Gonzáles y González, Luis
"Nexos"
La índole de los mexicanos
vista por ellos mismos
En busca de México y lo mexicano
en su conjunto, han seguido muchas pistas. Con morbosa frecuencia, los intelectuales de mayor caletre de las seis últimas generaciones mexicanas. Caso, Heuríquez, Reyes y Vasconcelos esbozan imágenes pequeñas, pero de cuerpo entero, de una sociedad en ascuas. Ramos, uno de los dioses mayores de la generación de 1915, dibuja El perfil del hombre y la cultura en México al terminar la tormenta revolucionaria. Cinco grandes del tramo de desarrollo estabilizador (Carrión, Gómez Robledo, Iturriaga, Paz y Zea) han dicho su verdad, poco optimista, sobre el pueblo que los engloba. El archiinteligente Emilio Uranga inicia un Análisis del ser del mexicano que continúan, con particular entusiasmo, siete apóstoles de la generación del medio siglo: Aramoni, Fuentes, Peñaloza, Portilla, Villegas, Villoro y Zaíd. También algunos que ahora tienen la gerencia de los destinos de México (Aguilar Camín, Bartra, Béjar, Careaga, Krauze, Meyer, Monsiváis y otros) han dado a conocer la idea que se han hecho de su orbe nacional, y según rumores, los más lúcidos de la generación de la crisis, que aún no cumplen los cuarenta años de edad, ya buscan empeñosamente una visión totalizadora de México, que no sólo de algunas de sus reconditeces.
Se cuentan por millares los investigadores especializados en algunos de los aspectos o en algunas zonas de la vasta geografía, del cuerpo económico, de la organización social o de los valores culturales de lo mexicano. Numerosos economistas, sociólogos y demás científicos del hombre de fabricación universitaria han dado a luz decenas de miles de escritos que iluminan parcelas del quehacer material, de la convivencia y de la cultura de un México en marcha que quizá porque se mueve nunca ha salido bien en ninguna foto parcial ni panorámica. También cabe atribuir la impureza de la mayoría de las imágenes de México a que han sido tomadas desde la capital de la República, donde se amontonan, como ustedes lo saben muy bien, los estudiosos de ochenta millones de seres humanos repartidos en doscientos millones de hectáreas, o en otros términos, en ocho zonas, treinta y dos estados, doscientos paisajes y más de dos mil municipios. A lo anterior se juntan otros elementos que oscurecen las fotografías de lo mexicano. No pocas fotos reproducen imágenes anteriores de dudosa vigencia. Muchas monografías y síntesis se basan en estadísticas endebles, y en los mejores casos, en censos de población y económicos, hijos de la desconfianza nacional. A los elementos anteriores debe agregarse uno de clara deshonestidad: abundan los plúmiferos que desfiguran los retratos de México con fines de propaganda política o simplemente para saciar rencores personales.
La mayoría de las imágenes de nuestro país pecan de poco realismo, son borrosas, mal hechas o alteradas y dirigen la lente indiscreta hacia las partes menos atractivas del cuerpo nacional. Se escribe mucho y con creciente placer de las anomalías estomacales de México, de una vida material en crisis. También se enfoca la cámara, con mucha frecuencia, hacia aspectos dolorosos, granos y chipotes de la sociedad y la política nacionales. De la cara, de la república, de las ideas, sentimientos y voliciones de la mayoría de los mexicanos se ascribe relativamente poco. México muestra una cara graciosa y un buen corazón que son, por lo menos, tan merecedores de fotos como el vientre repleto de lombrices y de amibas y las extremidades cascorvas y llenas de nudos. Conviene hacer una foto de México con la suma de las sacadas por ese fotógrafo que los de habla francesa denominan Lui Meme y los hispanohablantes El mismo, en la que resalte el rostro y la cabeza del país, que no únicamente su crisis estomacal.
