crónica
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Carlos Monsiváis
"Defender las libertades"
(Crónica de 1968-III)
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Foto: Por quÈ? Estudiantes aprehendidos en la toma de los planteles universitarios |
La violación de la autonomía
øPor qué se organizan con tal celeridad en 1968 las comunidades de enseñanza superior: universitaria, politécnica, normalista, de El Colegio de México, días antes meros conjuros retóricos? El 1 de agosto la respuesta es unívoca: "Se violó la Autonomía Universitaria, se violaron los recintos del IPN". Hoy esa justificación se desvanece en los recuerdos y en los análisis y, sin embargo, impulsó nuevas actitudes y consolidó espacios de libertad de expresión y reunión. Y esto no sucede tan sólo porque en 30 años, tras invasiones gangsteriles de Rectoría (1972), entradas de la policía a Ciudad Universitaria (1977), ires y venires de grupos y tendencias, y pérdida de prestigio o de influencia de la UNAM, interesa en menor grado la "sacrosantidad" de la Autonomía. Pero en la primera etapa del Movimiento Estudiantil es imprescindible.
Tras el bazukazo del 30 de julio, la violación de la Autonomía conmueve a la muy débil opinión pública, distribuida en unos cuantos órganos periodísticos y funcionarios jóvenes, periodistas, profesionistas, sectores progresistas, académicos, estudiantes. Si los residuos de cultura jurídica son la única y última zona de fe en la democracia entonces disponible, gracias a éstos hay una conclusión formal y pasional a la vez: se ha vulnerado la esencia de la UNAM que es su extraterritorialidad, primero garantía de lo excepcional y luego zona de garantía crítica. Indignan y soliviantan el atropello, el vandalismo oficial del 26 y el 30 de julio, la entrada del Ejército a las escuelas, el vislumbramiento del Estado de Sitio, pero el argumento que ordena la protesta es "la violación de la Autonomía". øEso quiere decir que si no entran los soldados a las escuelas, la reacción hubiese sido distinta, menos homogénea, mucho más política que jurídica y política? Sí, eso quiere decir, si me atengo a las protestas por represiones anteriores, tan escasamente concentradas en la protección de las instituciones simbólicas. Y esto lo compruebo en mis propias reacciones, las de quien jamás había tomado en cuenta a la Autonomía. Al ver mi enfebrecimiento en una reunión, Rolando Cordera, recién llegado de Londres, me comenta: "Te salió lo Pumita y eso que no te gusta el futbol americano. Creo que a mí me pasa lo mismo". Sí, nos "salió lo Pumita", no sólo porque los chovinismos particulares en algo compensan de la crisis del chovinismo nacional, sino por dos hechos comprobables: a) la Autonomía Universitaria es el argumento que desautoriza, según la ley, las devastaciones del gobierno, y b) en 1968 apenas se utiliza el término y la idea de los derechos humanos y civiles, porque lo habitual es carecer de derechos, y porque si los admiten el gobierno y la sociedad deberán negociar o forzar la existencia de una legislación alternativa, opuesta al monopolio brutal de la interpretación de las leyes, algo en esos días inconcebible.
En Ciudad Universitaria el rumor se propaga: el rector va a intervenir. Así lo hace y al hacerlo determina la credibilidad del Movimiento. Si la resistencia del 26 de julio es la fundación moral del 68, el rector Barros Sierra aporta la legitimidad y la convicción de justicia que permitirán un movimiento de masas, evitando lo que se hubiese quedado en protesta marginal de la izquierda, fácilmente reprimible o desgastable. Se entiende el odio que a Barros Sierra le dedicarán el presidente Díaz Ordaz y los suyos. Si en 1988 Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, al desgajarse del PRI, generan la convicción que se traduce en la fuerza electoral impresionante, en 1968, aislado ante un aparato priísta homogéneo y todopoderoso, Barros Sierra representa lo inesperado: la contundencia política y moral de un miembro del establishment, ex secretario de Obras Públicas, fundador del ICA, nieto de Justo Sierra, que ante la injusticia decide resistir. Sin esa "certificación" ética, el Movimiento se disuelve en el discurso radicalizado, incapaz de extraer conclusiones teóricas de sus propuestas.
