentes es un proceso evidentememe regional que congrega elementos provenientes del área mediterraneo con otros llegados de Afriea, muchas veces aclimatados previamente en el Caribe, y otros traídos de Asia por el Pacífico; los elementos autóctonos se modificarón, se acomodarón y se combinaron con los que llegaron de fuera El resultado es un entramado cultural genuinamente mestizo que incluye la música, el canto y la danza. Este proceso macrorregional, que abarca desde Sinaloa hasta Gerrero, tiene su epicentro en la media luna que va de San Blas a Tepic, de ahí a Guadelajera y baja hacia Colima para ramatar en Manzanillo.

Pero ¿quién se airevería a discutirle al mismísimo Jorge Negrete, cuando nos asegura voz en pecho desde 1942 que "De Cocula es el mariachi..."? Manul esperón, el composilor de la canción en que se entona dicha frase, aclaró que su intención era tan sólo plantear un marco jalisciense para El Peñón da Las Animas. No valían aclaraciones, pues únicamente se había dado forma a un convencimiento del imaginario colectivo Era obvio que la frase se había sacado de contexto, pues si se escucha completa la letra, se le plantea como una institución regional, ya que se dice que el mariachi es de Cocula, pero los sones son de Tecalitlán y el cantar es de San Pedro (Tlaquepeque). Pero el que "el mariachi sea de Cocula" es acorde con el exacerbado orgullo localista que incite a buscar un origen parroquial para nuestras tradiciones vernáculas.

El suspirado bautizo francés

¿Paraqué romper el encanto del cuento de que durante las fiestas cortesanas del Segundo Imperio Mexicano, por una confusión sonora entre mariage y mariache/chi esta tradición fue beutizada par los galos? Las variantes míticas se han multiplicado tanto en México como en Costa Rica y en España. Para algunos el emperador gustaba de estos músicos, para otros la misma Carlota era aficionada a los mariachis, para otros más algún señorito de París fue el que confundió al matrimonio con los mariachis, para otros, finalmente, los protagonistas del episadio fueron unos soldados; por otra parte, para unos el suceso tuvo lugar en Jalisco, para otros en Michoacán...

La versión galicista de la etimología del término mariachi ha sido aceptada ampliamente, incluso por intelectuales nacionalistas como José Guadalupe Zuno y académicos de prestigio internacional como Alfonso Reyes. Está avalada por el Diccionario de la Real Academia Española, la Enciclopedia de México y la Encyclopaedia Britannica. Es repetida incesantemente por locutores y guías de turistas. Todos asumen como histórica la conseja, pero nadie ha presentado un

sólo testimonionio que confirme que algún francés designó como mariage a los, músicos y los asistentes a la boda comenzaron a nombrarlos mariache/chi

Por el contrario, la palabra mariachi/che aparece vigente con anterioridad a la Intervención Francesa en el documento de Rosamorada ( 1852) para designar a los fandangos, en el de Tlalchapa ( I 859) para referise a los músicos y, más aún, en las partidas de bautismos, casamientos y entierros de Santiago Ixcuintla ( 1807, 1824,1832 y 1833) y en los censos ( 1837 y 1838) como nombre de un rancho en la ribera del río Santiago aguas abajo de la cabecera parroquial. En el caso de Santingo Ixcuintla dicha voz aparece escrita cerca de 200 veces bajo las formas alográficas Mariachi, Mariache, Marriache, Puestodel Mariachi y Puerto del Mariachi.

La fuente más antigua en que se llama "a una especie de murga compuesta de tres o cuatro músicos de la legua, con instrumentos desafinados" como mariage data de 1884, fue publicada en París y se refiere a un episodio acaecido en Guadalajara en 1875.

Queda para un análisis especifico el síntoma ­evidentemente malinchista- de plantear un bautiso por parte de incidentales invasores para una tradición "profundamente mexicana" Pero no cabe duda que al discutir los mitos de la propia sociedad únicamente se logra transformarlos. La versión autoctonista más difundida sobre la etimología del vocablo mariachi arranca con José Ignacio Dávila Garibi, quien en 1935 la atribuye al idioma coca. Aunque no hay duda de la existencia hisiorica de dicha lengua, no se ha podido encontrar ningún vocabulario, gramática o libro que permita tener el mínimo conocimiento de alla. Las palabras cocas que el canónigo José Anesagasti y Llamas recogió de una anciana en las barrancas de Tonalá por 1890 y las, que el propio Dávila Garibi obtuvo del centenario coculense José Rodríguez Nixen en 1907 han resultado ser más bien nahuas. Asimismo los topónimos cocas que aparecen en la Relación de Ponchistlan y Cuiseo del río de 1585 han sido puestos en duda por su reciente editor René Acuña. Los escasos términos planteados como cocas por fray Antonio Tello en su Crónica miscelánea de la Sancta Provincia de Xalisco de 1640 habían sido conciderados de menor interés filológico por el propio Dávila Garibi.

Lo cual no es obstáculo para que ­de acuerdo con las fuentes disponibles­ plantemos como plausible la hipótesis de un origen autóctono para la palabra mariachi/che, pero no par la "región coca" sino por los rumbos del actual Nayarit y Sinaloa.

Elmariachi ametralladora

No ha habido película en que se trate de los mariachis ­y de seguro hay más de un cienio­ que haya recibido tal cúmulo de honores como la de Robert Rodríguez (El mariachi, 1993). Incluso está por aparecer la continuación, preparada ya con todo el aparato hollywoodesco. Sin embargo, en esta cinta el protagonista no es propiamente un mariachi, sino un simple guitarrero trovador.

Un mariachi por principio es un integrante de un conjunto, no es un músico solo. El mariachi como tadición musical implica por lo menos dos elementos: un violín y una guitarra. Un cancionero solitario no es un mariachi.. ni en la tradición del Occidente mexicano ni en la que forjó en la ciudad de México y se ha difundido a nivel mundial. Sin embargo, en una película diseñada expresamente para el consumo de la población hispana de Los Estados Unidos, el "mariachi" aparece como un músico solitario que llega a héroe al ser confundido con un gatillero.

Pero aun este caso no constituye una invención arbitraria, ni una genialidad inédita. La transformación mítica ­que para nada tuvo que ser consciente y menos intencional­ aparece evidentemente en la relación del "mariachi" con la ametralladora. que se guarda en el estuche de la guitarra y que se presenta como emblema del filme en el cartel correspondiente. Dicha relación remite de manera arquetípica al personaje con el que medio siglo antes surgieron a la fama cinematográfica tanto Jorge Negrete como Pedro Infante, charros mariacheros por antonomasía: el pistolero Salvador Pérez Gómez. alias "El Ametralladora". Ambos ídolos charros personificaron al héroe alteño forjado par Aurelio Robles Castillo, el primero en ¡Ay, Jalisco no te rajes! ( 1941 ) y el segundo precisamente en El Ametralladora (1943). ¡Vaya mariachada! En tanto mitos, las peliculas conversan entre sí más que con sus "mitantes" (directores, actores, espectadores).