Pérez Tamayo, Ruy
"La ciencia en México"
Fondo de cultura económica
1976. pp: 26-42


CIENCIA, PACIENCIA Y CONCIENCIA
EN MÉXICO

Introducción

Mi proposito en estas líneas es doble: 1) Definir las características esenciales de nuestro actual sistema ciencia-sociedad, y 2) A través del examen de su desarrollo histórico, intentar la identificación de las causas principales de que el mencionado sistema haya llegado a su estado presente. A nadie escapa, y menos a mí, que éste es un propósito muy ambicioso. Una gran parte de la información necesaria para alcanzarlo en forma precisa simplemente no existe; además, de la existente yo sólo poseo una pequeña fracción. Mis limitaciones no terminan aquí, y para hacerlas más patentes debo enumerar todavía otras tres: en primer lugar, aunque pertenezco a ambos términos del binomio ciencia-sociedad, mis lealtades subconscientes se inclinan más a favor de la ciencia, seguramente por deformación profesional; en segundo lugar, conozco mejor las ciencias biológicas (y de éstas, especialmente las biamédicas) que todas las demás ciencias; y en tercer lugar, mi actividad profesional como científico se limita a unos 20 años, y es a este periodo al que haré referencia. Todavía debo agregar una circunstancia atenuante más y es que el Simposio está restringido geográficamente a México, aunque espero que varios de nosotros usemos comparaciones con lo que ocurre en otros sistemas ciencia-soiedad, especialmente de países en etapas de desarrollo semejantes a la nuestra.

Lo anterior elimina, o por lo menos desplaza a segundo término, algunos de los problemas que actualmente aquejan a otros sistemas ciencia-sociedad en países más avanzados, como la corriente anticientífica (de hecho, antirracionalista) en un sector importante de la juventud universitaria norteamericana y europea, o las crisis de conciencia de grupos de científicos frente a la utilización de ciencia y tecnología en el desarrollo de productos bélicos o de procesos industriales nocivos para la ecología. Este tipo de problemas afecta principalmente a las sociedades que han utilizado al máximo el potencial científico y tecnológico para desarrollarse y son consecuencia no de los descubrimientos científicos y de los procesos tecnológicos, sino de la estructura de la sociedad y de los valores que persiguen países subdesarrollados como México los problemas actuales del sistema ciencia-sociedad son de otro tipo; por ejemplo, øcómo lograr que el número de científicos y tecnólogos alcancen la cifra crítica y el nivel de excelencia profesional que parecen indispensables para que desempeñen un papel en el desarrollo; øcómo obtener que la industria nacional (por llamar así a la instalada en suelo mexicano) apoye y patrocine, en vez de que ignore y desprecie, a la investigación científica de nuestro país, en lugar de subvencionar a la extranjera a través de la importación de tecnología?; o bien, øcómo convencer a los organismos oficiales para que pasen de los pronunciamientos demagógicos o de las iniciativas tibias a las acciones efectivas, basadas en programas definidos y orientados más por el interés público que por objetivos políticos? Y quizá el problema más general (y para mí el más importante) sería: øqué tipo de sociedad se desea desarrollar con la ayuda de científicos y tecnólogos? øUna de consumo y desperdicio, ecocidio y deshumanización, como la que estamos viendo crecer y correr hacia un colapso grandioso, comparable sólo a la caída del Imperio Romano?, øUna de un feudalismo postporfiriano, no por agazapado menos palpable, aunque se disfrace con la sobada retórica de la Revolución, donde desarrollo significa una distribución cada va más injusta de la riqueza y en donde un pueblo miserable contempla en silencio impotente a una pequeña élite que lo tiene y lo disfruta todo?

En el curso de este Simposio vamos a escuchar distintos puntos de vista sobre estos problemas y, espero, algunas sugestiones concretas para intentar resolverlos. De mi colegas científicos no espero ni explicaciones con aire de disculpas ni respuestas categóricas; más bien, anticipo críticas razonadas y objetivas y, sobre todo, preguntas, inteligentes y creativas, (porque la ciencia es antes que nada una crítica continua y penetrante, que camina de pregunta en pregunta. Yo voy a limitarme a intentar analizar la naturaleza de nuestro sistema ciencia-sociedad y a explorar algunas de las razones históricas más recientes de su existencia. No creo que éste sea un ejercicio esotérico; por el contrario, si logramos alcanzar una comprensión adecuada de los diversos factores que han contribuido a estructurar el actual sistema ciencia-sociedad en México, estaremos en una mejor posición para mejorarlo.

Algunas características del actual sistema ciencia-sociedad en México.