A las siete de la mañana del 30 de julio, me despierta un telefonema de Roberto Escudero, dirigente estudiantil de Filosofía y Letras, que resultará uno de los líderes más articulados del Consejo Nacional de Huelga. Me refiere la entrada del Ejército a San Ildefonso, y su experiencia de 1966, cuando la toma militar de la Universidad Nicolaíta. Allí lo marcó el sonido ominoso de las botas militares y el estruendo de los estoperoles. "Así pasó ahora, seguro", me dice. A las diez de la mañana Ciudad Universitaria es el delirio de las protestas, las conjeturas, las interpretaciones. Desde 1958 no sentía tan viva, tan convulsa a la Universidad (entonces por antonomasia). Se percibe ólo arguye mi memoria y lo ratifican los testimoniosó una atmósfera histórica, o como se llamen las sensaciones de participación conjunta. En Radio UNAM se leen en voz alta los boletines de noticias. Pese a la situación, es inevitable reírse de una nota de El Sol de México: "El estudiante de Comercio de la UNAM, Federico de la O García, de 23 años, falleció ayer a consecuencia de una intoxicación por tortas que comió en la lonchería Kolm de Anillo de Circunvalación o de viejas heridas en la cabeza, y no por lesiones sufridas en los recientes disturbios". El comunicado es de la Procuraduría del Distrito Federal.
En CU hay premura y resentimiento. A la explanda llegan en oleadas los estudiantes que exigen reanudar clases y protestan con estrépito por la violación de la Autonomía, y el ánimo se desborda al presentarse el rector Barros Sierra. Treinta años después no sé si mi retentiva es confiable, o si nada más elaboro a partir de las fotos, pero evoco al rector con paso rápido, el gesto sereno pero no dramático, y el aplomo que lo define en todas las ocasiones. Una multitud tensa y respetuosa lo sigue, acompasada por gritos previsibles: "°Viva la Universidad!", "°Viva México!", "°Viva Barros Sierra!". Todos nos sentimos ólo más probable es que con énfasis líricoó partícipes de un episodio de esos ya sólo propios de otras generaciones, en 1913 o 1958. El rector pone la bandera nacional a media asta y el silencio es abrumador. En ese minuto, la UNAM hace las veces de la nación.
Si es válida la arqueología de las emociones, recuerdo cómo al descenso de la bandera lo circunda un silencio herido, súbitamente patriótico. Esto también han conseguido los desmanes del gobierno, agregarle o infundirle la dimensión cívica a una comunidad que como tal no existía minutos antes. El razonamiento es instantáneo y no necesita verbalizarse: si protestamos por la violación de la Autonomía existimos como universitarios y, al mismo tiempo, alcanzamos del modo más noble la ciudadanía. En unos segundos, la transgresión se concreta, pese a que ninguno de los presentes se proclame ciudadano. øCómo añadirse de pronto a lo desconocido, a la grave responsabilidad social? Se canta el Himno Nacional, y los asistentes, sin preverlo y sin evitarlo en sus declaraciones faciales, se consideran patriotas y mexicanos, tal y como en otros actos similares, los asistentes se piensen politécnicos o normalistas y patriotas. La ciudadanía se avizora.
El rector lee una cuartilla:
Hoy es un día de luto para la Universidad, la Autonomía está amenazada gravemente. Quiero expresar que la institución, a través de sus autoridades, maestros y estudiantes, manifiesta profunda pena por lo acontecido.
La Autonomía no es una idea abstracta, es un ejercicio responsable, que debe ser respetable y respetado por todos.
Una consideración más: debemos saber dirigir nuestras protestas con inteligencia y energía.
°Que las protestas tengan lugar en nuestra Casa de Estudios!
No cedamos a provocaciones, vengan de fuera o de dentroÖ
La Universidad es lo primero, permanezcamos unidos para defender, dentro y fuera de nuestra casa, las libertades de pensamiento, de reunión, de expresión y la más cara: °nuestra Autonomía! °Viva la UNAM! °Viva la Autonomía Universitaria!
