crónica
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Carlos Monsiváis
"°San Baltazar contra los traidores!"
(Crónica de 1968-IV)
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Marcha estudiantil por Avenida Ju·rez, hacia el ZÛcalo, 1968 |
"Una sola chispa
puede encender una pradera"
De 1968 a 1998 se ha publicado un número infinito, o si se es menos modesto, jamás cuantificable, de artículos, ensayos, libros, entrevistas, declaraciones, sobre las causas del 68 mexicano. En la descripción del Movimiento varias de las explicaciones son convincentes, pero sigue haciendo falta un análisis del espíritu de resistencia del 26 de julio. A los preparatorianos que afrontaron a la policía no los impulsó ciertamente el conjunto de factores que incluye el Mayo francés, las lecturas de Herbert Marcuse, los razonamientos del Che Guevara sobre el Hombre Nuevo, las lecciones de los estudiantes de Estados Unidos (el Free Speech Moviment de Berkeley, con su batalla por el derecho a decir "Fuck You"), y las repercusiones de la doctrina marxista. Influyó en ellos, pero no de modo explícito, el hartazgo ante la monumentalidad de la corrupción y la represión priístas. Desde siempre, quedó claro: la contienda de esa noche fue asunto del contagio del ánimo o de la decisión simultánea del no dejarse, esa indignación de persona, de grupo, de pequeña muchedumbre, que en un instante asombroso renuncian a la paciencia histórica ante la represión, uno de los rasgos constitutivos de la sociedad. De allí mi hipótesis: lo que llamamos el 68 surge al chocar frontalmente la gana de no admitir el abuso y la consigna de extirpar la subversión. El miedo a la transgresión organizada creyó localizar al enemigo urdido por su fantasía, y al golpear con saña desató la transgresión espontánea. Emitida por la profecía ("Quieren boicotear los Juegos Olímpicos para dañar a México y a su Presidente") se buscan con ahínco las evidencias de su materialización, y se les ubica en un grupo numeroso de jóvenes sorprendidos y airados. Y en respuesta a la barbarie que surge de la mitomanía, los estudiantes enarbolan piedras y palos como instrumentos del "°Ya Basta!".
Al cabo de 30 años, la hipótesis aún me persuade, y pienso que desde la perspectiva gubernamental el 2 de octubre es el remate agrio del 26 de julio. "No me quisieron entender. Tendrán que hacerlo". Y es tal el impacto de la matanza de Tlatelolco que translada el énfasis de los seres que resisten a los que son victimizados, y envía a un sitio secundario a lo que, sin el fulgor de la tragedia, también fue primordial. A quienes poseen una información vaga o vaguísima del 68 (la gran mayoría, mientras no se demuestre lo contrario) no les es fácil asomarse a ese "incendio de la pradera" que en unas horas convierte a la masa dócil y arrinconada en las multitudes contestatarias en las calles. øCómo explicar en una sociedad totalmente apaciguada el éxito de la toma de conciencia?
Ya en acción el Movimiento, sus fuerzas estructurales son, en primer lugar, la convicción del rector Barros Sierra al declarar el luto universitario y poner la bandera nacional a media asta (acto que el gobierno y la sociedad traducen de inmediato: "Los estudiantes tuvieron razón al no dejarse") y, también, la gran energía antiautoritaria que estalla por doquier encauzada hasta donde es posible por el Consejo Nacional de Huelga. Sin un discurso propiamente democrático (pesa demasiado la retórica de la izquierda política), el Movimiento sí suscribe la crítica al "hágase lo que yo digo, porque si ya lo dije es irrevocable", y esto determina el espíritu a la vez festivo, desconcertado, épico, frustrado y sacudido por la tragedia, que enorgullece a quienes se proclaman "de la generación del 68". La sucesión de acciones "de la desobediencia", y el hecho mismo de emprenderlas, corresponde al gozo del antiautoritarismo, un fenómeno hasta entonces efímero en la experiencia estudiantil, de un día o dos de duración por lo general. En los meses del Movimiento se vive con ritmos inesperados, en el ámbito de la nueva responsabilidad o, si se quiere, del compromiso generacional. Treinta años más tarde me permito traducir un tanto burdamente el mensaje de estas actitudes: "Nosotros tenemos la oportunidad jamás concedida a nuestros antecesores. Podremos liberar al país entero del yugo de los acatamientos feudales. Desde el minuto en que no nos dio la gana arrodillarnos, hicimos Historia".