"Definir-dice el Diccionario de la Real Academia Española- significa fijar con claridad, exactitud y precisión el significado de una palabra o la naturaleza de una cosa." Como objetivo, la definición de nuestro sistema ciencia-sociedad actual no parece cosa fácil; podríamos pasar muchas horas poniéndonos de acuerdo sobre los criterios más aceptables. Postulemos entonces, para los uses de esta discusión, que el sistema ciencia-sociedad se refiere a las características esenciales de cada uno de los miembros del binomio ciencia-sociedad, y a todas las áreas de interacción entre la estructura genérica, la sociedad, y la subestructura, que es la ciencia; la coexistencia de estas dos entidades sociales, una dentro de la otra, sin que ocurran manifestaciones aparentes de interacción efectiva, es un hecho histórico cuyo mejor ejemplo es el desarrollo de la ciencia en la Antigua China. En este caso, una sociedad cuya arquitectura permaneció inalterada durante siglos permitió el crecimiento y la integración, en su seno, de varias disciplinas científicas que se cultivaron por amore artis. Si no hay interacción no puede hablarse de un sistema, si bien es cierto que para que la interacción ocurra es necesaria la existencia previa de los componentes del futuro sistema.Otro esencial está representado por las consecuencias cuantitativas de tal interacción, donde pueden distinguirse dos posibilidades generates: o bien los elementos que interaccionan se modifican (y esta modificación puede afectar a cualquiera de los dos, o a ambos, y puede ir desde las formas más leves y transitorias hasta las más fundamentales y permanentes), o bien la interacción no tiene la menor influencia en la naturaleza y propiedades de uno o de ambos elementos que interaccionan y es, por lo tanto, irrelevante a su existencia misma. Finalmente, conviene identificar otro del sistema ciencia-sociedad, que sólo emerge cuando los dos términos están interaccionando e fectivamente y sufriendo modificaciones, y es el sentido cualitativo de los cambios. Este es quizá el más controversial de todo el sistema porque requiere juicios de valor, una especie de ética basada en una jerarquía axialógica previamente establecida e independiente de la existencia del sistema mismo y de sus interacciones.

Tratemos de aplicar el esquema teórico resumido en la discusión anterior al sistema actual ciencia-sociedad en México. En primer lugar debemos establecer la existencia y características relevantes de los dos términos del sistema, ciencia y sociedad. Para la aplicación de mis argumentos anteriores, voy a postular que en México hay ciencia y que tiene las siguientes características:

1) Subdesarrollada. Principalmente en dos aspectos: a) el número de científicos activos es mucho menor que el que existe en otros países, y b) hay áreas extensas de la ciencia que no se practican en México.

2) Centralizada. La gran mayoría de los investigadores científicos mexicanos están concentrados en la ciudad de México.

3) Enajenada . Los contactos entre los investigadores científicos y los problemas del país (definidos como se quiera) son muy escasos y ocasionales.

4) Apolítica. Los investigadores científicos activos no participan de manera efectiva en las decisiones políticas que les incumben.

5) Paupérrima. La fracción del producto nacional bruto que se invierte en la ciencia es mucho más baja que en otros países, incluso subdesarrollados.

6) Sospechosa. Esta característica la comparten los científicos con la mayoría de los intelectuales.

7) Desconocida. La naturaleza, posibilidades y limitaciones de la ciencia y la tecnología, especialmente en relación con el desarrollo económico del país, son generalmente ignoradas, no sólo por el público en general y por los administradores oficiales, sino también por muchos científicos que "no se ocupan de esas cosas".

Las características 1 a 5 son propias de la ciencia en países subdesarrollados; en cambio, las 6 y 7 las comparten los científicos mexicanos con la mayor parte de sus colegas investigadores de todo el mundo.

Una selección de las características sobresalientes de la sociedad mexicana, basada en su relevancia al tema que nos ocupa, sería la siguiente:

1) Política. Estructura piramidal del poder; control absoluto del presupuesto y otros medios de desarrollo; ausencia de oposición efectiva o de mecanismos democráticos de decisión.

2) Social. Desigual, con grandes masas rurales subsistiendo en condiciones primitivas, una creciente clase media urbana con aspiraciones burguesas, y una minoría de carácter capitalista.

3) Económica. En un marco de falta de recursos (México es un país pobre) la riqueza está distribuida en forma fantásticamente desigual, con una mayoría paupérrima y una minoría muy rica.

4) Cultural. Otra vez, sólo una pequeña fracción de la población alcanza lo que se conoce como educación "superior"; la escasa educación "inferior" compite con gran desventaja contra supersticiones, frivolidades y una superestructura muy bien organizada y mejor financiada de propaganda comercial infantil y/o idiota.