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Universitarios y politÈcnicos, 1 de agosto de 1968 |
En tres décadas del vigor del discurso no amengua. Si las circunstancias específicas ya son historia, la actitud es todavía vivísima. Inevitable citar a Julio Torri: "Toda la historia de la vida de un hombre está en su actitud". La de Barros Sierra es coherente en grado sumo, lo que quiere decir responsabilidad ante la función pública por sobre los intereses de la clase política, un atenerse a la realidad para extraer conclusiones de allí y no de los prejuicios. Y la actitud determina la ruta del compromiso. Lo primero, sin aspavientos, es negar la versión oficial: "Hoy es un día de luto para la Universidad". La frase sencilla deshace el énfasis de la Teoría de la Conjura, y sus nidos de horror de donde salen a revolotear las Fuerzas Oscuras, y desbarata también ese Centro Instantáneo de Altos Estudios de los Hombres de Pro, que exhortan a los estudiantes desde la autoridad del lugar común político. Véase el "fraternal llamado" de la Federación de Sindicatos de Trabajadores al Servicio del Estado (FSTSE), dirigido a los estudiantes:
Regresen a sus centros de estudio consagrándose íntegramente a su preparación cultural, pues en esa forma no sólo estarán labrando su porvenir personal, sino que estarán contribuyendo a un mejor futuro para la patria (Excélsior, 31 de julio).
Es la hora del sermoneo y el regaño. El general Juan Barragán, presidente del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM), membrete muy animoso los fines de mes, califica de "medida acertada" la intervención del Ejército: "Primero están las necesidades del DF que la petición de los estudiantes. Es lo mismo que pasó en Washington cuando los negros quisieron llegar a la Casa Blanca" (Ultimas noticias, 31 de julio. Esas citas provienen de una antología de sabiduría represiva que preparé para un número especial de "La cultura en México", de Siempre!, de septiembre de 1968). Al desencadenamiento de las condenas se enfrenta el rector con una sola página. Y le es preciso reivindicar la Autonomía, en ese momento el espacio relativamente a salvo de la impunidad y las intolerancias del gobierno. Eso desprendo del énfasis de Barros Sierra que la sitúa por sobre las libertades de pensamiento, de reunión y de expresión. A él la Autonomía le resulta, y esto es algo más que la inferencia, el derecho de excepción ante la barbarie represiva, la sujeción a una retórica y la violencia ilegal en nombre de la ley. Y en ese orden de cosas, quiere proteger a los estudiantes: "°Qué las protestas tengan lugar en nuestra Casa de Estudios!". Al día siguiente, olvidará esta consigna al encabezar la marcha que llevará su nombre en el recuerdo.
"Los grupos extremistas azuzan"
Antes de la participación del rector, todo favorece el ocultamiento de los hechos. El gobierno desata una campaña de prensa, radio y televisión contra "los subversivos", y las Explicaciones Patrióticas se desbordan. A las dos de la tarde del 30 de julio, el secretario de la Defensa, Marcelino García Barragán, afirma: "Estamos preparados para repeler cualquier agresión y lo haremos con toda energía, no habrá contemplaciones para nadie". (En esta crónica, en bien de mi memoria, he recuperado la extraordinaria recopilación del maestro Ramón Ramírez, El movimiento estudiantil de México, julio-diciembre de 1968, 2 vol., Ediciones Era, 1969. Debido a estos libros indispensables, don Ramón padeció el hostigamiento del gobierno y sus Fuerzas Oscuras.) Como todos los seguidores de la estrategia de Díaz Ordaz, el general García Barragán le puntualiza a los paterfamilias sus deberes:
Los padres tenemos obligación para la sociedad en que vivimos, para la patria y nuestros propios hijos y lo más cuerdo es encauzarlos en el estudio y que no pierdan ni un minuto, ni un segundo, en el aprovechamiento de sus clases, y mucho nos ayudarían con su autoridad paternal a observar el orden, lo que aprovecharía en mucho el país (El Universal, 31 de julio).