De hecho, la nueva imagen del mexicano ya está en hechura. Una de las pistas frecuentadas en este decenio de los ochenta para conocer a México ha consistido en dejar que México hable, que el paciente diga los sintomas de su malestar y de su salud. Raúl Béjar y un vasto equipo de colaboradores trabajan Sobre la identidad y el carácter nacionales. Hace unos meses que comenzó a circular el folleto priista México habló que resume los frutos de la campaña de "consulta popular" hecha en 1988. Un año antes apareció Cómo somos los mexicanos, obra coordinada por Alberto Hernández Medina y Luis Narro Rodríguez y escrita por los coordinadores y Alberto Alvarez, Iván Zavala, Carlos Muñoz, Sylvia Schmelkes, Pablo Latapí y Luis Leñero, sobre la base de una encuesta nacional en la que 1837 personas desembucharon su idea de México y de su gente. De modo semejante al anterior Enrique Alduncin Abitia pudo hacer Los valores de los mexicanos con ayuda de Banamex y sobre todo de los miles de compatriotas que respondieron al interrogatorio de Alduncin y su equipo ya en plena crisis, que no cuando se suponía una riqueza del país la que debíamos aprender a manejar. Con las confesiones contenidas en los libros citados, con algunas notas sacadas de mi buzón y con mucho de lo oido aquí, esbozo esta miniatura del México en vigilia en este penúltimo decenio del siglo XX. Aunque algunos mexicanos son proverbialmente insinceros y casi ninguno sigue al pie de la letra el consejo de "conócete a ti mismo", es posible hacer, con sus confesiones, una imagen más realista del mexicano que las basadas en vislumbres, deseos y malos ratos de intelectuales famosos. Cabe empezar el dibujo en donde duele aquí y ahora, en el triángulo que la voz del pueblo denomina
Salud, dinero y amor,
en los tres territorios constitutivos de la vida material, en las partes que según Juan Ruiz, arcipreste de Hita, y sus pósteros Carlos Marx y Segismundo Freud consideran fundamentales. Si se pregunta a demógrafos, economistas, antropólogos, ecologistas y médicos sobre el estado actual del edificio "República Mexicana" y la salud, economía y comercio sexual de sus moradores casi todos se refieren al desastre nacional, pues los estudiosos del mexicano padecen de pesimismo incurable. En los libros profundos se habla de una población pobre, enfermiza, acurrucada junto a un nopal, con pocos deseos y poca fuerza reproductiva, con muchísimas carencias materiales que el mexicano ignora y no las sufre. Sólo uno de cada diez se sabe enfermo o alcohó1ico. Aún la población rural que cuenta con un 80% de pobres en el centro y un 94% en el sureste y un 86% en el conjunto del país no se cree ni pobre ni achacosa.
Las encuestas indican que la mayoría de los mexicanos se sienten saludables, felices, con buen nivel de bienestar y muy aptos para la vida erótica. Pablo Latapí señala que las dos terceras partes de la población rústica está satisfecha con su vida. A los observadores distantes de la pobreza les parece absurdo que ocho de cada diez familias mexicanas se declaren felices con su situación económica, pero así es. Quizás el espíritu de sobriedad, tan alabado por las órdenes mendicantes en el siglo XVI, sigue vigente, y no sólo en las etnias indígenas, también en los segmentos de la población que se llaman campesino, ranchero y laboral. El mayor número de quejumbrosos por falta de salud, dinero y amor se da en las clases menos desfavorecidas de las colmenas urbanas.
Lo anterior no quiere decir que nuestros compatriotas quieran permanecer en el grado de bienestar en que viven ahora. Ricos y riquillos aspiran con vehemencia a niveles más altos de salud, dinero y erotismo. La mayoría, sin desvivirse por ello, quiere, según Enrique Alduncin, "alcanzar niveles de confort equiparables a los de las naciones industrializadas". Un buen número ha ido, casi siempre como trabajador, al país más confortable del mundo, al que ofrece el máximo placer en casi todos los órdenes, que no en el de la cometunga, y ha llegado a envidiar, aunque sin ponerse amarillo, las comodidades gringas. Contra las crecncias de algunos patronos, los obreros encuestados dicen que les gusta la talacha y pocas veces sueñan en la jubilación. Casi todos anhelan mejores empleos y mayor ganancia, pero no al punto de que esa ambición les quite el sueño. Se ambicionan los adelantos técnicos y los gozos que ofrecen. Durante la campaña electoral de don Carlos Salinas de Gortari se le pidió con insistencia un trío de cosas que tienen que ver con el orden material de la vida: viviendas confortables, agua suficiente y drenaje. En otros asuntos de la mayor importancia, en los de haber mantenencia y ayuntamiento, la mayoría de los mexicanos quiere continuar con la costumbre de la comida sabrosa y variada y los hábitos maritales que han regido hasta la fecha. Con todo, crece el número de los cuida kilos y salud, de los prófugos del tabaco y de los controladores de la natalidad. En el orden de los bienes materiales los mexicanos se encuentran entre su tradición casi cincocentenaria y la modernidad con que los tientan los países del primer mundo. Se mantienen adictos a la vida austera pero siguen encaminándose hacia la vida fácil y abundante rodeada de estufa, refrigerador, tele, radio y transporte con ruedas, ya no con patas. Siguen adictos al placer de la mesa, a la tortilla, al tamal y el mole, pero se someten con facilidad a dietas adelgazadoras. En los cuatro pecados capitales que tienen que ver con la existencia material, se observan las siguientes proclividades: la avaricia tira al alza lo mismo que la lujuria. En cambio disminuye la pereza y quizá también la gula.