Aceptando que las anteriores son por lo menos algunas de las características de los dos términos del sistema ciencia- sociedad en el México actual, øqué puede decirse de la magnitud y la calidad de sus interacciones? Quizá lo debería ser explorar si tales interacciones realmente existen, ya que resulta poco científico medir y juzgar a un fantasma. Dogmáticamente diré que estoy convencido de que tales interacciones sí existen, y en apoyo a mi convicción puedo señalar las siguientes tres áreas en que ocurren:

1) Cultural. Recientemente, el Rector de nuestra Universidad Nacional señaló que en ese recinto existen más de mil investigadores científicos trabajando en muy distintas disciplinas; también en el IPN, en Zacatenco, en varias instituciones hospitalarias y en otros sitios hay agregados más o menos numerosos de investigadores ocupados en diversos aspectos de la ciencia. Si aceptamos que la ciencia es una de las máximas expresiones de la creatividad humana y que la búsqueda del conocimiento es una virtud que enaltece y contribuye a elevar el espíritu del hombre, el cultivo de la ciencia cumple con una función cultural ', [:sta sería imposible en ausencia del apoyo de la sociedad, que paga (gustosamente o no) para tener una Universidad como se debe, con investigadores, laboratories y aparatos, para que sus jóvenes se eduquen y sean cultos. En la Edad Media se estudiaba el trivium: gramática, retórica y lógica; y el quadrivium: aritmética, música, geometría y astronomía. Cuando se aprendía todo esto se era un hombre culto, pero a menos que uno se convirtiera en profesor de alguna de estas materias, ninguna tenía mayor uso; simplemente, se era culto.

2) Tecnológica. Uso este término con cierta reticencia porque todavía no estoy seguro de que lo entiendo, o de que todos vamos a entender lo mismo cada vez que lo oigamos. De todos modos, en esta área conozco algunos investigadores científicos que han establecido con ciertas dependencias oficiales o con industrias privadas y aplican sus conocimientos altamente especializados al planteamiento y solución de problemas de tipo práctico: Iniciaré la controversia agregando que esta actividad es diferente de la que un técnico, que simplemente vigila la buena marcha de un procedimiento en cuyo diseño no ha participado para nada. En otras palabras, mientras el científico trata de crear conceptos y el tecnólogo intenta resolver problemas, el técnico simplemente repite recetas.

3) Oficial. Esta forma de interacción ciencia-sociedad es bastante nueva en México, sobre todo en forma directa, como ocurre ahora. Las pruebas de su existencia son la metamorfosis casi mágica del INIC en el CONACYT, la repentina ascendencia de los científicos (sobre todo de los premiados), desde la planA de los cines o de la página roja, a la primera planA de los periódicos, la celebración de congresos internacionales científicos con sede en México, la presencia ocasional de algún científico en ciertos celebrados programas de televisión donde los huéspedes habituales han sido, toreros, políticos, deportistas, vedettes y (afortunadamente, con menos frecuencia que los científicos), forajidos.

Finalmente, debo referirme aunque sea pari passu a la magnitud y a las consecuencias de las interacciones en el sistema actual ciencia-sociedad mexicano, para redondear esta muy breve e incompleta caracterización. Respespecto a la magnitud de la interacción no existen datos para ni siquiera intentar una tímida adivinanza, además, øcuáles serían nuestras unidades para cuantificarla? Las cifras recientemente publicadas por los diarios sobre los cientos de millones de pesos que se pagan al año por tecnología importada podrían compararse con la cantidad que se invierte en ciencia y tecnología (no en sueldos de técnicos) nacional. No tengo estos datos. O quizá se podría tener una idea si conociéramos la fracción del presupuesto anual del CONACYT que se gasta en patrocinar la investigación científica en México, y conociendo esta cifra podría compararse con lo que cuesta, digamos, el alumbrado eléctrico navideño de la ciudad de México. Tampoco conozco estos dates. Por otro lade, podríamos tener el número total de proyectos de investigación científica y tecnológica que se realizan actualmente en México y determiner qué fracción de ellos se lleva a cabo como resultado de la interacción dentro del sistema ciencia-sociedad, a cada uno de los tres niveles (cultural, tecnológico y oficial) arriba mencionados. En el nivel cultural, la respuesta sería: casi todos. Pero, øcuál sería la respuesta si hacemos la pregunta a nivel tecnológico? øUno por ciento? øMás? øMenos? Y si hacemos la pregunta al nível oficial de las interacciones ciencia-sociedad, øcuál sería la respuesta? Tampoco tengo estos datos. Por lo tanto, debo concluir que soy incapaz de cuantificar la magnitud de las interacciones ciencia-sociedad en el México actual, pero sospecho que debe ser tristemente pequeña.