García Barragán es ejemplo evidente de la lealtad a las instituciones. Militante en la campaña henriquista de 1952, que postuló para la Presidencia al general Miguel Henríquez Guzmán, es un convencido genuino del ataque traicionero a las instituciones y de las sombras encanallecidas de la conjura. Sin la sinceridad de algunos (muy pocos) de los altos funcionarios, y sin el auténtico "delirio de persecución" de Díaz Ordaz, no se entiende el poder persuasivo de los otros funcionarios, los que delatan la Conjura urdida por ellos. Al estar tan convencido de la revuelta en las catacumbas, García Barragán se desentiende de los hechos puntuales, y le da a informes amañados la categoría de verdades irrebatibles. Por eso, no explica quién agredió al Ejército, y por eso su versión de los hechos es tan endeble: según él, en la intervención militar de la madrugada del 30 de julio, "no se disparó un solo cartucho, no se trató mal a los estudiantes" y, de seguro en previsión del ejército conspirativo, participaron tres batallones de la brigada de infantería, un escuadrón de reconocimiento, un batallón de transmisiones, dos batallones de la guarnición de la plaza, otro de guardias presidenciales y otro de paracaidistas. En suma, la guerra contra el extraño enemigo de existencia nunca comprobada. El general García Barragán es preciso en lo indemostrable: en la Ciudadela se obtuvieron 300 bombas molotov y en San Ildefonso un número no precisado de armas de fuego. Item más: "La puerta de la Preparatoria 1 no fue abierta de un bazukazo, sino por un conjunto de bombas molotov lanzadas por los propios estudiantes". Y finiquita su fervorín: "Los estudiantes se dejaron arrastrar por las pasiones personales que fueron aprovechadas por grupos extremistas que los azuzaron hasta conducirlos a extremos de violencia. No creo que los estudiantes formen parte de una conjura".
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GarcÌa Barrag·n, secretario de la Defensa |
(Sólo una vez vi al general García Barragán. En 1972, en el aeropuerto de Guadalajara, él esperaba el avión que traía a Salvador Allende. Separado de la comitiva, de apariencia recia, sin saco, llevaba bajo el brazo Las conversaciones con Allende, de Régis Debray, que más tarde le autografió el Presidente de Chile.)
En el 68, las manifestaciones se convierten en imperativo categórico para cada uno de los sectores que las componen. Tal vez porque una obligación política que no se traduce en deber social tiende a disminuir y aletargarse, tal vez porque esta generación no ha conocido el alborozo y el compromiso de una empresa común, el caso es que al Movimiento lo describe casi hasta el final el alborozo de resistir juntos. Se ha insistido demostrativamente óSergio Zermeño, por ejemploó en el perfil de clases medias del Movimiento, algo más o menos obvio, por tratarse de sectores estudiantiles en la época previa a la explosión demográfica de la enseñanza, pero también es cierto que la mayoría de los participantes no tiene demasiado que perder, o no le importa arriesgar su situación laboral. Y es determinante tal "pérdida del sentido de conservación" en la amalgama de movimiento político y comunidad festiva. Si nos pasa algo por estar aquí ósería el mensajeó nos pasaría más por no acudir, lo que se observa con claridad en el sector por así llamarlo culto, que unifica pintores, escritores, académicos, artistas y directores de teatro, músicos. (Ni uno solo del medio televisivo, arriesgarían demasiado.)
La manifestación del rector
El 1 de agosto, antes de la marcha, las tensiones tienen que ver con certezas y rumores. Se sabe con detalle de las unidades del Ejército en espera del avance prohibido de los contingentes óse previene sobre la filtración de provocadoresó, se comentan las amenazas terribles. Nada inhibe a los manifestantes, pero las autoridades deciden una ruta precavida, por avenida Insurgentes hasta Félix Cuevas, y de allí el regreso. La salida es magnífica y la anuncia el sonido de júbilo victorioso, que concreta el desafío de una comunidad que no se deja y desfila. A la cabeza Barros Sierra, el secretario general de la UNAM, Fernando Solana, el sociólogo Pablo González Casanova. La marcha es beligerante, pero avasalla la consigna de no alentar la provocación. Todavía la intención es de corto plazo, esto no puede durar, el gobierno emitirá el "Usted disculpe", para qué pelearse con la generación del relevo. Se intercambian datos lúgubres: el número de muertos en la toma de San Ildefonso, el enfrentamiento (°otro más!) en la Ciudadela, los estudiantes detenidos en la Preparatoria 5 de Coapa. Hace dos días había 500 detenidos (mil, según otras versiones), que se han ido liberando. En las fantasías a propósito de los muertos localizo uno de los elementos a la vez más vigorosos y más débiles del 68, la fe en el rumor, en especial en lo tocante a cifras de la represión. Supongo indetenible a este candor estadístico en una etapa tan regida por la desinformación; creo también que en alguna medida paraliza al Movimiento al atarlo a visiones alucinadas. Si la realidad es tremenda, øqué necesidad hay del tremendismo?
