Homs, Ricardo
El Gran Reto Mexicano.
Prólogo pp. 21-30.
Psicología del mexicano
Prólogo
México es un país amurallado. Invisibles muros le aislan del mundo exterior.
El individualismo que caracteriza a nuestra idiosincrasia es factor importante de ello. Genera desconfianza.
El mexicano vive el más absoluto pragmatismo; está alerta, a la defensiva, conviviendo con el temor de ser agredido.
Ello le pone continuamente ante la alternativa de convertirse en víctima o verdugo... y por supuesto, que la segunda opción termina siendo la deseable, creando todo un sistema de relacionamiento matizado por la desigualdad de papeles: un dominador y un dominado; un ganador y un perdedor.
Esta situación se vive en todos los niveles y todas las circunstancias, reflejándose, en casos extremos, en violación de los derechos ajenos.
En México la actilud agresiva termina siendo una estrategia de defensa. Obtener poder es el mejor modo de defendernos. Lo que no se puede obtener por medios propios, entonces se consigue a través de la integración a una institución que lo delente, para recibir autoridad que se pueda ejercer como poder.
Los caminos para distrutar de autoridad habilitada como poder, son variados. Todos los ejercemos en algun momento específico y lo sufrimos a manos de otros.
Por ello, al referirnos a las violaciones de los derechos ajenos cabe recordar la célebre obra de Lope de Vega: ¿quién es culpable?... "Fuenteovejuna, señor".
Con respecto a nuestra relación con otros países, nuestra desconfianza nos repliega y nos condiciona al aislamiento.
Preservar nuestra cultura incolume ha sido una tradición relacionada con la defensa de nuestra soberanía.
La contaminación cultural, de tradiciones, eslilo de vida, principios y valores, ha sido el enemigo a vencer. De este modo, a través de una actitud conservadora y localista, nuestra identidad nacional se ha mantenido inmaculada.
Ello fue posible en las circunstancias prevalecientes hasta la irrupción de los medios masivos de comunicación, que conmo previera Marshall McLuhan en los años sesentas, convirtieron al mundo en una gran aldea tribual: los sucesos trascendentales que se escenifican en un extremo de nuestro planeta, de modo inmediato son conocidos hasta en el más recondito rincón donde haya una antena de televisión o un radio receptor, y al día siguiente, con un análisis, serán comentados en los periódicos.
La Guerra del Gólfo Pérsico fue una muestra de ello: todos pudimos ver a través de la TV lo que sucedía en el momento mismo de la acción.
La transculturización que se esta dando a través de los medios de comunicación masiva, que nos trasportan hacia una cultura cosmopolita, no ha sido posible detenerla.
Como no ha sido planificada y se lleva a cabo sin control, se da de modo anárquico; es un bombardeo generalizado, continuo, y sin tregua por todos los flancos.
Defender un territorio tan vasto, culturalmente hablando, como el que poseemos los mexicanos, es imposible. No es una lucha contra un enemigo concreto... es un ataque que no se puede acreditar a persona o grupo específico. Son las consecuencias derivadas del modelo económico prevaleciente en la mayor parte del mundo, caracterizado por la pretensión de producir masivamente bienes y servicios, a fin de bajar costos y poder competir con el arma más poderosa: el precio más bajo.
Esta competencia es lubricada por la mercadotecnia, y su herramienta: la publicidad. Esta última se ha convertido en un importante factor de transculturización, pues sólo se puede colocar un mismo producto o servicio en todo el mundo dentro de un mismo esquema de vida. Así, sin pretensiones de liderazgo cultural la publicidad se ha visto habilitada como fenómeno cultural y educativo, ya que es la principal generadora de actitudes, estereotipos y patrones de conducta.
La cultura del mexicano cada vez más se origina en la TV.
La necesidad de explorar nuevos mercados ha propiciado la irrupción de gran variedad de satisfactores.
Todo se vende actualmente. Lo mas novedoso es la venta de expectativas: ideologías, filosofías, ideas religiosas de muy diversos orígenes, fantasías sexuales y eróticas, teorías psicológicas, capacitación, modelos de desarrollo personal, dietas alimenticias, cultura y arte, e incluso, hasta ideas revolucionarias.
Actualmente no hay ninguna actividad que no haya sido tocada por el Rey Midas.
Con una mentalidad pragmática podemos decir que detrás de todo movimiento social de vanguardia, incluso de los que se jactan de rechazar a la sociedad consumista, hay alguien haciendo negocio. Cualquier acto humano requiere de insumos, bienes o servicios, y en ese momento surge un proveedor.
Cuando tratemos de identiticar el origen de este poderoso movimiento culturizador, que socava las raíces culturales de cada pueblo, tendremos que decir "Fuenteovejuna", al igual que el legendario pueblo que es actor principal de la inmortal obra de Lope de Vega, del mismo nombre. Todos los que participamos del sistema económico llamado consumista, somos responsables de este fenómeno económico-socio-cultural.