Respecto a las consecuencias bilaterales de la interacción, la primera pregunta sería: øQué tiene en la actualidad la ciencia mexicana en nuestra sociedad? Aún aceptando que la magnitud de la interacción dentro del sistema ciencia-sociedad sea minúscula, øresulta en beneficio de la sociedad? Mi respuesta es que sí, aunque debo agregar que el beneficio se restringe casi exclusivamente al nivel cultural, mientras que el tecnológico y el oficial no pasarían mayores problemas si uno de estos días hubiera una epidemia de cientificitis aguda mortal y todos los científicos mexicanos desapareciéramos. Simplemente, se importaría un poco más de tecnología extranjera y el CONACYT tendría menos problemas para completar su encuesta sobre la ciencia en México. La otra pregunta sería: ¿Qué influencia tiene la sociedad sobre la ciencia mexicana? Para que la respuesta fuera favorable debería existir un interés activo de la sociedad en el desarrollo de la ciencia, de manera directa o a través de sus representantes, diversas formas de reconocimiento público a la labor de los científicos, amplio apoyo económico, etc. En cambio, una influencia negativa resultaría de la indiferencia o, peor aún, de esfuerzos específicos por organizar y dirigir la actividad científica desde fuera, señalando áreas y metas definidas bajo la protección mágica de la palabra "desarrollo": Quiero creer que en la actualidad la respuesta a la pregunta se incline unos días hacia el lado positivo y otros al negativo, pero mientras la magnitud de la interacción dentro del sistema ciencia-sociedad siga siendo pequeña, sus consecuencias serán igualmente mínimas.

Algunos factores determinantes del estado actual del sistema ciencia-sociedad en México

En la introducción de su espléndido libro la ciencia en la historia de México, publicado en 1963, el Dr. Eli de Gortari señala:

...después del gran desenvolvimiento científico a que se llegó en el México antiguo, ha habido en nuestro país tres épocas durante las cuales han existido las condiciones necesarias para que se intensificara notablemente la actividad científica. La primera de ellas comprendió las tres últimas décadas del siglo XVIII y la primera del XIX, la segunda abarcó el último tercio del siglo XIX y los primeros años del XX, y la tercera -en la cual nos encontramos ahora- se inició hace unos 30 años.

De Gortari señala que la época actual se ha producido como resultado de dos factores: la Revolución Mexicana y la situación que prevalece en el mundo; once años después de publicadas, estas ideas tienen hoy igual vigencia y aún más relevancia. Si tomamos primero el segundo de los factores mencionados, la situación que prevalece en el mundo, y en forma simplista utilizamos dos criterios para caracterizarla, el poderío económico-industrial y la influencia cultural, podemos distinguir tres diferentes combinaciones: los países que se han desarrollado al máximo en ambas esferas de actividad, como Rusia y los Estados Unidos, las naciones que se han quedado a la zaga en desarrollo económico-industrial pero que aún conservan preeminencia en la vida cultural de nuestra civilización, como muchos de los países de Europa Occidental, y por último los países del llamado Tercer Mundo, que no sólo están perdiendo rápidamente su fuente principal de ingresos como productores de materias primas no elaboradas, sino que además parecen destinados a perder también su riqueza cultural propia, sus tradiciones y sus idiosincrasias, en el trueque sin marchantes ni regateos con las compañías transnacionales, tanto de ideologías políticas como de costumbres y aspiraciones humana; En nuestro México, es la derrota del tianguis por el supermercado, de los huipiles oaxaqueños por Christian Dior, del tequila por el White Horse. Es lo que en ciertos círculos se conoce como "progreso".