La manifestación evidencia la respuesta casi unánime del sector académico. (Nada más la rechazan grupos de poder de algunas facultades, hechos a un lado.) Si la represión del 26 de julio se propuso liquidar a la conjura "en su cuna", consiguió lo opuesto: fortalecer en los centros de enseñanza media y superior una idea: el gobierno es en sí mismo la más vasta conjura. Y las intervenciones del rector afianzan la solidez de los argumentos. Antes de empezar la marcha (que se calculará en 150 mil personas), el rector se pronuncia:
Quiero decir que confío en que todos sepan hacer honor al compromiso que han contraído. Necesitamos demostrar al pueblo de México que somos una comunidad responsable, que merecemos la autonomía, pero no sólo será la defensa de la autonomía la bandera nuestra en esta expresión pública; será también la demanda, la exigencia por la libertad de nuestros compañeros presos, la cesación de las represiones. Será también para nosotros un motivo de satisfacción y orgullo que estudiantes y maestros del Instituto Politécnico Nacional, codo con codo, como hermanos nuestros, nos acompañen en esta manifestación. Bienvenidos. Sin ánimo de exagerar, podemos decir que se juegan en esta jornada no sólo los destinos de la Universidad y el Politécnico, sino las causas más importantes, más entrañables para el pueblo de México. En la medida en que sepamos demostrar que podemos actuar con energía, pero siempre dentro del marco de la ley, tantas veces violada, pero no por nosotros, afianzaremos no sólo la autonomía y las libertades de nuestras casas de estudios superiores, sino que contribuiremos fundamentalmente a las causas libertarias de México. Vamos pues, compañeros, a expresarnosÖ
En unas cuantas palabras, Barros Sierra despliega el ideario esencial del Movimiento (diferente a trechos del programa del Consejo Nacional de Huelga): retener la autonomía, que es garantía de un reducto hurtado a los caprichos del autoritarismo; levantar un programa en defensa de los derechos humanos y civiles (los estudiantes presos); unir las fuerzas de las instituciones agraviadas; y ver en el combate a la impunidad gubernamental una causa primordial del país; tomar como bandera la constitucionalidad de la protesta en contra de la ilegalidad descarada de la represión.
La marcha avanza, guiada por el miedo a la provocación. El Ejército aguarda en la colonia Nápoles y en la Del Valle con tanques y tanquetas, y soldados con fusil o a bayoneta calada. Al regreso, Barros Sierra habla con brevedad, aboga por el destino justiciero del país; encomia "la fuerza del uso de la razón, sin menoscabo de la energía", declara su satisfacción: "Nunca me he sentido más orgulloso de ser universitario como ahora"; insiste en la continuidad de la lucha por la libertad de universitarios y politécnicos, "contra la represión y por la libertad de la educación en México".