The way we were
Le concedo un espacio a mi experiencia personal para situarme ante la novedad del 68. En 1952 me inicié en las concentraciones de protesta al ir al Zócalo convocado por la Juventud Comunista, a recibir a la caravana de los mineros de Nueva Rosita y Cloete. En mi recuerdo (o en las lecturas posteriores que he expropiado volviéndolas mi recuerdo), la bienvenida fue emocionante. Los héroes del proletariado, casi en harapos, seguían reclamando sus derechos ante la embestida del alemanismo. Oí canciones, vi las banderas rojinegras, escuché discursos que aplaudí por fe y no por comprensión, contemplé a quienes habían desgastado su existencia en el anhelo de ser hombres de acero, y admiré a la legendaria Concha Michel que cantó una canción de los 20, en homenaje a uno de los primeros mártires bolcheviques del campo:
Corrido de Primo Tapia
Campesino, me hiere la pena
que en el pecho llevo
mirando hacia allá
los caídos del lema agrarista.
y del comunista de la humanidad.
Al año siguiente, asistí a la vigilia frente a la Secretaría de Relaciones Exteriores, entonces en la Avenida Juárez. Esa noche se iba a electrocutar a Ethel y Julius Rosenberg, acusados de espías de la URSS, y obviamente inocentes a nuestros ojos (la desinformación no es privilegio de los despolitizados). Tarde pero eficazmente la guerra fría se instalaba en México, y eso explicaba, digamos, a la cantidad de fotógrafos cuyo trabajo busqué en vano en los periódicos del día siguiente. Se nos pidió acudir con veladoras que levantamos como muralla de lucecitas para impedir el crimen (o algo así). Discursos y pesadumbre. Un mes después repartí entre mis compañeros copias de la carta de despedida de Julius Rosenberg. Ninguno había oído hablar de él ni tuvo paciencia para mis explicaciones.
En cuanto a movilizaciones estudiantiles, en el segundo año de la Preparatoria presencié el combate a los "conejos" (la ultraderecha de simpatías pronazis) con virulencia sólo verbal. Un día se nos llamó al tercer patio de San Ildefonso y allí el representante de la prepa ante la Federación Estudiantil Universitaria nos relató la furia de "los conejos" contra la política progresista de las autoridades. Había que expulsarlos del Alma Mater, porque ese día habían anunciado su presencia a la una de la tarde. A las 12 y media el líder (si eso decía ser eso era) comenzó a burlarse de los conejos, misteriosos y penitentes, y aseguró que si no acudían era por su mariconería. Un minuto antes de la una, no sin cierta angustia, oímos al líder subir de tono, y burlarse de los descastados. A la una en punto, demandó un grito coral: "°Conejos maricones / Conejos maricones!". Hasta la fecha ignoro si prometieron ir o si el acto fue un referéndum oculto.