En relación con la ciencia, nuestra época ha sido testigo de lá transferencia del centro de la actividad creativa occidental, tradicionalmente un producto de la Vieja Europa, a los Estados Unidos. En los albores de la segunda Guerra Mundial muchos de los mejores cerebros europeos, conscientes de la inminencia del holocausto que ocurrió poco tiempo después, se desplazaron en búsqueda de una atmósfera más saludable y la mayoría la encontró en los Estados Unidos. Con la participación de la ciencia en el desarrollo de la bomba atómica, la intensificación progresiva de la guerra fría y la carrera por acumular cada vez más bombas, y más mortíferas, así como otros instrumentos bélicos, los científicos disfrutaron de una posición política y una bonanza económica sin precedentes. Cuando parecía que se estaba llegando al punto de saturación, Sputnik se encargó de reforzar todavía más el apoyo económico y la preeminencia política de la ciencia. Un resultado de estos acontecimientos fue la industrialización de la ciencia: verdaderos ejércitos de investigadores científicos llenaron las universidades, las industrias y diversas instituciones oficiales, trabajando en laboratorios envidiablemente equipados y, hasta hace muy poco, sin problemas presupuestales; la literatura científica del mundo occidental se publica casi toda en inglés y una buena parte de las publicaciones provienen de científicos norteamericanos; la "moda" en la ciencia, que no por lamentable deja de ser uno de los factores determinantes de que ciertas áreas de la investigación científica estén sobrepobladas mientras que otras sólo atraigan un número muy pequeño de interesados, empezó a dictarse ya no en Gottingen sino en Princeton, ya no en Oxford sino en Bethesda. Menciono lo anterior porque su influencia se hizo sentir poderosamente en México, no sólo por la vecindad sine también por el momento histórico que vivía nuestro país al terminar la segunda Guerra Mundial, al que me referiré luego con más detalle pero que aquí podemos caracterizar como muy influible. El apoyo económico a la investigación científica en los Estados Unidos no se limitó a sus fronteras sino que las desbordó, alcanzando a muchos otros países que se reconocían como "buenos amigos". Algunas organizaciones oficiales norteamericanas, como los Institutos Nacionales de la Salud, y varias fundaciones privadas, como la W. K. Kellogg y la Rockefeller, proporcionaron becas para facilitar la educación de jóvenes científicos mexicanos en los Estados Unidos, se hicieron donativos generosos que permitieron la adquisición de equipo y materiales de trabajo, así como complementar los sueldos de ayudantes y técnicos, y se establecieron no pocos programas conjuntos de investigación en algunos laboratorios, casi siempre a través de científicos mexicanos que habían regresado de estudiar en aquel país y poseían flamantes "Ph. D.". Y no deja de ser significativo que la sede de la Oficina Sanitaria Panamericana está en Washington.

Creo que esta situación, que prevaleció desde la segunda mitad de la década de los años 40 hasta 1970, explica por lo menos dos de las características del desarrollo de la ciencia en México en esa época y su persistencia en la actualidad. Me refiero, en primer lugar, a la pobreza de los recursos con que cuenta la ciencia en México, que aunque obviamente no está determinada por la bonanza de la ciencia en los Estados Unidos, se hace mucho más aparente y más frustrante cuando, de manera inevitable; nos comparamos con los científicos del vecino país del Norte. En segundo lugar, me refiero a la enajenación de los científicos mexicanos de algunos de los problemas más urgentes del país; educados en gran parte en los Estados Unidos y, con el apoyo económico de sus arcas, deslumbrados por su ciencia y su eficiencia, muchos regresamos a México con los ojos todavía puestos en los problemas que habíamos visto como importantes del otro lado del Río Bravo y con los métodos que habíamos aprendido a manejar; favorecidos con donativos que nos permitían seguir trabajando de manera no muy diferente a como lo habíamos hecho por varios años y también regresar con frecuencia a renovar nuestros contactos y nuestros intereses, nos quedamos pegados a un cordón umbilical por donde no circulaba la sangre de la Madre Patria sino la de la Tía Sam. Muchos científicos mexicanos regresaron a su país y al cabo de cortos periodos de desilusión y frustraciones, generados en parte por su adaptación a las facilidades de trabajo en el extranjero y en parte por las condiciones que encontraron en México, se volvieron permanentemente a los Estados Unidos; otros más, ni siquiera regresaron alguna vez a México.

En años más recientes, sobre todo a partir de finales de 1968, he sentido un cambio en esta actitud, por lo menos en los círculos en que me muevo y en buena parte de los colegas científicos con los que tengo contacto más cercano: nos hemos vuelto conscientes de que la sociedad en que vivimos tiene problemas propios, muchos de ellos de gran interés científico (además de su trascendencia social) y hemos buscado la manera y los caminos para canalizar en forma positiva esta inquietud. Algún amigo mío (un científico joven de gran capacidad técnica y de vena filosófica) se ha referido a este fenómeno como que ". . .hemos tomado conciencia de este nuevo animal, una sociedad a la que pertenecemos y que está viva, mostrando sus necesidades y pidiendo, todavía tibiamente, que nosotros hagamos algo por ella..." Hasta ahora, con pocas excepciones, creo que las autoridades académicas han mostrado una actitud ampliamente receptiva y hasta entusiasta frente a estos intentos de reorientación de la actividad científica; en cambio, otra vez con excepciones (esta vez honrosas) la iniciativa privada ha mantenido un estoico silencio y ha continuado haciendo los mismos gastos, mínimos en esencia pero amplios en apariencia, de ayuda y estímulo a la investigación científica. El nivel oficial ha reaccionado con el CONACYT y otras manifestaciones públicas de apreciación de la labor científica, que han producido en los investigadores optimistas una actitud de expectativa teñida con esperanzas, mientras en los pesimistas la reacción ha sido de irritación ante la demagogia y de franco rechazo de proyectos, simposios, conferencias, esquemas y palabras, palabras, palabras. Debo agregar que la mayor parte de los científicos activos mantenemos una postura crítica, única compatible con nuestra deformación profesional, que no se convence con conferencias llenas de buenas intenciones, con argumentos de gran consistencia lógica interna, con publicaciones costosas de discursos, programas, documentos, listas de colaboradores, etc., o con pronunciamientos dogmáticos y autoritarios: lo único que nos convence son los hechos.