En los asuntos relativos a la sociabilidad, el panorama de tradición y modernismo es muy diferente, así como el ejercicio de los pecados capitales relativos a la vida social como son la soberbia, la ira y la envidia. Según la propia confesión de los mexicanos su actividad societaria se centra en
El yo, la familia y la patria
aunque en dosis muy diferentes según la clase, el segmento sociocultural y la zona a que se pertenezca. Como quiera, en ningún sector coincide el punto de vista de sus miembros con la idea de cultos y gobernantes. Las cúpulas políticas e intelectuales perciben un hombre de escasa iniciativa individual, irresponsable con los suyos, patriota hasta las cachas y eternamente agradecido con un papá gobierno que le brinda tierra, trabajo remunerador, agua potable, luz nocturna, hospital y medicinas, caminos, escuelas, comisariado ejidal, asociaciones obreras, ayuntamiento, mitines, discursos y frecuentes visitas de funcionarios. Las encuestas revelan una mexicanidad con altas dosis de egoismo, rnuy familista, patriota de dientes para fuera, apárica en lo politico y desagradecida con el gobierno. Quizá la parte menos armoniosa del cuerpo nacional sea la relativa a la vida en común. Es muy digna de atención la grieta que separa a los gobernantes y a los gobernados, una grieta capaz de producir sismos sociales.
El mexicano, por regla general, se siente antes que nada, persona. El más fuerte de sus amores es el amor propio. Núnca ama a su prójimo como a sí mismo, salvo si es un familiar. Todas las encuestas coinciden en el familismo de los mexicanos. En Latapí se lee: "Prácticamente nadie contestó que nunca se siente feliz en su hogar y las proporciones de los que rara vez lo están son muy pocas... Paradójicamente a la luz de lo anterior, se consideran agresivos en su casa 'a menudo' o por lo menos, 'algunas veces'". Como quiera, es muy alto el nivel de satisfacción en la casa. Ninguna de las normas del decálogo se cumple con tal gusto como la cuarta. El amor a la madre y a la novia son las principales fuentes de la cursileria mexicana. Los padres experimentan mucho placer en la crianza de los hijos. Por los suyos, se llega hasta el masoquismo. Muchos sienten sabroso sacrificarse por la familia. El más allá del circulo de la familia, en el que se comprenden también compadres y arrimados, es otra cosa.
Alrededor del mundo de los seres queridos se levantan amenazantes los del vecindario, los de la región y los de la patria. Al terruño se le adora, pero con ribetes de desconfianza. Aunque ocho de cada diez compatriotas se sienten muy patriotas y digan que están muy orgullosos de ser mexicanos, revelan escasa solidaridad nacional. El sentimiento de la desconfianza impide participar a gusto en organizaciones, crea resistencia al pago de los impuestos, ve en las autoridades moros con tranchete, provoca varios tipos de apatía, entre ellos el que ahora está en la punta de todas las lenguas intelectuales, el tipo de la apatía política que retrae al ciudadano del deporte del voto y que incita al frande a quienes manejan la votación pública.