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Marcha de ferrocarrileros, 1958 |
Desde esa fecha los actos que presencié y las marchas a las que acudí se inspiraban siempre en la solidaridad con los pueblos invadidos por el imperialismo, o con la clase obrera reprimida. Fui testigo de momentos de apoyo conmovedor, y de marchas presididas por el fastidio de la burocracia izquierdista. Y la única, por así decirlo, "aventura existencial" de mi generación, duró unas semanas pero no dejó consecuencias. Si nadie la evoca, debió ser un mero trámite o, sin negar el componente idealista de algunos, un experimento de juventud. Hago memoria: en 1958 se va a la huelga la UNAM, en protesta por el alza de las tarifas camioneras. Como suele ocurrir, un incidente se reconvierte y a las pocas horas es una conmoción. A un estudiante de Leyes (Alfredo V. Bonfil, que murió en un accidente aéreo siendo líder de la CNC echeverrista) lo atropella un camión, que lo remite por unos días al hospital. La gota que derrama el vaso: estallido de huelga ese mismo día, marchas al Zócalo, documentos dirigidos al país entero, discursos y comisiones que hablan con fervor de la unión indestructible de los universitarios y el pueblo. Para honrar la costumbre, se recorre el circuito de CU entonando el estribillo que condensa toda la ideología acumulada: "Me voy pal pueblo / hoy es mi día / Chingue a su madre la policía". No se busque más, allí está todo.
Muchos de quienes en 1968 detestarán a los jóvenes con sacra energía republicana, desfilan y hacen acopio de gravísimas decisiones o algo parecido. Los más jóvenes se divierten haciendo guardia por las noches en las escuelas para evitar "la toma de las instalaciones". El conflicto se da al tiempo de las grandes huelgas (electricistas, ferrocarrileros, petroleros, telegrafistas, profesores normalistas), y por unos días se piensa en el fin de la dictadura de Fidel Velázquez. Vana ilusión. El gobierno aplasta la disidencia y no existe opinión pública que lamente los hechos. El presidente Adolfo Ruiz Cortines le ordena al Ejército cercar la Ciudad Universitaria, algo en principio terrible que al verterse como hecho noticioso resulta no serlo tanto: nadie cree en la invasión y todos confían en las soluciones de última hora. No hay tensiones genuinas, sólo la impresión de atesorar vivencias útiles a la hora de ascender al poder y la respetabilidad. Por lo menos una vez en la vida, reza el proverbio escrito en la pared de las tradiciones, un joven debe mostrar por unos días su desacuerdo con determinado comportamiento de las autoridades. Luego, la reconciliación y el usufructo de la herencia. Si no se disiente alguna vez no se aprende a frenar el disentimiento. Y el movimiento "camionero" termina un sábado, a la hora de la manifestación que iría del Monumento a la Revolución al Zócalo. Antes de la salida se informa del convenio: la Gran Comisión Estudiantil acordó levantar la huelga. Gritos de "°Traición! °Traición!", empellones, arrebatosÖ y lo demás, antes de la reunión brevísima de la Gran Comisión con el Presidente de la República, que se disuelve en medio de una porra en su honor.
La primera marcha en apoyo a la revolución cubana se da al llegar el presidente Osvaldo Dorticós a México en 1960. Pero de esa recepción los estudiantes son una parte, no el sector fundamental, y lo mismo ocurre con las manifestaciones siguientes, un tanto rituales, de protesta por la invasión de Bahía de Cochinos, la guerra de Vietnam, la invasión de Santo Domingo. La izquierda atrae a sectores estudiantiles de consideración, pero el estudiantado en tanto tal difícilmente se entera.
Los "medios de comunicación"
El Movimiento dispone de sus "medios masivos": las marchas, las asambleas, los mítines, los manifiestos y las brigadas. Y el coordinador, estratega y vocero es el Consejo Nacional de Huelga. Por decirlo pronto, las marchas son espectaculares, anticipos notables de la vida ciudadana, la oportunidad para ejercitarse en el civismo recién descubierto. Si a estas alturas tantos recuerdan y con tal pasión esas marchas no es nada más por la necesidad de ennoblecer el pasado (inevitable y legítima), sino porque en verdad son una aportación del Movimiento, el despliegue inaugural de recursos democráticos, la mezcla memorable de responsabilidad y relajamiento. Las marchas son exploraciones de la ciudad, exhibiciones de fuerza numérica, concursos discretos entre escuelas y facultades de récords de asistencia, prácticas políticas que se expresan como teatro de masas. Si la rigidez y la intolerancia del gobierno se exacerban, los estudiantes instauran el diálogo consigo mismos (el reparto de lo colectivo en lo individual) gracias a las marchas. Y lo que desde el primero de agosto le otorga su dimensión especial a estas demandas actuadas es la confianza en el poder de convocatoria. Ya no se trata de las manifestaciones simbólicas o sintomáticas que ahoga el tamaño de la ciudad. La emoción, como suele suceder, se desprende del júbilo demográfico. Si somos tantos, nuestra causa no será ni marginal ni reprimible ni alegórica. Por lo menos en el capítulo de las marchas, el Movimiento no conocerá el declive.