Hasta aquí me he referido solamente a uno de los factores que menciona De Gortari como generadores de la época actual del sistema ciencia-sociedad en México, que es la situación que prevalece en el mundo; siendo muy importante, en mi opinión es secundaria como agente causal de la mayor parte de las características del sistema. El agente primario es, naturalmente, la Revolución Mexicana. Para los usos de esta discusión, voy a dividir el periodo que nos separa hoy del término de nuestra gesta revolucionaria en dos etapas: la primera, que va del final de la lucha armada hasta el periodo presidencial de Lázaro Cárdenas, y la segunda, desde esa época hasta 1968.

La primera etapa del México posrevolucionario es de reconstrucción al final de la guerra civil: con vendajes todavía manchados por la sangre de sus muertos y el polvo de los caminos galopados en pos de tierra y libertad, el país empieza a rehacerse, buscando las mejores formas de dirigirse hacia los ideales que motivaron tanta destrucción. Una nueva estructura social, más justa y equitativa, se dice más pronto de lo que se hace; como grito de batalla es admirable, pero como plan de trabajo tiene muchos más problemas de los que se vislumbran cuando aún no se ha ganado la guerra. Y ganar la guerra no es lo mismo que alcanzar la victoria; es simplemente cambiar de armas y de enemigos.

El país dedicó varios años a establecer el poder político y a sentar las bases de una reforma social; la cima de esta etapa se alcanzó con Lázaro Cárdenas, y para nuestro interés, cuando llegaron a México los refugiados de la guerra civil española, entre ellos muchos científicos distinguidos que trajeron su entusiasmo y sabiduría y las compartieron con nosotros, reforzando transitoriamente los lazos, cada vez más tenues, que nos unían a la ciencia europea. En esa época todo apuntaba a que México había escogido una estructura política democrática y una organización socioeconómica popular, de fuertes tintes socialistas. Se crearon las centrales obreras y campesinas, se expropiaron las compañías petroleras, en los libros de texto de las escuelas primarias aparecieron por primera vez los niños mexicanos, morenitos y descalzos, el muralismo mexicano lanzó al mundo su recio mensaje político, y en la escuela secundaria 14, llamado Centro Escolar "Revolución", yo cantaba la Internacional. No sé qué hubiera pasado con la ciencia y la tecnología si México hubiera seguido por ese camino, pero como el hecho es que no siguió, cualquier especulación resultaría ociosa.

Al terminar el periodo presidencial de Lázaro Cárdenas, el país cambió de rumbo, favoreciendo ahora una estructura basada en la centralización del poder político en un solo partido, y del poder económico en la iniciativa privada, por medio de la concentración de los medios de producción en unas cuantas manos y la autorización de un mercado libre que determina los ingresos y distribuye los beneficios; en otras palabras, un sistema capitalista. Naturalmente, esto requiere capital, y cuando no lo hay debe atraerse el de fuera. El capital que viene de fuera no llega solo; viene acompañado por la tecnología necesaria para su utilización industrial, y hasta por los tecnólogos (o técnicos) capacitados para montar y vigilar los procedimientos más avanzados y modernos. Para la incipiente ciencia mexicana esta política tuvo dos consecuencias fáciles de imaginar: en primer lugar, la abierta preferencia por la ciencia y tecnología extranjeras inhibió casi por completo la participación de los pocos científicos mexicanos que hubieran sido capaces de contribuir a este proceso, así como el ingreso de muchos jóvenes a las escuelas científicas y técnicas que los hubieran podido preparar para ello, y hasta el desarrollo de las carreras correspondientes en nuestras casas de estudio. En segundo lugar, las industrias establecidas en México no tenían (ni tienen todavía) el menor interés en promover el desarrollo de la ciencia y la tecnología del país, en vista de que cuentan con espléndidos laboratorios de investigación y numerosos científicos en sus propios países de origen. Esta situación, que a través de los años pasó del hecho a la explotación, después al abuso y finalmente al escándalo, ha sido finalmente reconocida por el gobierno y ha resultado en la ley de Importación de Tecnología, la menciono porque nos sirve para explicar en parte por lo menos dos de las características de la ciencia en México: su subdesarrollo, tanto por lo escaso del número de científicos activos como por la ausencia de varias ramas importantes de la ciencia, y su enajenación de los problemas del país, consecuencia no sólo de nuestra dependencia educativa de los Estados Unidos, sino también de la falta de interés y estímulo por parte de la iniciativa privada, que ha reforzado la actitud esotérica de muchos científicos mexicanos.

