Homs,Ricardo.
Psicología del Mexicano.
Capítulo 9.
pp. 127-144.
México: el país de la intuición
pura
La cultura occidental se ha caracterizado por sustentarse en la razón y la deducción.
Podríamos decir que Alemania, cuna de los más grandes
filósofos de los últimos tres siglos, es el país
"de la razón pura", y a México le tocaría
considerársele su antítesis: "el país
de la intuición pura".
Razón e intuición
Podríamos definir a la razón como un proceso discursiva fundamentado en la deducción, apoyada en una melodología lógica. Por lo tanto, la razón requiere de disciplina y mucha obervación.
La razón es pragmática y objetiva; es el resultado de la reflexión.
En contraste, la intuición es una percepción instintiva e inconsciente, cercana a la clarividencia; por lo tanto es subjetiva.
La razón también puede ser interpretada como todo un sistema de comunicación que para transmitir ideas y conceptos primeramente los categoriza y los estructura en un orden lógico y sisitematizado; después se vale del lenguaje para describirlos.
El lenguaje no es más que símbolos fonéticos y gráficos que funcionan como herramientas de comunicación.
Ante la imposibilidad de dar una palabra a cada sensación, concepto, idea; lo cual implicaría un lenguaje excesivamente complejo que precisaría del uso de una gran capacidad de memoria. Ante ello, no queda más alternativa que agrupar en cada palabra varios conceptos, ideas, actitudes y sentimientos; varias sensaciones afines. Este englobamiento de varios significados en cada palabra, repercute en perjuicio de la definición y precisión de significados vitales en todo lenguaje.
Como ejemplo podemos tomar a la palabra amor, que difícilmente significa lo mismo para dos personas, ya que constituye una vivencia única y personalizada. Ante esta indefinición, la palabra amor se ha desgastado y ya no significa más que superficialidades estereotipadas.
Cuando nuestra pareja nos dice "te amo", para conocer el significado real y la magnitud del sentimiento descrito no hay otro camino que aguzar nuestra sensibilidad para captar intuitivamente el mensaje.
El mexicano, acostumbrado a dar a las palabras un valor relativo,
es especialmente sensible a interpretar de modo intuitivo lo que
le rodea y lo que dicen quienes le rodean.
Más allá de las palabras
La razón requiere de la utilización del lenguaje como herramienta de comunicación; la transmisión de ideas termina siendo a través de símbolos representativos. La intuición es un sistema que nos ayuda a percibir.
Sin embargo, a falta de una herramienta de fácil uso, la comunicación a nivel intuitivo se torna difícil y compleja, pues falta un de enlace, que siempre es "la palabra", detrás de la cual está representado un racionalizado.
Para que se dé una comunicación efectiva a nivel intuitivo, se requiere de empatía entre ambos interlocutores, lo cual es una condicionante que restringe sus posibilidades, pues la torna selectiva.
La comunicación intuitiva se da difícilmente, pero
cuando se logra es rica y vasta en matices.
A verdades relativas, un orden social impositivo
La intuición por ser subjetiva es una experiencia individual que difícilmente puede ser compartida.
De aquí se deriva el hecho de que en México difícilmente hablemos de verdades absolutas... cada quien da crédito sólo a la verdad que percibe intuitivamente, y que por lo tanto es su verdad, lo que nos remite a considerarlas como verdades relativas.
Esta clara conciencia de las verdades relativas nos lleva a una idiosincrasia flexible, poco convencional, donde se respeta el derecho a la propia interpretación y a la ajena.
Cuando dos verdades relativas se enfrentan, sólo queda de por medio la imposición por parte del más fuerte, de quien tiene más autoridad (moral o formal) y más credibilidad; o la del que se impone por la violencia o el terror.
De aquí se deriva la aceptación tácita e implícita de que "las leyes son letra muerta al servicio del poderoso".
El poderoso apela a la ley para justificar racionalmente su propia verdad subjetiva e imponerla
A falta de verdades absolutas que establezcan todo un sistema de convivencia social, en México la estabilidad se logra en base a una serie de imposiciones escalonadas donde intervienen infinidad de líderes, de todo tipo y características, que imponen a su modo las reglas del juego.