Si las asambleas, tan repetitivas, son un pregusto del fastidio de la eternidad, y si en los mítines sólo en contadas ocasiones se oyen en su integridad los discursos, en las marchas el Movimiento se desarrolla al otorgarse a sí mismo disciplina, vehemencia, sentido lúdico y orgullo por la persistencia y el crecimiento. Sin que jamás se olvide el maltrato a la UNAM y el Politécnico, se reafirma la indignación ante quienes, al cerrarse a cualquier posibilidad de diálogo, los tratan como niños regañables o incluso suprimibles. Y las declaraciones de autonomía o de mayoría de edad súbita se expresan a través del frenesí multitudinario, ordenado por el temor a las provocaciones, asido a las consignas básicas, y de humor ya en algo distante de las tradiciones de izquierda. Cada contingente sella compromisos de grupo, de escuela, de actitud. Son, por ejemplo, combativos y homogéneos los de Ciencias, Economía, Filosofía y Letras, Ciencias Políticas, la ESIME, la ESIA, la ESIQUE, las Normales. De otras facultades de historial más "despolitizado" se reciben sorpresas, por la cantidad y el entusiasmo de los participantes. Quienes jamás habían participado se felicitan por hacerlo y se radicalizan por un tiempo o hasta el día de hoy. Lo más probable es que sea su única experiencia política, lo seguro es que la seguirán contando hasta el fin de sus días o de sus oyentes. Si en un comienzo no entienden la regla de oro de estas marchas, cifrada en el anhelo de un "relajo escultórico", si tal cosa es posible, la aprenden al instante.
Sigue vigente el "°Unete Pueblo!", ya un tanto inútil en estos meses porque tantos participantes no pueden ser sino pueblo. (Tal vez hubiese funcionado mejor un "Unete Elite", para denotar el carácter plenamente popular de la manifestación.) Hay variantes de frases publicitarias: "La cerveza de barril embotellada", se transforma en "øY qué es lo que queremos? A Corona del Rosal, embotellado". Un lema reiterado es de corte tradicional: "°Muera Cueto!", en honor de Luis Cueto Ramírez, jefe de la policía. (Contribuí, de algo debo envanecerme, con el texto de una pancarta: "Santa Madriza, patrona de los granaderos".) Y en la manifestación del 5 de agosto convocada por el Politécnico, colmada de incidentes, que parte de Zacatenco y termina en las instalaciones del IPN en Santo Tomás, se inicia una práctica que me desconcierta. Se cuenta a partir del número uno, y llegando al 22 se hace una pausa y se grita: "°23 MUERTOS!", con júbilo funeral no muy comprensible. Luego, ya en septiembre, de los 23 se pasa a los "°°32 MUERTOS!!", con alborozo idéntico.
øPor qué se adopta tan rumbera necrofilia? No porque los muertos no importen, ni siquiera porque el carácter unilateral de las defunciones abone el desprestigio histórico del gobierno, sino óeso creoó porque anima en demasía cobrarle deudas a la represión. Antes, las víctimas desaparecían para siempre. Ahora, así sea sin nombres, se les echa en cara a sus victimarios. El mecanismo es muy simple, pero no despoja al rosario luctuoso de su carácter de magno disparate, ni hace menos penosa la falta de investigación al respecto. Si el gobierno lo controla todo y es casi imposible averiguar con eficacia la cifra número de muertos y heridos, el facilismo elige un número porque sí, y lo califica de hazaña. "°°°32 MUERTOS!!!", es decir, 32 pruebas fehacientes de la monstruosidad priísta. Se pudo escoger cualquier otro dígito, lo importante era afinar el resentimiento.