Pasemos ahora revista muy brevemente a las relaciones entre la ciencia y las autoridades oficiales, en el periodo que estamos analizando, o sea en los últimos 30 años. Mi impresión es que estas relaciones han sido muy ocasionales, casi con el propósito de cubrir el expediente, y que si no fuera por la función cultural de la ciencia, que le permite a México contarse entre los países civil izados, las mencionadas relaciones no existirían . Mencionaré dos ejemplos que apoyan mi convicción: el primero se refiere a la evolución del Instituto National de la Investigación Científica, que fuera creado en 1950, al mismo tiempo que el Instituto National de Bellas Artes. El INTC fue el organismo oficial encargado de velar por el desarrollo de la ciencia en México; sin embargo, mientras en los siguientes 30 años el presupuesto del Instituto National de Bellas Artes ascendió de 10 a 300 millones de pesos, el del Instituto de la Investigación Científica permaneció en los mismos 10 millones anuales que le fueron concedidos en su iniciación. Creo que la conclusión ante estos hechos es obvia: en el periodo a que me refiero, los distintos gobiernos no tuvieron el menor interés en el desarrollo de la ciencia en México. El otro ejemplo es la Academia Nacional de Medicina, reconocida como órgano consultor del gobierno en problemas de salud; la Academia Nacional de Medicina reúne a los médicos más distinguidos del país, por lo que podría pensarse que en un medio como el nuestro, donde existen tantos y tan graves problemas de salud, los académicos deberían estar casi en sesión permanente, contestando las numerosas consultas que las autoridades deben hacerle para el mejor manejo de campañas de vacunamón, epidemias, etc. Sin embargo, la verdad es que en los últimos 30 años la Academia ha sido consultada .. veces, o sea .. veces por año. Otra vez la conclusión es obvia: las administraciones oficiales no han demostrado con los hechos estar interesadas en los científicos mexicanos.

Aquí cabe preguntarse por la causa o causas de este desinterés. En un artículo editorial reciente, publicado en Excélsior, Moshinsky hace un análisis de las causas posibles del subdesarrollo científico en México, señalando algunas de las que se citan habitualmente: porque no hay dinero, porque las derechas (o las izquierdas) se oponen, porque no se puede apresurar su desarrollo que es lento por naturaleza, porque los mexicanos tenemos (racialmente) menos neuronas que otros pueblos, etc. Yo creo que las causas reales han sido simple y sencillamente dos: la política y la ignorancia.

La política ha sido definida como el arte de lo posible, en comparación con la ciencia, que ha sido caracterizada como el arte de lo soluble (en el sentido de lo que tiene solución). Pero esta definición de la política sólo se aplica cuando se practica como arte, no como oficio, porque entonces sus metas son la adquisición, la conservación y el incremento del poder. Estas metas tergiversan por completo la orientación y las posibilidades de la política infiltrada, como ha ocurrido no pocas veces en la historia reciente de México, de fuertes tendencias psicopáticas basadas en la afirmación ciega de la autoridad irracional, que entre nosotros se conoce como "machismo" o, según Octavio Paz, como vestigios aún vigentes del culto al Tlatoani, al "Jefe Máximo", la política puede desembocar en tragedias como la de Tlatelolco en 1968. Esta miopía imperdonable e inolvidable, este recordatorio brutal de que lo importante no es la razón sino la fuerza, se ha acompañado además (øpodía haber sido de otro modo?) de la ignorancia más profunda, del desprecio más olímpico y más consciente, por los valores representados por la ciencia. En vez de estimular y escuchar la crítica, en vez de invitar y aceptar el debate racional y objetivo, las distintas administraciones oficiales han adoptado una actitud diametralmente opuesta, caracterizada por el aplauso unánime e incondicional de cualquier comentario o decisión que provengan de "arriba", y que ha llevado el culto a la personalidad a extremas no sólo de pésimo gusto sino hasta bochornoso. Una estructura oficial que funciona de esta manera no puede ver con simpatía a la ciencia, que funciona exactamente al revés: el investigador científico se plantea problemas y formula hipótesis para intentar resolverlos, sus experimentos están diseñados con frecuencia para intentar derribar sus propias hipótesis, somete sus ideas y sus datos a la crítica de sus colegas y a la suya propia, y de esta manera va modificando y enriqueciendo poco a poco su conommiento de la realidad. Que este método trabaja ha sido demostrado ad nauseam, como también ha sido demostrado que cuando el investigador se aparta de él y pretende sustituir el experimento por la autoridad, cuando en vez de una actitud inquisitiva adopta otra dogmática, deja de agregar nuevos conocimientos casi instantáneamente. Con frecuencia nos quejamos de que México no tiene tradición científica y damos diversas explicaciones, muchas seguramente aceptables; yo propongo que una de las más importantes es que el clima no ha sido propicio, la atmósfera del país no ha sido favorable para el desarrollo de una actividad tan diferente, tan opuesta a la creada por la estructura política de México a partir de 1940.