Los seis puntos del pliego petitorio
La velocidad de los cambios remite a todas las tesis o hipótesis sobre Lo Inesperado. øCómo en unos días se vino abajo la fachada de la inmutabilidad? øDe dónde extraen el temperamento radical los indiferentes de horas antes? Lo más fácil pero lo muy sectorial es ubicar el origen del discurso izquierdista: los militantes, que por su experiencia y sus horas-Asamblea y sus años-reunión de célula, se apoderan de numerosos Comités de Huelga. La mayoría de esta minoría viene de la Juventud Comunista y del Partido Comunista, otros se describen a sí mismos con o sin espasmos ideológicos, se etiquetan desde la primera conversación: maoístas, guevaristas (con estudios de postgrado en Revolución en la revolución, de Régis Debray, y la teoría del "foco" insurreccional), espartaquistas. Los identifica la urgencia de intervenir antes de que les arrebaten la palabra, costumbre de círculos de estudios donde se veneran a tal punto los libros sagrados que nunca se pasan del cuarto capítulo. "Y aceptad mi profecía: el que llega al final del AntiDühring, Materialismo y empiriocritícismo y El Capital, tendrá derecho a encabezar la dictadura del proletariado".
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"Es infame la c·rcel por disidencia ideolÛgica, es monstruoso el delito de disoluciÛn social |
Los militantes creen en el marxismo pero a sus horas, aguardan el advenimiento del socialismo pero sin la fe religiosa de sus antecesores, obedecen la disciplina pero no tanto, practican la elocuencia circular (lo más difícil de una intervención, para estos militantes, es cómo evitar que termine). Al decidirse la huelga y al constituirse el Consejo Nacional de Huelga, a ellos les toca casi naturalmente la dirección. Para eso estaban desde el principio. A ellos, también, los sorprende la energía del Movimiento, más allá de cualquier previsión. El Movimiento no será comunista, y variará su discurso, pero en el primer momento, el dominio de la izquierda tradicional es incontestable. Examínense los seis puntos del Pliego Petitorio:
1. Libertad a los presos políticos.
2. Destitución de los generales Luis Cueto Ramírez y Raúl Mendiolea, así como también el teniente coronel Armando Frías.
3. Extinción del Cuerpo de Granaderos, instrumento directo en la represión, y no creación de cuerpos semejantes.
4. Derogación del artículo 145 y 145bis del Código Penal Federal (delito de Disolución Social), instrumentos jurídicos de la agresión.
5. Indemnización a las familias de los muertos y a los heridos que fueron víctimas de la agresión desde el viernes 26 de julio en adelante.
6. Deslindamiento de responsabilidades de los actos de represión y vandalismo por parte de las autoridades a través de la policía, granaderos y Ejército.
øQué se desprende del Pliego? Las exigencias, por demás legítimas, del Partido Comunista (libertad a los presos políticos, eliminación del delito de disolución social), más las demandas muy específicas del 26 de julio y sus secuelas. Pero el elemento unificador es, con otras palabras, la defensa de los derechos humanos y civiles, punto de partida de los procesos democráticos. Si para las muchedumbres estudiantiles la existencia de presos políticos encarcelados en 1959 es asunto más bien nebuloso, tienen la experiencia muy reciente de los detenidos en las invasiones a las escuelas y en las redadas de comunistas. Son presos políticos porque los procesos judiciales son una farsa, y porque si el crimen de los encarcelados por el vallejazo es retar al control sindical, la falta gravísima de los apresados a fines de julio es pertenecer a la Gran Conspiración que se descubre con granaderos y a golpes de bazuka.
Derechos humanos y civiles: es infame la cárcel por disidencia ideológica, es monstruoso el delito de disolución social, es inadmisible que continúen en su puesto los represores más ostensibles, se rechaza el salvajismo institucional del Cuerpo de Granaderos, es de elemental justicia la reparación de daños a las víctimas y sus deudos, es impostergable la investigación que delimite los roles represivos. En su pronunciamiento medular, el Consejo Nacional de Huelga no es ni pretende ser radical. Así se le juzga porque es "herejía" o "blasfemia" el mínimo cuestionamiento de la autoridad del Presidente, pero el Pliego Petitorio es en primera y última instancia una reivindicación ética de consecuencias políticas, no a la inversa. Y esto se produce en un CNH con presencia categórica de la izquierda política.