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"Pregonando la sinceridad de la causa" |
Estos detalles sin embargo, no afectan la elocuencia de las marchas, auténticas fiestas democráticas en la medida en que se saben adversarias de un poder aplastante. Allí me adhiero siempre al grupo que apoya la idea y los manifiestos de la Asamblea de Intelectuales y Artistas. Se asume el tono de los estudiantes porque es el lenguaje único. Si no nos fue dado intervenir en asambleas y comisiones, sí nos toca la felicidad de ser testigos de primera fila del cambio de mentalidad. Una noche, en casa de Selma Beraud, le comento a Pepe Revueltas mi entusiasmo por la fibra antiautoritaria de los estudiantes, así ya la viva a cierta distancia. Revueltas se asombra: "No te entiendo. El Movimiento nos vuelve a todos estudiantes. Tenemos que aprender desde el principio la transformación de las vanguardias. Por eso hay que proponer la autogestión".
El sentimiento de vanguardia, sin ese término, sí que se propaga y se vuelve determinante. El lema de los estadounidenses "Desconfía de todo aquel mayor de treinta años", se convierte en "Desconfía de todo aquel seguro de su porvenir burocrático". En Ciencias descubro un graffiti: "La madurez es un tigre de papel". En la Facultad de Filosofía, a instancias de Ignacio Osorio, se inaugura el "Paseo de la Momiza" para honrar a los bustos de próceres de la Academia que contemplan la efervescencia de los alumnos tan irresponsables. Lo comentado y escrito sobre el poder estudiantil se desplaza a las asambleas, así no sea nunca la ideología oficial del Movimiento. En un volante descubro la cita de José Cadalso que en 1968 José Emilio Pacheco rescató en una de sus crónicas desde Europa para "La cultura en México": "Cuéntese, pues, por nada lo pasado y pongamos la fecha desde hoy". De la defensa de la UNAM y del IPN se pasa casi sin darse cuenta a la demanda de la educación superior diferente por completo. Según el líder del 68 alemán Rudi Dutschke: "No se puede cambiar las universidades sin primero cambiar la sociedad". Una ideología se agrega a lo que fue resistencia impulsiva y necesaria, y ya se quiere enjuiciar al sistema capitalista y la función social que le atribuye a las universidades. Desconfía de todo aquel sin vocación de graffitero. Afirman Dutschke y Daniel CohnBendit: "Ser de extrema izquierda es politizar y actuar para destruir la estructura represiva de las instituciones". Desde luego, esta profesión de fe la comparte un sector muy reducido, que jamás la explica de modo convincente, pero la retórica exacerba el miedo del gobierno al cumplimiento de su profecía.
Cuéntese, pues, por nada lo pasado y pongamos la fecha desde hoy. En las asambleas y en los mítines se impone una vanidad de "clase cronológica" o como se le diga a la seguridad de que si nada se ha modificado en el país con todo y una revolución se debe a la ineptitud o la complicidad de las generaciones anteriores. El celo visionario de quien se propone forjar a mano el porvenir desciende e ilumina a otra vasta remesa de jóvenes, y el aporte específico es el ímpetu "alivianado" (para acudir a una frase de la época) que ya prescinde de símiles de la revolución francesa, de alusiones al Constituyente del 17, y de la panoplia de teóricos marxistas, y que sin el apuntalamiento de héroes y de tumbas, hace alarde de sus convicciones levantiscas, exige el diálogo, y pregona el inmenso engaño a que se ha sometido al país.