No creo que la actitud de las distintas administraciones oficiales haya resultado de una oposición consciente y programada en contra de la ciencia, por lo menos en la mayoría de los casos; creo que ha sido el resultado de la ignorancia; Al margen de su posible participación en el desarrollo económico y social de los pueblos, demostrado con una plétora de ejemplos cuanto más dolorosos por ajenos, está la contribución de la ciencia al verdadero progreso del hombre, a su liberación progresiva de la esclavitud que le impone su medio ambiente y, en última instancia, su propia incompetencia para enfrentarse a sí mismo, a los formidables vestigios de su herencia animal.

La ignorancia a la que me refiero es aquella que prefiere comprar tanques y carros de asalto al ejército en vez de apoyar la investigación científica, aquella que colma los presupuestos destinados al apoyo de la iniciativa privada o a la construcción de carreteras, mientras descuida el verdadero propósito del desarrollo económico que se pretende alcanzar con estos medios, que es una vida más libre y más plena para cada hombre, para cada mexicano que ha nacido en este país tan bello y tan ilógico, tan generoso y tan absurdo.

Debo agregar que la ciencia no es una panacea: el doctor Perogrullo diría ahora que, ciertamente, hay cosas que la ciencia no puede hacer.(Por desgracia, estas cosas son precisamente aquellas que en México se necesitan más urgentemente: justicia social, mayor atención a los problemas del pueblo, menos cortesía a Mr. Henry Kissinger y más preocupación por Juan Pérez, una política más interesada en las necesidades populares y menos en el prestigio internacional, una decisión valiente y concreta sobre lo que podemos y debemos ser como país. Sin embargo, si esta política se decide, si esta decisión se implementa, la ciencia puede contribuir con sus granitos de arena a llevarla a cabo; pero en ausencia de esta decisión, el papel de la ciencia en México seguirá siendo el de una estructura barroca, que cumple con su función cultural, importante para un pequeño sector de la población, como un adorno más, otra muleta psicológica para que el país recorra cojeando su triste camino hacia un subdesarrollo cada vez más sólido y más anacrónico.

Resumen

En resumen, he mencionado algunos de los factores históricos que me parecen importantes para explicar las características del actual sistema ciencia-sociedad en México. Estos son: l) Dependencia intelectual de la ciencia en los Estados Unidos; 2) Falta de apoyo, interés y estímulo por parte de la iniciativa privada, y 3) Falta de interés por parte de las autoridades oficiales; Mi análisis tiene dos deficiencias aparentes: en primer lugar, ha sido parcial en favor de los científicos, que han sido incluidos en el análisis en forma pasiva, como piezas en un ajedrez en el que participan sin darse cuenta de las jugadas, y mucho menos de quiénes los están moviendo, y sobre todo, para qué se mueven. En segundo lugar, he omitido mencionar las excepciones que existen a la mayoría de mis pronunciamientos dogmáticos, cuya existencia conozco en muchos casos. Pero no lo he hecho porque, en primer lugar, son excepciones y mi interés es en la regla (cuya existencia, dicho sea de paso, las excepciones confirman) y en segundo lugar, porque mi propósito no ha sido rendir homenaje a unos cuantos hombres que lo merecen sino analizar críticamente la evolución histórica reciente del sistema ciencia-sociedad en México. Con estas salvedades, estoy convencido de que lo que he presentado contiene, por lo menos, una parte de verdad, y que en la medida en que nos enfrentemos honestamente a esta parte, como científicos que pretendemos ser, estaremos en capacidad de plantear soluciones viables. Debo agregar que estoy igualmente convenado de que si soslayamos los problemas, si suavizamos la realidad, si confundimos las palabras y las buenas intenciones con los hechos, ni habremos actuado como científicos ni habremos avanzado un ápice en la solución de nuestros problemas. Y éste será un Simposio más...