Es evidente que de modo epidérmico los mexicanos hemos adoptado conductas estereotipadas que son ajenas a nuestra idiosincrasia, y nuestro estilo de vida se ha modificado hacia patrones cosmopolitas.
Los medios de comunicación masiva, la publicidad y la canción de masas al ofrecer estilos novedosos han impactado a la sociedad mexicana.
Que nuestras instituciones reaccionen agresivamente poniendo barreras a los mensajes que llegan de todo el mundo es ridículo considerarlo como una opción seria, pues además de requerirse una censura sumamente sofisticada, casi imposible de lograr, constituiría un atentado contra un principio básico de nuestras leyes: la libertad de expresión y de acción, pues nadie, ni la más alta autoridad del país tiene el derecho de decidir lo que debe gustar a los mexicanos. Además, es improcedente desde el aspecto práctico, pues no hay nada más deseable que lo prohibido.
La cultura no se impone por la fuerza, sino que se fomenta a través de la educación y del refinamiento de la sensibilidad de un pueblo.
Lo que vale reluce en contraste con lo opuesto.
Cuando se propuso ante la Cámara de Diputados que se reglamentara la transmisión de música de procedencia extranjera por las radiodifusoras, para que sólo se transmitiese música de origen nacional, se estaba atentando contra la libertad de decisión de todos los mexicanos, además de que se propiciaría lo contrario: el encarecimiento de los fonogramas producidos en el extranjero, que tendrían una mayor demanda.
A toda imposición corresponde una reacción.
La alternativa viable para preservar nuestra identidad, es reevaluar nuestro acervo cultural, nuestras tradiciones, principios y valores, rasgos de idiosincrasia y seleccionar aquello que por su calidad o trascendencia sea digno de ser conservado. Entonces sí será prioritario centrar todos los esfuerzos en defender su vigencia. Entre más se reduce el territorio por defender, aumentan nuestras posibilidades de éxito.
El Tratado de Libre Comercio exige un proceso drástico de integración total y absoluto al resto del mundo. Una integración sin miedo y sin cortapisas. Los mexicanos no podemos mantenernos distantes de la comunidad mundial, temerosos de ser absorbidos. Si el integrarnos implica soltar lastres que nos estorban, esta es una buena oportunidad para hacerlo.
México necesita rejuvenecer sus estructuras sociales, a fin de hacerlas adecuadas a los nuevos retos que se nos presentan. Sólo de este modo podremos los mexicanos ser competitivos en los mercados mundiales y disfrutar con las utilidades de un mayor nivel de vida, mejores salarios, abundante empleo, y los mejores productos del mundo.
A fines de milenio ningún país puede marginarse y atenerse a sus propios recursos sin pagar el precio de su aislamiento con penurias económicas y atraso tecnológico.
México es un país con principios y valores sólidos, con fuerte formación humanística, que bajo un esquema de desarrollo planificado sabrá valerse de la tecnología y no esclavizarse a ella. Inglaterra en Europa, y Japón en Asia son dos ejemplos de países perfectamente integrados al concierto mundial, que participan activamente en la cultura cosmopolita sin perder su propia identidad nacional, perfectamente arraigada en cada uno de sus ciudadanos.
Si partimos de la base de que las circunstancias nos exigen una reconsideración de lo que somos los mexicanos, poniendo como punto de referencia lo que deseamos ser, debemos realizar un análisis de los factores que conforman nuestra idiosincrasia y de los valores fundamentales de la sociedad mexicana.
Estudiar el problema en su conjunto es una obra titánica, de la cual existen antecedentes, con obras que ahora son clásicas del tema, como El Perfil del Hombre y la Cultura en México, de Samuel Ramos, publicado en 1934; El Laberinto de la Soledad, de Octavio Paz, que data de 1950, o Vecinos Distantes, del brasileño Alan Riding, además de otras obras igualmente valiosas.
En este libro nos centraremos en un aspecto fundamental para la conformación de un nuevo orden social: la necesidad de redefinir lo que es "autoridad", disociándola del concepto de "poder".
Esta confusión entre autoridad y poder ha causado estragos, creando relaciones conflictivas, en la administración pública y la política, las relaciones obrero-patronales y en todo lo que equivocadamente se denomina "esferas de poder".
El poder disfrazado de autoridad es justificado en un marco jurídico que dictan las leyes, que fueron creadas para servir al pueblo. Utilizando la autoridad delegada por el sistema jurídico se ejerce el poder "condigno", que siempre se practica en beneficio de quien lo detenta.
Este enredo conceptual ha contaminado desde la época de la Colonia las relaciones obrero patronales, la familia, los sistemas educativos y todo lugar donde debiera ejercerse autoridad.