Sólo a través de la imposición Mexico ha logrado estabilidad social. Éste es el grave y complejo problema al que la sociedad mexicana se enfrenta actualmente, y que en sí constituye un importante reto: construir un orden social más equitativo y justo, pero sin contar con el apoyo de la razón y la objetividad, que no forman parte de nuestra idiosincrasia.
Recordemos que de la razón es de donde se desprenden las leyes que operan en casi todo el mundo occidental. Tienen como característica fundamental que predisponen al individuo a acatarlas por convicción y con disciplina.
Donde no existen verdades absolutas, es difícil crear concenso espontáneo.
Las normas se acatan sólo a través de la imposición, o del convencimiento.
De este modo podemos decir que las verdades aceptadas en una sociedad como absolutas terminan siendo compartidas por todos los ciudadanos. La verdad absoluta (justificada o no), se convierte en propiedad de la colectividad, y es asimilada por cada uno de sus miembros como suya. De este modo se logra el concenso que le da vida y justifica.
En cambio, en México, a falta de verdades absolutas, racionalmente aceptadas, campea la individualidad. De este modo, el individuo está por encima de todo... de las leyes y de la misma sociedad.
México es un país de excepciones... cada mexicano se considera un ser peculiar, que requiere de un trato particular, adecuado a sus circunstancias, y por lo tanto no acepta de modo voluntario sumarse a los demás.
La ausencia de normas incuestionables que sean aceptadas por todos los mexicanos, ha génerado el surgimiento de un sistema caracterizado por estar regido por instituciones fuertes y sólidas, que terminan siendo opresivas.
Esto ha propiciado la gestación de oraganismos sociales que detentan poder por sí mismos, par la presión que logran dejar sentir en la sociedad. Ellos, al no estar sustentados en objetivos y principios absolutos que rijan sus destinos, terminan siendo un juguete a manos de sus directivos, quienes les imprimen su propio sello su verdad relativa y personal es asimilada como verdad institucional.
Observamos cómo las instituciones en países sajones preservan durante siglos su propia personalidad, su filosofía y sus normas, y quienes llegan a presidirlas, se ajustan a los lineamientos marcados en los estatutos
En México las instituciones son flexibles, moldeables en manos de sus directivos, y con cada cambio de cabezas se da un reajuste de estructuras y de orientación. La institución se pone al servicio de quien dirige. Por ello la organización confiere a su máximo líder poder absoluto disfrazado de autoridad. Esto genera parcelas de poder, que se ejerce en forma escalonada y en las dosis que delimita el organigrama. La única verdad generalmente aceptada es la que se define e impone desde las altas estructuras, desde donde emana la autoridad.
Sin embargo, se sabe que su vida es finita... subsiste mientras permanezca en la cúspide del organigrama su mentor.
Por constituir verdades relativas, personalizadas, los lineamientos
y normas institucionales deben ser impuestas a través del
"poder condigno".
Las parcelas de poder
Observemos que el influyentismo es un cáncer que desajusta a la sociedad. Este consiste en que una minoría se tome la prerrogativa de quedar libre de la jutrisdicción de las leyes, o la de interpretar la aplicación de éstas.
Sin embargo, nuestra estabilidad social se basa en el equilibria de fuerzas entre oprimidos y opresores.
Cada quien ejerce la parcela de poder que le corresponde: en las instituciones políticas, sindicales, empresariales, sociales, educativas, familiares, etcétera.
Porque los mexicanos somos intuitivos por naturaleza, y fomentamos
el uso de la intuición, nos movemos en un esquema de comunicación
bastante complejo y difícil de ser entendido por extranjeros.
Lo aparente es engañoso
Los mexicanos fuimos integrados a la cultura occidental por un país europeo, España, que nos impone un nuevo orden social y un esquema de vida.
Sin embargo, nuestra mitad indígena siguió viviendo debajo de la piel, y nos acostumbramos a llevar una doble vida: la pública, que no es más que un remedo de un esquema racional en el cual no creemos, mientras que para nosatros mismos conservamos nuestro auténtico "YO", intuitivo, al cual damos crédito y nos guía en la resolución de nuestros asuntos.