No obstante la fertilidad y creatividad de las marchas, sin embargo considero el gran invento del Movimiento en materia de difusión de sus ideas y, mejor aún, de sus sentimientos, a las brigadas estudiantiles, que recorren camiones, trolebuses, mercados, calles, restaurantes y cafés, pregonando la sinceridad y la inevitabilidad de la causa, apoyados por lo común por pasajeros, transeúntes y locatarios y rebatidos y regañados por algunos padres y las madres de familia temerosos de la suerte de sus hijos. Las brigadas asocian a la ciudad (a las vivencias urbanas) con el Movimiento, le imprimen la calidez de la contigüidad, lo acercan a quienes de otro modo compartirían el prejuicio del estudiante desobligado, vago, bueno para nada. Gracias a las brigadas, el Movimiento se define de manera memorable.
El paredón verbal de la guerra fría
Si el Movimiento del 68 es una novedad histórica por las actitudes, las influencias y las decisiones heroicas (el discurso es bastante más tradicional), sus enemigos nunca trascienden la querella histérica de la guerra fría. El cálculo propagandístico es obvio: "Si los acusamos de comunistas, automáticamente quedarán aislados". La táctica se juzga procedente, teniendo en cuenta el arraigo del anticomunismo en México, uno de los éxitos irrefutables de la guerra fría, pero es tardía, por un lado, y por otro la desmiente o nulifica la mera comprobación visual de los contingentes estudiantiles. Tanto se asoció a la conjura subversiva con "un puñado en la sombra", que las muchedumbres a plena luz del día parecen todo menos subversivas, a juicio de la opinión pública que emerge.
El fracaso de la operación calumniosa está muy en deuda con el tono delirante de artículos, manifiestos y declaraciones. Véanse por ejemplo los siguientes pronunciamientos. Don Vicente Lombardo Toledano, dirigente del Partido Popular, cuyo estalinismo lo lleva en agosto de 1968 a vitorear la invasión soviética de Checoslovaquia, le da oportunidad a su devoción presidencialista: "Lo ocurrido no tiene nada que ver con una lucha ideológica. No se dirimen cuestiones filosóficas o políticas. Pero los agentes de la CIA y de la reacción tradicional, que tienen nuevos organismos para combatir a la Revolución Mexicana, con cartera de izquierdistas, tratan de crear una confusión que elementos ambiciosos pretenden capitalizar para sus fines personales o de clase social" (en Siempre!, septiembre de 1968). No muy claro, pero así suele ser la lealtad al Sistema, confusa pero constante.
La Unión Nacional Sinarquista, en manifiesto publicado el 29 de agosto, no se tienta el corazón: "Lo que parecía un movimiento reivindicador ha caído en la violencia subversiva, alcanzando tintes de traición a la patria, ya intolerables". Y quizá el más desprestigiado de los columnistas políticos, Carlos Denegri, se prestigia ante sus patrocinadores: "Ahora son algunos de los jóvenes mexicanos los que han sido contaminados. Son ellos los que, apresados por esta fiebre, por esta enervación de los sentidos, se lanzan a las calles, con falsas banderas, y con las consignas de alterar el orden, atacar a todo lo que implique paz, tranquilidad, progreso" (reproducido a plana entera por la Asociación Nacional de Periodistas, A.C., Excélsior, 29 de agosto). Y el ex presidente Miguel Alemán Valdés, entrevistado por Agustín Barrios Gómez, es diáfano en su nostalgia por la ideología de su sexenio: "Si quienes deseamos prevalezca la paz social en México no damos la batalla de frente al virus rojillo incrustado en nuestra sociedad, después habremos de lamentar las consecuenciasÖ Las asociaciones civiles, los grupos de derecha, los sectores militantes del campo patronal deben integrar sus filas para desbaratar a la gran conjura de la izquierda recalcitrante" (en El Heraldo de México, 6 de septiembre).
