Félix Báez-Jorge

La Virgen de Guadalupe
2002


 

La Virgen de Guadalupe

La virgen del Tepeyac (imagen díptica de poderosa fuerza sincrética) se convierte en referente fundamental de la identidad nacional al triunfo de la independencia iniciada en 1810, precisamente bajo la protección numinosa de su imagen. Dotada de renovada vitalidad que lo mismo se nutre en el ámbito de lo profano o en la dimensión sagrada, en esta singular mariofonía se reformuló la arcaica devoción prehispánica en torno a las diversas advocaciones de la Madre Tierra (Tonantzin, Cihuacoátl, Xochiquetzal...) Como lo he señalado en otro estudio, su configuración simbólica articula dialécticamente, elementos de diversa naturaleza, procedentes de distintos momentos de nuestro proceso histórico, fenómeno que explica la vitalidad y plasticidad numinosa que le han permitido trasponer limites temporales y geográficos.
Lejos está el culto guadalupano de debilitarse (o extinguirse) como lo ha imaginado Jacques Lafaye. Su vigencia ancla en la notable eficacia significante que le es atribuida por millones de devotos, constatada cotidianamente en los planos de la salud, el amor, el trabajo, la vida familiar y las lealtades nacionales. Núcleo sagrado en el que concurren la religión oficial entreverada con los cultos populares, la Virgen de Guadalupe es para los mexicanos poderosos cohesionante interno, sustento de alteridad que opera como mediador simbólico entre sus diarios avatares y la formulación imaginaria que ellos desarrollan incorporando a su icono venerado sus representaciones fantásticas y sobrenaturales.
La virgen de Guadalupe es sin lugar a dudas uno de los temas mexicanos que ha merecido mayor número de estudios. En consecuencia, la producción bibliográfica es enorme, casi imposible de cuantificar en términos exhaustivos.
Historiadores, literatos, teólogos, sociólogos, antropólogos, psicoanalistas, filósofos, etcétera, se han interesado en las supuestas apariciones y en el desarrollo del culto guadalupano desde el siglo XVI, atención que adquiere mayor incremento a partir de la siguiente centuria en buena medida por el manifiesto interés catequista desplegado por los jesuitas.
Definida como madre de los mexicanos, la guadalupana se constituye en "la expresión nacional más evidente" de uno de los arquetipos de mayor extensión en la historia de la humanidad, como la advierte Roger Bartra, quién explica el culto a la virgen asociado "a la sombra que lo acompaña", las diosas indias, la madre indígena, la Malinche. Identificada como imagen tutelar a lado de Hidalgo ("El padre de la patria") y Cuauhtémoc ("el joven abuelo", héroe mítico), la epifanía del Tepeyac ha sido considerada por Octavio Paz "refugio de los desamparados", "escudo de los débiles", "madre de los huérfanos": los indios y los pobres de México. Guadalupe-Tonantzin, de acuerdo con esta argumentación devienen intermediaria, "la mensajera entre el hombre desheredado y el poder desconocido sin rostro: El extraño".
La emergencia de la conciencia nacional en México está estrechamente vinculada con la enorme influencia de la religión en la sociedad novo hispana. A principios del siglo XIX el mito guadalupano (sorprendente construcción ideológica de indios, criollos y mestizos) fue el referente primordial de su identidad social. Con razón David A. Bradling ha indicado que el guadalupanismo, el neoaztequismo y el repudio a la conquista, son los temas que caracterizaron el patriotismo criollo, fluyendo directamente hacia el nacionalismo mexicano.
Para los criollos, la epifanía del Tepeyac se asociaba en los principios del siglo XVIII al pasado autóctono, equiparado al esplendor grecolatino. Esta formulación ideológica fue resultado de la prioritaria necesidad de fundamentar una organización política diferente a la colonial.
El papel de mediador simbólico que cumpliría la Virgen de Guadalupe al iniciarse la Independencia de México sería fundamental para la concertación política de los diferentes grupos sociales de la Nueva España. Reconocida inicialmente como "Madre de los indios" al momento de su aparición supuestamente milagrosa en el Tepeyac, es posteriormente reclamada por los criollos en tanto ( el renglón está borroso por lo que lo omití). La mediar entre Dios y los hombres, entre el rey y los americanos, y entre los criollos, mestizos e indios, Guadalupe-Tonantzin se constituyó en el necesario referente político para vincular una sociedad heterogénea con base en una vieja devoción compartida. El viejo mito de profunda raigambre autóctona y popular se transfiguró en centro de la ideología insurgente como resultado de la coyuntura política que vivía Nueva España. Su metamorfosis de imagen sagrada en bandera de lucha fue la consecuencia final de este complejo proceso de intermediació n simbólica.
Fue en 1821 que en su condición de emperador del Anáhuac Agustín Iturbide (el controvertido militar de origen vasco), acudió al Tepeyac y, rodeado de los principales jefes del Ejército Trigarante ("Religión, Unión, Independencia"), le declaró Patrona de Nación. Así, una fantasía imaginada por los teólogos mexicanos de finales del siglo XVIII se tornaba realidad. Recordemos al respecto (siguiendo lo indicado por Elisa Vargas Lugo) dos audaces composiciones iconográficas pintadas con base en el Apocalipsis de San Juan que se conservan en el Museo de la Basílica de Guadalupe. En primer lugar, un lienzo anónimo que representaba la epifanía Guadalupana con sus cuatros supuestas apariciones y San Juan escribiendo en una isla el Apocalipsis. Se figura también él águila heráldica de los aztecas parada sobre el nopal devorando una serpiente (Patmos-Tenochtitlán, llamo Lucía García Noriega a esta representación). El otro lienzo (atribuido a Josefus de Ribera Arag omanis) incluye también el ave heráldica "como sustento de la representación pictórica del proceso aparicionista", y presenta a la Virgen en compañía de dos figuras femeninas, representaciones alegóricas de América y Europa. La mujer-Europa se pintó en actitud de coronar la epifanía guadalupana, en tanto la fémina-América pronuncia la frase: Non fecti taliter omni nationi. Finalmente, la Virgen de Guadalupe (México) había ganado la batalla a Nuestra Señora de los Remedios (España), nombrada por el virrey Venegas Generala de los Ejércitos Realistas, en noviembre de 1811.
Respecto de la identificación de la virgen de Guadalupe con la nación mexicana es de interés ( el renglón está borroso por lo que lo omití) gobierno liberal de Juárez (que suprimió varias fiestas católicas) reconoció su significación e importancia social. El propio Benito Juárez firmó el decreto que autorizaba la continuación de la celebración del 12 de diciembre, en agosto de 1859. Ignacio M. Altamirano abunda sobre este tema, poco conocido por los fieles de nuestro días:
Al triunfo del gobierno constitucionalista de Juárez, vino en 1861 la famosa crisis de la nacionalización de bienes eclesiásticos. Entonces se denunciaron y se adjudicaron muchas alhajas en los templos, pero el santuario de Guadalupe fue exceptuado [...]. El gobierno de Juárez, fiel a las tradiciones liberales de los mexicanos, se mostró respetuoso a la virgen de Guadalupe, aunque sin hacer peregrinaciones a la Villa ni otras manifestaciones devotas como los gobiernos precedentes.
En un ensayo fundamental para comprender la significación del guadalupanismo mexicano. E. Wolf demuestra cómo el mito del Tepeyac se transformó en un instrumento político mediatizando las antiguas imágenes autóctonas de la Madre Tierra (con sus connotaciones selénicas y de fertilidad) y las ideas revolucionarias. Mediador simbólico privilegiado entre los hombres y las instancias celeste e infraterrestres la Virgen de Guadalupe es definida por Wolf como la "representación colectiva" por excelencia de la sociedad mexicana. Constituida en centro numinoso en el que convergen las alegrías y frustraciones de los mexicanos, Guadalupe-Tonantzin recibe anualmente decenas de miles de peregrinos procedentes de todas las entidades del país, devotas multitudes que acuden en pago de promesas, petición de favores milagrosos y agradecimiento a la atención de ruegos.
Ciertamente, las tumultuosas peregrinaciones al santuario del Tepeyac (en particular las del 12 de diciembre) representan un punto culminante del catolicismo mexicano, configurado con base en singulares concepciones respecto del papel numinoso que desempeñan los santos, las vírgenes y el propio Jesucristo. Sitio de postración dolorosa y desborde festivo; confluencia multicolor y poliforma de indumentarias; ámbito que, a un tiempo, polariza y concierta el dolor y la alegría espacio sagrado en el que convergen instancias lúdicas, políticas, comerciales, abierto a posibilidades múltiples que van de la quiromancia al escarceo amoroso, la Villa ha sido tema acercamientos analíticos desde la perspectiva de las ciencias sociales, la literatura y la cinematografía.
En este orden de ideas tiene particular relevancia referir las conclusiones del estudio que T. Calvo Buezas realizara entre los campesinos chicanos en California. En el capítulo sexto de su revelador libro Los más pobres en el país más rico, al referirse a la marcha que 1966 organizara la Asociación Campesina lidereada por César Chávez, detalla:
Para un militante chicano de la huelga, el caminar por el valle no fue mero truco publicitario [...] sino un verdadero acto religioso [...] y en este peregrinar, dando sentido a la marcha profesional, sobresalen los estandartes del Virgen de Guadalupe que desafía -al decir de un peregrino- la verma esterilidad de la autopista 99 [...]
La significación de la epifanía de Guadalupe en la sociedad chicana trasciende al territorio californiano y él ámbito estricto de las confrontaciones político-sociales. Su fuerza simbólica han marcado la cultura de los chicanos en diferentes planos, y particularmente en la plástica. La mariofanía del Tepeyac se figura de manera sorprendente. Aparece como karateca defendiendo los derechos de los chicanos; transfigurada en hermosa mujer que domina una serpiente, o bien parada sobre el rostro de Emiliano Zapata, rodeada de César Chávez, monumentos arqueológicos mexicanos, el Che Guevara y el logotipo de la United Farm Workers of America (UFW), como se le aprecia en el mural del Parque Chicano de San Diego California. En la ciudad de los Ángeles el culto guadalupano alcanza dimensiones masivas, floreciendo como semilla en el fértil espacio del hogar. Los diarios mexicanos hablaron en diciembre de 1993 de un mural chicano en el que remedando la idea de La Piedad de Miguel Ángel, la guadalupana se figuró sosteniendo a un joven pandillero muerto, víctima de la violencia policíaca. Distantes espacialmente de México, buacando con desesperación un asidero para su identidad discriminada en una sociedad agresiva, brutalmente antagónica y desigual, los chicanos tienen en la Virgen del Tepeyac un referente privilegiado en torno al cual configuran su ordenación social y su valores culturales.
La presencia cotidiana de la devoción popular incorpora con amplitud la condición de deidad sincrética que caracteriza a la advocación mariana del Tepeyac. Remite, desde luego, a las imágenes litográficas que, con fines protectores, los chóferes mexicanos colocan en el interior de sus vehículos, contrapunto ideacional de irresponsables comportamientos en la conducción. También, en su uso como emblema identificativo de clubes, asociaciones, grupos musicales, tiendas, restaurantes, carnicerías, cantinas, farmacias, calles y avenidas , escuelas, sin olvidar los miles de personas y comunidades que llevan su nombre siempre repetido. Así es difícil imaginar un segmento de la compleja cultura mexicana (entendida en toda su intrincada configuración) en el que esté ausente la fuerza simbólica y el sustrato numinoso de la Virgen de Guadalupe. Madre Tutelar de los mexicanos, icono de múltiples valoraciones, síntesis de historia y fe, la imagen venerada en el cerro del Tepeyac p ermitió a los mexicanos como bien lo ha expresado
Guillermo Tovar de Teresa, la fuerza de sublimación necesaria para resolver no sólo un conflicto de identidad, también "la superación de todas las vejaciones y desórdenes del tiempo y los europeos [...]". Por lo mismo más allá de sus connotaciones supuestamente milagrosas, el culto guadalupano debe examinarse en su condición de formidable construcción ideológica sobre la cual ha pendulado la historia mexicana. Obra de hombres al fin, el guadalupanismo mexicano encierra valores de bondad y redención al lado de formulaciones políticas de interés grupal y partidario. Fenómeno social de infinita complejidad en el que la intimidad emocional se articula con los planos regionales en su sentido más amplio.
El proceso de reformulación simbólica de la virgen de Guadalupe en la Historia de México es, ciertamente, paradigmático: de la imagen implantada por la iglesia colonial, pasa a ser la Virgen India, transformándose después en la imagen protectora de los criollos en la lucha independentista y finalmente, en Patrona de México. Posteriormente manejada con habilidad en los más altos planos de la jerarquía se proyectaría como Emperatriz de América. Desde este cuadrante debe entenderse la función que Juan Pablo II le adjudicara en 1979 al "poner en sus manos el futuro de la evangelización de América Latina".
 