Esta doble vida se refleja socialmente, creando un mundo aparente dentro del acontecer nacional, de fachada, sin vida, acartonado, de formulismos, ritos, tradiciones y costumbres, y escondida de todas las miradas fluye la auténtica vida mexicana, con sus pasiones encendidas, deseos y sueños; pasiones que se reprimen para poder conservar una apariencia mesurada, fría, objetiva.
Esta actitud camaleónica ante la vida, el mundo nuestros
semejantes, implica para cada mexicano la necesidad de tener alerta
su intuición para dar a lo qe le rodea su debida interpretación;
valorar en su justa dimensión.
El metalenguaje
El lenguaje utilizado con doble sentido es típico modo de ser en nuestra comunicación
Se utiliza de modo ingenioso para relativizar la importancia de lo que nos rodea, para escarnecer a alguien o a algún acontecimienio, o simplemente como expresión de nuestro acostumbrado buen humor.
La sutileza en el contenido de nuestros mensajes es fundamental.
El humor entre los países sajones es dado màs por el modo en que se cuentan los chistes y no tanto por el contenido de ellos; es un reconocimiento más al talento histórico de quien lo cuenta, que al contenido, ya que generalmente su humor es poco ingenioso.
En México sucede lo contrario, el motivo del humor es el contenido, lo que se dice, más que cómo se dice. Entre las excepciones a esta regla, que han tenido éxito espectacular, se cuenta a Cantinflas y Clavillazo, quienes causaban risa por su actuación y no por lo que decían... porque no decían nada, y ese era su mérito. Sin embargo, ellos no contaban chistes, sino que interpretaron durante toda su vida artística un mismo personaje que simplemente cambiaba de papeles. Ellos escarnecían al "peladito" mexicano.
La característica principal del personaje de Cantinflas era su uso barroco del lenguaje; cargado de palabras aparentemente elegantes y pretendiendo ser expresadas con erudición, sin embargo, fuera de contexto.
El humor es el desahogo del mexicano, y se convierte generalmente en un reto por demostrar en un enfrentamiento verbal, quien tiene más ingenio.
Pero también es el modo que tiene de agredir, restándole
importancia a aquellas personas o circunstancias que le oprimen
o molestan.
Mensajes encubiertos
Como lo hemos dicho antes, en la comunicación del mexicano lo que menos vale es el contenido semántico de las palabras; éstas pueden ser dichas por compromiso o formulismo, frases estereotipadas, carentes de significado, y sin embargo, el mensaje real permanece oculto, listo para ser descifrado por intuición.
Cuando pasamos por un restaurante y nos encontramos con un conocido que está comiendo, al acercanos a saludarle, seguramente nos invitará a sentarnos en su mesa
Conocer su intención real, al hacernos el convite es imprescindible para decidir si aceptamos su ofrecimiento.
Éste pudo haberlo expresado sólo por cortesía, con la intención de parecer amable, pero deseando que nos excusemos y no aceptemos su invitación... o esperando que le acompañemos.
Sólo nuestra intuición nos descifrará el sentido real de la invitación.
Si nos equivocamos, y erróneamente interpretamos sus palabras, como deseos, con toda certeza seremos calificados de impertinentes.
Cuando nos encontramos con otro conocido que al despedirse nos dice "a ver cuando nos vemos", o "luego te llamo", podemos interpretar que no está interesado en volvernos a ver.
Los mexicanos cuidamos mucho las formas, y por ello somos excesivamente diplomáticos; evitamos decir de modo directo aquello que es incómodo, y por ello preferimos expresar lo que suponemos que la otra persona quiere escuchar. Sutilmente deslizamos una llamada de atención para que nuestro interlocutor interprete lo que en realidad desearíamos responder y no nos atrevemos a hacer.
Manejamos usualmente un mensaje formal, o "de compromiso", y simultáneamente el mensaje real, sugerido, o totalmente oculto.