Este orden de cosas ha llegado a conformar un sistema sui géneris, enraizado en las estructuras sociales y políticas de nuestro país: primeramente el individuo obtiene poder por sus propios recursos para dominar a un grupo social determinado, y luego el sistema político le delega la autoridad que legitima el uso del poder.
Para lograr justicia social, requisito básico para involucrar a todos los mexicanos en desarrollar un proyecto de nación moderna, plena y acorde con su potencial, debemos primeramente delimlitar el uso de la autoridad, en todos los niveles y todos los ámbitos de convivencia y coartar el uso del poder.
Debemos restituir a las leyes su sentido original, pues son el marco jurídico que equilibra fuerzas y concilia intereses, de modo que el poderoso no abuse del débil.
El problema que representa en nuestro país el abuso del débil por parte del fuerte, no es de tipo político, sino social. Afirmamos lo anterior tomando en cuenta que nuestro sistema político es permeable y renovable, pues a él ingresa todo aquel que esté dispuesto a sujetarse a las normas que le rigen, y no la propiedad de un grupo cerrado hegemónico y elitista. Nuestro sistema politico y administración pública, con sus vicios reflejan fielmente la idiosincrasia de la sociedad mexicana, conformada a través de siglos de abusos, que se iniciaron en el momento mismo de la rendición de Tenochtitlán ante el ejército de Hernan Cortés.
Este problema, remitido a las relaciones laborales, en el marco de las expectativas que nos crea el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, nos obliga a considerar que mientras no se cree un nuevo orden social, que a su vez involucre a los sectores productivos del país, enseñando a quien detenta autoridad a ejercerla en beneficio de quienes le rodean y no como prerrogativa personal, el trabajador mexicano no dará de sí, en su actividad laboral, toda la eficiencia que su capacidad le permite.
México debe formar de inmediato líderes y jefes con conciencia social, con responsabilidad y compromiso con sus subalternos. De este modo se imprimirá confiabilidad en las relaciones.
El mexicano del futuro debe ser abierto, y no cerrado, como lo describe Octavio Paz en El Laberinto de la Soledad. Es imprescindible que se fomente la lealtad y el espíritu de participación. Cuando hay malos subalternos es porque hay malos jefes.
La delimitación de la autoridad, que de inmediato debe realizarse en la administración pública y en las instituciones orientadas a la producción (principalmente en la industria y sindicatos), será un sistema de vida cuyo ejemplo de inmediato cundirá a la familia, escuela y a todos los núcleos humanos, donde dos o más personas deban conciliar intereses.
Es sumamente importante resolver este problema, que no sólo repercute en la productividad del mexicano.
El uso del poder para someter los intereses del débil ante los deseos del fuerte, trae consigo una actitud defensiva y desconfiada por parte del primero, y la prepotencia del segundo.
La preservación de la paz social, requisito básico para mantener la paz política, en nuestro país está condicionada a la creación y consolidación de una cultura de derechos humanos, pues estos no se harán respetar por decreto, sino por convencimiento.
Podrán atenuarse los abusos policiacos en los grandes centros de población y con respecto a sujetos que sepan hacer respetar los propios, pero para la población marginada o desprotegida, que tradicionalmente ha sido victima de atropellos y arbitrariedades, no habrá misericordia, como nunca la ha habido. Se podrá imponer el respeto a los derechos humanos, pero sólo bajo la mirada vigilante de una autoridad responsable de su custodia. Imposible es mantener ese control en cada inspección de policía, en cada patrulla, en cada calle, callejón o casa abandonada... o en el campo.
Esta verdad incuestionable para quien someta el tema del respeto a los derechos humanos a un análisis racional y pragmático, le enfrentará a la única posibilidad: crear una cultura de derechos humanos, que se integre a la idiosincrasia de todos los mexicanos. Cada mexicano, consciente de la posibilidad de ser verdugo a veces, y víctima en otras ocasiones, deberá ser el guardián de este principio, fundamental para la preservación de la dignidad.
La idiosincrasia mexicana posee un rasgo fundamenlal para la vida de los mexicanos: una intuición hipersensible, que canalizada con responsabilidad puede convertirse en piedra angular de la ofensiva comercial mexicana en el extranjero.
La intuición la hemos malgastado como recurso de última hora para resolver problemas no previstos. Sin embargo, encauzada dentro de un sistema de productividad, como un estilo de trabajo, puede ser un rico potencial hasta ahora subutilizado.
México se halla en un punto crucial para su desarrollo. Por ello se hace necesario reevaluar lo que somos los mexicanos, a fin de fortalecer nuestros valores fundamentales y desarraigarnos de aquellas costumbres, prejuicios y conductas estereotipadas que nos limitan y representan barreras a la modernización de nuestro país.