Bibliografía Mínima:
Altamirano, I.M. "La Fiesta de Guadalupe", en Paisajes y leyendas. Tradiciones y costumbres de México. México, Porrúa 1974
Báez-Jorge, F. La parentela de María: cultos marianos, sincretismo e identidades nacionales en Latinoamérica. México, Universidad Veracruzana, Xalapa, 1974
Bradling, D.A. Los orígenes del nacionalismo mexicano. México, SEP-Setentas, 1974
Calvo Buenzas. T Los más pobres en el país más rico. Clase, raza y etnia en el movimiento campesino chicano. Madrid Encuentro Ediciones.1981
De la Maza F. El guadalupanismo mexicanismo. Colección Letras Mexicanas. México, Fondo de Cultura Económica SEP 1984.
Lafaye, J. Quetzalcoált y Guadalupe. La formación de la conciencia nacional en México. México, Fondo de Cultura Económica 1971
Navarro de Anda R. "Bibliografía guadalupana" en E. De la Torre y R. Navarro de Anda, comps., Testimonios históricos guadalupanos. México, Fondo de Cultura Económica 1986
Paz O. El laberinto de la soledad México, Fondo de Cultura Económica 1986
Tovar de Teresa G. Pegaso Vuelta Ediciones Heliópolis México 1993
Vargas Lugo, E. Estudios de la pintura colonial hispanoamericana. México, UNAM 1992 Colección 500 años después.
Wolf, E. "The Virgin of Guadalupe: A Mexican 1972 National Symbol" en Lessa, Vogt eds., Reader in Comparative Religion and Anthropological Approach. New York Harper and Row, pp. 149-53