Enrique Alduncin escribe: "La mayoría de los mexicanos tiene como principales objetivos los siguientes: educación a mis hijos y ayudar a la familian. Esto no quita que miren por su desarrollo individual, que deseen acrecer su cultura y ser mejor por los próximos. Quizá no tanto como a los japoneses, pero les gusta viajar. Les place la vida urbana y quizá no sean los rústicos los que prefieren vivir en el campo; los oriundos de éste buscan la manera de ser pueblerinos. La mayor parte de los habitantes de México desean mantenerse mexicanos. Con todo, a muchos riquillos les gustaría exiliarse y obtener la naturalización norteamericana. Son minoría los aspirantes a mantener el orden nacional ahora vigente. Predomina el deseo de mudanza, pero la mayor parte de los anhelosos de cambio se inclinan por la reforma, por la cautela, por el paso que dure y no que madure. Ni siquiera uno de cada diez entrevislados prefiere la revolución violenta, las transformaciones bruscas y veloces. Cabe decir que la sociedad mexicana está como la yegua del rayo; no ha perdido la memoria de los sufrimientos que le produjo la Revolución, y recuerda las tunas rápidas, pero pobres y efimeras, que dio el nopal revolucionario. Por otra parte, ya se nota una creciente voluntad de participación política en un tercio de la ciudadanía, pero los dos tercios restantes siguen tan apolíticos que ni siquiera quieren cumplir con el mínimo quehacer de votar. Permanece en política el síndrome del importamadrismo, quizá porque hasta ahora se ha tomado muy poco en serio los votes de la ciudadanía. La misma gente que se preacupa tanto por el destino de su familia; de su rancho, su pueblo y su ciudad; de sus clubes y asociaciones, es muy desidiosa en los asuntos de orden nacional. Antopone a los intereses de la patria los relativos a
Dios, la costumbre y la tele,
a los valores culturales que actualmente le dan sentido y cohesión a su vida. Sin contar criaturas, noventa y nueve de cada cien súbditos del gobierno de los Estados Unidos Mexicanos creen en Dios. La ya centenaria prédica anticatólica de las cúpulas política e intelectual de este país le han entrado al pueblo por un oido para salírsele a toda prisa por el otro. A ciento treinta años de distancia de haberse implantado el jacobinismo como tarea nacional, el 90% de los catecúmenos de la educación antirreliglosa se confiesan católicos, aunque quizá no tan convencidos como los de la época de Pedro el Ermitaño. La tenaz adherencia a la religión católica del pueblo mexicano es quizá la causa principal de la poca cuatería entre gobernantes y gobernados y entre maestros y alumnos. Hablan distintas lenguas culturales la élite y la mesa. El código ético de la cumbre tampoco es igual al del llano. Arriba se presume una ética dogmática, mientras abajo se cree en la flexibilidad de las normas. La creencia popular en lo bueno de la honradez, la dignidad, la iniciativa y el trabajo y en lo feo del robo, la lambisconería, la cerrazón y la pereza, se aviene con la idea de que lo bueno es lo que sirve para el caso.
Cabe atribuir los fuertes sentimientos religiosos de los mexicanos a la furibunda tradición religiosa de los pueblos mesoamericanos o al espíritu de cruzada que tuvo la conquista de los españoles o al hecho de haber escogido como culto central de México el de la Virgen de Guadalupe, el símbolo de una maternidad tan venerada en estas latitudes. Por angas o por mangas, la mayoría de los mexicanos goza aún con la recitación de plegaria, la asistencia al templo, las peregrinaciones a los santuarios de prestigio y otras golosinas del culto. Se trata de un sentimiento religioso que heredó la inclusividad del prehispánico, menos intolerante que el ibérico, que permite devaneos amorosos, que ha dejado lugar para los amores a la ciencia, el arte profano, la lectura de periódicos, y sobre todo al maravilloso mundo que depara la televisión.
En el terreno religioso, únicarnente las minorías piden mudanzas. Algunos norteños se han encariñado con la moral de algunas sectas protestantes; entre católicos de aquí y allá ha cundido la liturgia carisrnática, y más de una gente del común ansía el derrame de la teología de la liberación, pero el gordo de la gente se muestra conservadora y aún no acaba de digerir las mudanzas introducidas por el Concilio Vaticano Segundo. Tampoco se percibe la voluntad mayoritaria de apearse de unos principios éticos susceptibles de adaptación a las circunstancias. La falta de fanatismo moral, la tolerancia frente a otros modos de ser y de sentir, facilita la entrada de México al club de los abanderados de la modernidad. La ciencia, la diosa de la vanguardia, ya es bien acogida en el país. Algunos se asustan por la facilidad con que los mexicanos aceptan las modas de otros países. El cenáculo de los cultos está francamente alarmado por la teleadicción de la muchedumbre placera. Ocho de cada diez mexicanos posee televisores y quiere seguir prendido a la televisión y al púlpito.
Lo dicho, si se le quita polvo y paja, se reduce al menú siguiente: la mayor parte de los mexicanos en uso de razón, aunque repartidos en un par de sexos, en las dos maneras generales de convivir como son la rústica y la urbana, en cuatro generaciones, en seis o siete segmentos socioculturales, en echo zonas, treinta y dos estados, doscientas regiones y dos mil cuatrocientos municiplos, coinciden hoy, según confesión propia, en una salud que va de regular a buena, en una austeridad económica bien llevada, en el modo liberal y a través del trabajo de ganarse la vida, en la dignidad del individuo, en el apego a la familia, en el amor al terruño, en sentirse y querer ser mexicanos, en la desconfianza hacia los poderosos y los forasteros, en la apatía política, en la preferencia por la reforma paulatina y frme, en el repudio al modelo bronco o revolucionario de renovarse, en la religiosidad de estilo católico, en el guadalupanismo, en la ética prudente o circunstancial, en el gusto por las artes visuales, y la adicción a los noticieros, las humoradas, las revistas de luz y sonido y las telenovelas de la televisión.