La indefinición en una respuesta indica que ésta es negativa: "déjame ver si puedo", quiere decir "me es imposible", o simplemente "no quiero". "Trataré de acompañarte" indica "¡no iré!". Lo imperdonable es la indelicadeza, herir la susceptibilidad o la dignidad del interlocutor, aunque lo que se le diga sea verdad. La intencionalidad de las respuestas siempre deberá ser descubierta por el receplor.
Los mensajes no verbales, como tono de voz, gestos faciales, y otros sólo reconfirman lo que la intuición indica respecto al sentido en que debe ser interpretado el mensaje.
A través del lenguaje también pretendemos modificar la realidad, como si el orden establecido pudiese transformarse con un conjuro nuestro.
Desde niños aprendemos a evadir la responsabilidad de nuestros actos atribuyéndola al azar o destino. Cuando derribmos un jarrón, simplemente decimos "se cayó", como si ese objeto se hubiese movido por sí solo de su sitio y hubiera llegado a nuestras manos por propia voluntad. Tal parece que a través de una acrobacia fallida hubiese resbalado.
Difícilmente un mexicano diría "lo tiré". Lo común es asumir una actitud evasiva, con lo cual se da por sentado que el objeto fue manipulado por una fuerza extraña a él, y por lo tanto, no somos responsables del accidente.
Cuando a una cocinera se le calcinan los frijoles, simplemente
se justifica diciendo "se quemaron", con lo cual está
negando toda participación en el error. "Se me olvidó"
significa que el asunto se escabulló de nuestra mente,
que no es lo mismo que "lo olvidé". El lenguaje
se convierte así, en el vehiculo liberador del mexicano.
La agresividad como defensa
Es innegable que no todos los humanos poseemos el mismo grado de sensibilidad, y por lo tanto, no todos los mexicanos tenemos desarrollada la intuición.
Por esta razón lógica, hay quienes no tienen posibilidades de comunicarse sutilmente con los demás, y se sienten desorientados y marginados, sin entender la psicología de quienes les rodean.
Estas personas asimilan únicamente el contenido formal de los mensajes y se equivocan usualmente en la interpretación.
Ante esta limitante, no les queda más alternativa que asumir una actitud defensiva en estado crónico; alerta constante, para agredir apenas sienten peligro, o cuando no entienden lo que sucede a su alrededor
Por ello, los mexicanos nos dividimos en dos grupos perfectamente definidos: los muy diplomáticos e integrados socialmente, conocedores de las reglas de la idiosincrasia mexicana, reservados y sutiles... y los agresivos, marginados que se hacen valer a la fuerza, y consiguen las cosas por imposición.
A su vez, existe un subgrupo, derivado del segundo grupo, formado por quienes no poseen intuición, pero tampoco tienen ni fortaleza física, ni psicológica para hacerse respetar.
La sociedad mexicana es contradictoria y polarizada: usualmente muy flexible, pero a veces excesivamente rígida; conciliadora e impositiva; tímida y agresiva; excesivamente paciente y muy desesperada; aguantadora e intolerante; muy espiritual y demasiado materialista; soñadora e idealista, y también escéptica y pragmática; religiosa y liberal; humanitaria y despiadada; ingenua y maliciosa; confiada y desconfiada; dadivosa y miserable; medrosa y valiente.
¿Cuál de los dos polos prevalece en cada grupo social...? Esto dependerá de la fuerza numérica o psicológica de los individuos que dirigen los destinos de quienes están en cada polo o extremo. Después de medir fuerzas ambos grupos, el conglomerado humano tomará las características del grupo de más peso específico.
Por todo esto, México es un país dividido en dos grandes contrastes: dominadores y dominados; manipuladores y manipulados; ricos y pobres; triunfadores y fracasados; letrados y analfabetas. Los términos medios no son usuales.
Sin embargo, todos tenemos la misma tendencia a aferramos al pasado, como aristócratas venidos a menos, con desconfianza del futuro y temerosos de su incertidumbre.
Por ello México es cauteloso y elude los grandes retos. Nuestras hazañas históricas han sido más bien producto de la necesidad, que derivadas de ideales.