"La cultura viva y militante"
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Carlos Monsiv·is y Juan Rulfo |
Felguérez coordina los aportes de los artistas plásticos, y los restantes más un grupo de activistas incansables, nos reunimos sin método, y, eso sí, sistemáticamente publicamos manifiestos cuya primera redacción corre por lo común a mi cargo. Los llevamos a El Día, Excélsior y Siempre!, y juntamos hasta 500 firmas de quienes confían en nuestro sentido de la proporción, mismo que sin duda mejora luego de la Declaración inicial, de sonido arcaico, reminiscente de polémicas de la lucha interna del PCM. En esa ocasión Revueltas es el redactor en jefe del texto que se termina el 9 de agosto y se publica el 27, por cuestiones "financieras":
ï El movimiento estudiantil representa una verdadera revolución en la actitud de la cultura hacia la sociedad en que vive.
ï La juventud pugna por una cultura viva y militante, desenclaustrada del ámbito cerrado y estéril que la aparta de la política y de las inquietudes de su tiempo.
ï Ahora no sólo se trata de estudiar y aprender, sino de controvertir, cuestionar y refutar las ideologías enajenadas a estructuras pragmáticas y sistemas del poder nacional, donde el hombre ha sido olvidado y no tiene sitio alguno.
ï En compañía de esta juventud, nosotros, los escritores, artistas e intelectuales, queremos golpear al mismo tiempo a las viejas instituciones y estructuras que niegan los valores de libertad e independencia, tanto en México como en el resto del mundo.
En los párrafos que siguen, reciben su merecido "las supercherías democrático-burguesas" de la clase en el poder, la mitificación de la revolución mexicana, el monopolio político, la cerrazón de la prensa, la supresión de las huelgas y el fracaso de la reforma agraria. Ni una palabra sobre las causas del Movimiento. Sólo el hábito de los planteamientos totalizadores, destinados no a la lectura sino al exorcismo de la burguesía. Por fortuna, en algo mejoran los siguientes textos de la Asamblea de Intelectuales, grupo efectivamente existente no obstante el hecho contradictorio (sólo una vez se efectúa una asamblea).
El nivel de las discusiones del grupo es, según recuerdo, más bien precario y por razones entendibles. Pesan las décadas de vida pública falsificada, de censura atroz, de susto institucional ante la crítica, de uso ornamental de intelectuales, escritores y artistas, que acompañan al Presidente de la República o al candidato del PRI en sus giras y banquetes ceremoniales. En el 68 es mínima si alguna la experiencia polémica de los intelectuales. øQuién les publica sus análisis de coyuntura, quién admite los riesgos de la confrontación teórica? Los izquierdistas son invisibles o inaudibles, y excepciones como Daniel Cosío Villegas, son eso: seres privilegiados a quienes se les permite la "locura sagrada" de los disentimientos esporádicos.
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ReuniÛn del Consejo Nacional de Huelga |
Es curioso, según mi síntesis de aquella etapa, el aprendizaje gremial del habla política. En mi memoria, o en las condimentaciones de mi memoria, a las reuniones las distingue la ingenuidad. Si los militantes tardan en aprender, y nunca lo consiguen del todo, el habla que los separa del gueto de izquierda, los intelectuales y los artistas se obstinan en la aplicación incierta de la terminología. Y esto desemboca en encuentros casi catequísticos mediados por el acatamiento de los rumores. No obstante eso, los manifiestos y los actos culturales son siempre mejores que las reuniones, señaladas por las descargas catárticas de los convencidos de la inminencia de la revolución (si se le convoca a tiempo en los desplegados).
En 1998 hay un conocimiento más uniforme sobre política, transición a la democracia, consenso, gobernabilidad, derechos humanos, presidencialismo, etcétera. En 1968, con errores varios, adopción acrítica de bloques verbales, y sectarismo como lenguaje de la falta de alternativas, se inician en rigor el debate sobre los derechos de la sociedad y la búsqueda de un vocabulario compartido. Tan modestas proposiciones desde la perspectiva de hoy, lanzan al gobierno a una cruzada de exterminio. En 1968, entre otras cosas, se paga cuantiosamente el derecho a la libre expresión.
Carlos Monsiváis es escritor. En 1968 hacía el programa El cine y la crítica en Radio Universidad y colaboraba en "La cultura en México", suplemento de la revista Siempre! Su libro más reciente es Los rituales del caos.
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