En la represión al movimiento ferrocarrilero en 1959 el anticomunismo fue un arma muy eficaz. øQuién querría defender o siquiera interesarse por los subversivos? En 1968, una generación decepcionada del nacionalismo y prevenida ante las manipulaciones no le hace caso a las advertencias tremendistas. El petate del muerto, es el calificativo más usual ante las alarmas de las (todavía así llamadas) Fuerzas Vivas. Si aun no se consuma cabalmente la inmensa decepción por la sordidez del socialismo real, sí la fe en la URSS es dogma de una minoría decreciente, y la opinión pública está al tanto de la escasísima importancia de la izquierda marxista, esa confederación de grupúsculos. Por eso nace muerta la campaña anticomunista ansiosa de aislar el Movimiento. Lo que fue persuasivo se asila en el humorismo involuntario:
En acto de desagravio a nuestros símbolos nacionales en la Arena MéxicoÖ se gritaba: "°Vivan los granaderos! °Viva México! °Viva la Virgen de Guadalupe!"Ö Numerosas pancartas con leyendas como éstas: "Cristo Rey, Tú Reinarás / San Baltazar contra los traidores / Dios, Patria, Familia, Libertad"Ö Alonso Aguerrebere (del MURO), desde el micrófono, estimulaba esas manifestaciones: "°Queremos Ches muertos!", gritaba y, como un eco enorme, la multitud respondía: "°Queremos Ches muertos! °Mueran todos los guerrilleros apátridas!", volvían a gritar y la multitud respondió exaltada: "°Mueran!" (en El Heraldo de México, 9 de septiembre).
No dudo de la sinceridad antisubversiva del presidente Díaz Ordaz, pero sí de la eficacia de sus informantes, entre ellos el secretario de Gobernación. La furia coaligada de políticos, empresarios, obispos y medios informativos no persuade a los huelguistas ni el miedo de los padres de familia evita el vigor del Movimiento. Se da lugar a divisiones familiares, eso sí, pero nadie o casi nadie se toma la molestia de leer las proclamas que incitan a la rendición. (En este caso, me siento el más solitario de los lectores.) No que se sigan con avidez los manifiestos en favor del Movimiento, igualmente ilegibles por lo común, pero no hay quien profane la virginidad de bloques verbales como el del Grupo Ariel de la Generación 1929 (sin firmas):
Ellos (los del Consejo Nacional de Huelga) se autoeligieron. Eso indica su falta de personalidad y de solvencia para llamar a cuentas al gobierno. Tanto así que no sólo por cobardía sino también por táctica se cubren la cara con capuchas y ocultan su nombre al conglomerado nacional (en Excélsior, 14 de agosto).
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"øY quÈ es lo que queremos? A Corona del Rosal, embotellado |
La guerra de los manifiestos, tan desigual por otra parte, carece de espectadores. Y la desesperación es pésima coordinadora de asesores de aquellos funcionarios que prodigan intimidaciones y elogios de la cordura. Así, el 18 de agosto, en la celebración del aniversario de la Sección de Limpia y Transportes del Departamento Central, el regente Corona del Rosal argumenta: "øA quién favorece el desorden de nuestra patria? øA ustedes? °A nadie! Es la respuesta. A nadie favorece el desorden en nuestra patria y a los que más perjudica es a los pobres". øA qué corazones, cabe preguntar con ingenuidad retrospectiva, estrujó el mensaje del regente? Muy probablemente a los mismos soliviantados por la elocuencia del líder obviamente histórico de la CNC, Augusto Gómez Villanueva, que el 29 de agosto en el Palacio de Bellas Artes, en un aniversario de la lucha agraria, le informa al presidente Díaz Ordaz: "Si alguna vez se hiciera necesario recobrar sus armas (las de Emiliano Zapata) y volver a la lucha ante una amenaza que intentara destruir todo aquello que hombres como él otorgaron a México, en cada campesino Zapata habría de multiplicarse para integrar la defensa de esta nación tantas veces heroica".
San Baltazar, el Panteón Nacional y la prosa muerta de la burocracia contra "los traidores".
Carlos Monsiváis es escritor. En 1968 hacía el programa El cine y la crítica en Radio Universidad y colaboraba en "La cultura en México", suplemento de la revista Siempre! Su libro más reciente es Los rituales del caos.
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