En la lucha por independizarnos de España, y en nuestra revolución, el pueblo participó por desesperación, sin tomar en cuenta los otros intereses existentes.
Sin cuestionar de ningún modo la buena fe y patriotismo de nuestros héroes de la Guerra de Independencia, no podemos soslayar que esta lucha se inició a raíz de la invasión napoleónica de España.
Los reyes españoles fueron destituidos por Napoleón, quien dejó gobernando a su hermano, llamado despectivamente Pepe Botella, en alusión a su afición a la bebida. Los comerciantes españoles radicados en México, vieron peligrar sus intereses ante la perspectiva de llegar a depender del gobierno francés, y quizá financiaron el apertrechamiento del ejército Insurgente.
Nuestros próceres aprovecharon la coyuntura política para darnos la Independencia, pero el pueblo participó luchando por necesidad, más que por conciencia histórica o por idealismo.
Todo esto nos permite ejemplificar nuestra tesis: la agresividad
latente en un importante sector de la sociedad mexicana no es
natural, sino derivada de la impotentcia para hacer valer sus
derechos por medios pacíficos; por su incapacidad para
persuadir valiéndose de los sistemas de comunicación
prevalecientes en nuestra sociedad, que son de tipo intuitivo.
Empatía y manipulación
Dentro del esquema de dominadores y dominados existe una variación, la del liderazgo, real y efectivo.
Como ya lo hemos dicho anteriormente, dentro del aparente caos social de nuestro modo de vida, la intuición es una herramienta de comunicación que de modo informal nuestra sociedad estimula, pues es nuestro propio elemento de integración.
La intuición como herramienta de comunicación nos permite conocer las auténticas motivaciones y actitudes de quienes nos rodean con efectiva clarividencia
De este modo es como se puede dar la empatía, o sea, poniéndonos en los zapatos de nuestro prójimo.
El liderazgo sólo es posible cuando el líder se convierte en el intérprete del sentir de un grupo humano.
Kimball Young (Psicología Social de la Opinión Pública, Ed. Paidós, B. Aires) dice que los líderes pueden ser los primeros en plantear o definir una cuestión; pueden verbalizar y cristalizar los sentimientos vagos de las masas; pueden manipular los anhelos de las masas en su propio provecho.
México es un país donde abundan los líderes y la demagogia. De este modo cada líder primero interpreta lo que desea o anhela su grupo. Después planea una propuesta para alcanzar estos objetivos.
Al prometer a su gente lo que ésta desea escuchar, obtiene su apoyo, y termina luego sacando provecho personal de la fuerza política y social que le dan sus representados.
Éste es el esquema del liderazgo demagógico, excesivamente común en nuestro medio; líderes que tienen la capacidad de intuir las motivaciones de quienes les rodean, penetrando de este modo en su intimidad psicológica. Luego manipulan sus necesidades, prometiendo solventarlas. Después, este líder podrá ir a ofrecer esa fuerza política bajo su control, al mejor postor.
Este liderazgo demagógico es derivado del pragmatismo, exento del romanticismo, que muchas veces constituye en otro tipo de sociedades el factor fundamental que origina el nacimienio de un líder.
El líder pragmático, como el nuestro, usa su intuición y habilidades persuasivas, no para lograr objetivos de beneficio social, sino para satisfacer ambiciones personales.
Nuestra idiosincrasia es tan escéptica que no cree en utopías, y nuestros líderes más bien utilizan las ideologías derivadas de estas utopías como elemento de manipulación, para dar formalidad y características sociales a su lucha.
Pero para lograr sus objetivos se apoyan en la actitud desesperada de quien está ansioso por obtener lo que en juslicia le es elemental. Por ello el campesino mexicano, hambriento de justicia y con grandes carencias, ha sido utilizado muchas veces como carne de cañón por líderes demagogos y corruptos.
En la medida en que sea apremiante satisfacer las necesidades básicas de un individuo, éste estará dispuestó a intentar de nuevo lo que se le propone, aun teniendo la certeza de que será manipulado. Mientras exista una remota esperanza de obtener lo que le es indispensable, hará el intento.
La desesperación hace que aun con evidencias en contra
del líder, el sujeto desee creer en él, pues siempre
será más estimulante tener una esperanza, aunque
sea remota, que abandonarse a la desesperanza.
Los rituales y formalismos
La inseguridad en el propio valor de lo que se es o en lo que se hace, obliga a buscar apoyos externos
Los títulos universitarios, que simplemente indican que se poseen conocimientos, los hemos convertido en símbolos de estatus. Todo mexicano profesionista hace cuestión de ser nombrado con el título correspondiente, del mismo modo que antiguamente, en Europa, la nobleza exigía se reverenciaran sus títulos.
Aún en estas actitudes, las formas siguen prevaleciendo contra el contenido, pues los títulos se convierten en una máscara (concepto definido por Octavio Paz), que oculta una realidad repleta de pequeñeces y estrecheces. El título universitario es el subterfugio que utiliza quien se siente desarmado ante la sociedad, para darse a valer.
Un título universitario simplemente formaliza la existencia de un cúmulo de conocimientos de nivel superior. Por lo tanto, es un medio: el objetivo son los conocimientos.
Sin embargo, el objetivo del estudiante universitario mexicano lo constituye la obtención del documento que le acredite como poseedor de un nivel intelectual superior.
El altísimo desempleo que existe entre universitarios, se refleja en los salarios bajos, pues cada vez es mejor pagado, un técnico que un egresado con nivel de licenciatura. La diferencia es la actitud: quien busca una licenciatura universitaria generalmente pretende estatus social y conocimientos, pero quien recurre a estudios de nivel técnico, pretende obtener conocimienos prácticos y desarrollar habilidades.
Dado que la educación superior puede satisfacer la vanidad de la persona, existe el riesgo de que se altere el orden jerárquico de objetivos.
El universitario que destaca profesionalmente en la actualidad, lo hace por propios méritos y no por el título que le respalda, que ya es un simple documento que se ha devaluado.
El respaldo académico que antiguamente daban las licenciaturas, ahora se obtiene con maestrías y dociorados.
Similar situación se da con los cargos jerárquicos dentro de una organización. Entre más ostentoso sea el título del cargo, más halaga la vanidad del individuo y éste corre el riesgo de sacrificar eficiencia al fomentar rituales que en lugar de establecer puentes de comunicación, se convierten en barreras.
Por ejemplo, un gerente que está cuidando su estatus y fomenta el protocolo en su comunicación con los subalternos (para evitar "que le pierdan el respeto"), no se podrá comunicar eficientemente, y siempre estará mal informado. Además su liderazgo será sólo formal, una autoridad forzada.
En la política los rituales constituyen servilismo por parte de quien desea seguir obteniendo los favores y proteccion del poderoso y un remedo de la nobleza de parte de quien tiene el control.
Se pretende obtener favores a través del halago de la vanidad.
Los rituales perfilan y definen un modo de vida racional y estereotipado,
producto de nuestra faceta occidental, pero esconden nuestra auténtica
y rica sensibilidad y la protegen de las agresiones del medio
circundante.
Conclusión
Resumiendo podemos concluir que la complejidad de la idiosincrasia del mexicano reside en un esquema de manejo intuitivo de la realidad circundante y de las relaciones con sus semejantes, que contrasta con el sistema racional y deductivo sobre el que se asienta la cultura occidental que importamos, sin poder asimilar aún, desde hace casi quinientos años
Formalmente la sociedad mexicana se mueve en un contexto racional, acartonado, sin vida, estereotipado pero la auténtica realidad, la vida que mueve a nuestro país circula intuitivamente: no la vemos pero por sus manifestaciones sabemos que existe.
Este sistema social de tipo intuitivo es sumamente peligroso, pues afecta negativamente a quien no tiene desarrollada su sensibilidad obligándolo a la automarginación.
Además, predispone al individuo a ser explotado por los demás, o le induce a desarrollar, para poder sobrevivir; una actitud defensiva, un estado de alerta crónico que se puede convertir en agresividad cuando siente el más leve síntoma de peligro.