Paz, Octavio.
Revista Vuelta, suplmento extraordinario.
Febrero de 1994, pp C a H.


Chiapas, ¿nudo ciego o tabla de salvación?

He reunido tres artículos sobre la actual situcción política. En realidad son uno solo y revelan una trayectoria y una dirección. Los dos primeros aparecieron en el diario la Jornada. Me pareció necesario publicarlos de nuevo porque son el antecedente del tercero y lo hacen más comprensible. En el último expongo lo que pienso sobre lo que ocurre en estos días.

l. La recaída de los intelectuales

Los sucesos en Chiapas han provocado en México, como es natural y legitimo, inmensa expectación y angustia. También han despertado muchas pasiones dormidas. La inusitada efervescencia que ha agitado a un vasto sector de la clase intelectual mexicana es única y merece un pequeño comentario.

Me refiero no a los intelectuales que trabajan silenciosamente en sus gabinetes o en sus cátedras sino a los que llevan la voz cantante-estrellas y coro-en la prensa. Desde comienzos de enero los diarios aparecen atiborrados de sus artículos y de sus declaraciones colectivas. Hijas de una virtuosa indignación a un tiempo retórica y sentimental, estas ruidosas manifestaciones carecen de variedad y terminan infaliblemente en condenas inapelables. Somos testigos de una recaida en ideas y actitudes que creíamos enterradas bajo los escombros-cemento, hierro y sangre-del muro de Berlín. Las recaidas son peligrosas: en lo físico indican que el cuerpo no ha sanado enteramente, en lo moral revelan una fatal reincidencia en errores y vicios que parecían abandonados. La historia no ha curado a nuestros intelectuales. Los años de penitencia que han vivdo desde el fin del socialismo totalitario, lejos de disipar sus delirios y suavizar sus rencores, los han exacerbado. Docenas de almas pías, después de lamentar de dientes afuera la violencia en Chiapas, la justifican como una revuelta a un tiempo inevitable, justiciera y aún redentora.

Los hechos sociales son complejos. La función del intelectual consiste en esclarecerlos y descifrarlos, hasta donde sea posible. Sólo después del análisis se puede, y aún se debe, tomar partido. Pero muchos de nuestros intelectuales han escogido lo más fácil: juzgar sin oír. Algunos se obstinan en proclamar la espontaneidad de la revuelta. Por lo visto no han oido ni leido a los "comandantes". Lo mismo en sus apariciones en la televisión que en sus comunicaciones a la prensa han declarado una y otra vez que habían preparado su movimiento desde hacía muchos años. Añaden con orgullo que su organización es un ejército, no una mera guerrilla. ¿Qué decir ante estas declaraciones? Pues exactamente lo contrario de lo que han dicho y dicen nuestros creyentes "en la espontaneidad revolucionaria de las masas". Empeñados en lavar a los insurrectos de Chiapas del pecado de "premeditación", no se han hecho la única pregunta que debe hacerse: ¿cómo es posible que nuestras autoridades hayan ignorado que desde hacía mucho se preparaba un movimiento militar en Chiapas? Y si lo sabían, ¿por qué no tomaron a tiempo las medidas del caso? El gobierno ha dado a estas preguntas una respuesta tardía y poco convincente. Su responsabilidad es grave e inocultable.

Otros oráculos afirman que la revuelta es puramente indígena. Es una idea que comparten algunos despistados periodistas extranjeros. Basta haber visto y oido a los "comandantes" en la televisión para darse cuenta de que ni por su lenguaje ni por su aspecto son indígenas. Y sobre todo: el programa y las ideas que exponen en sus dos manifiestos y en sus boletines de prensa, desmienten esa pretensión. Entre los dirigentes algunos son ideólogos y adeptos de esta o aquella doctrina, del maoismo a la teología de la liberación. Aclaro que no incurro en el simplismo de atribuir el alzamiento únicamente a la influencia de un grupo de ideólogos y de militantes. No cierro los ojos ante la miseria y el desamparo de las comunidades indígenas. Cambian los sistemas políticos y los económicos, unos suben y otros bajan, gobiernos van y gobiernos vienen, pasan los años y los siglos, pero nadie los oye ni escucha sus quejas. La elocuente carta que el 18 de enero envió el "subcomandante" Marcos a varios diarios, aunque de una persona que ha escogido un camino que repruebo, me conmovió de verdad: no son ellos, los indios de México, sino nosotros, los que deberíamos pedir perdón. Como se ve, tampoco cierro los ojos ante las responsabilidades de nuestras autoridades-especialmente las de Chiapas-ni ante las no menos graves de las egoistas y obtusas clases acomodadas de esa rica provincia Esta responsabilidad se extiende, por lo demás, a toda la sociedad mexicana. Casi todos, en mayor o menor grado, somos culpables de la inicua situación de los indios de México pues hemos permitido, con nuestra pasiviliad o con nuestra indiferencia, Las exacciones y los abusos de caletaleros, ganaderos, caciques y políticos corrompidos.

Dicho esto, hay que agregar otras causas que escapan a esa moral, fácil y esquemática, que busca a toda costa responsables que enjuiciar y culpables que castigar. No es el momento de examinarlas; para aquéllos que quieran enterarse a fondo, recomiendo el extenso, sereno y bien informado artículo de Arturo Warman en La Jornada del 16 de enero. Para mis propositos, es suficiente con decir que unas causas son históricas y otras contemporáneas las primeras se remontan no sólo a la Conquista y a la Colonia, sino más atrás, al mundo mesoamericano (por ejemplo: el estado de guerra perpetua de la sociedades precolombinas). Las contemporáneas: la caida de los precios del café, la inmigración de los campesinos de otras regiones, las sucesivas oleadas de refugiados guatemaltecos y, en fin, la plaga mayor de México, la gran piedra que tiene atada al cuello: la explosión demográfica. En Chiapas, según parece, la tasa de crecimiento de la población ha sido, durante los últimos años, superior al cuatro por ciento anual, una de las más altas del mundo.

Nuestros intelectuales han decidido ignorar todo esto. ¿Por qué? Muchos por obcecación ideológica y por espíritu de partido; otros por una operación de transferencia psicológica, bien conocida de los psicoanalistas, que consiste en proyectar nuestros sentimientos de culpa sobre cualquier chivo expiatorio ad hoc (papá, maestro, gobierno); otros por cálculo: siempre reditua afiliarse a una "buena causa" y usarla como un trampolín publicitario; y otros más por una mezcla indefinible y explosiva de buenos sentimientos y malas razones. No ha faltado quién haya equiparado las acciones del ejército mexicano con las de los norteamericanos en Vietnam, como si Chiapas fuese un territorio ocupado. Una caricatura de La Jornada comparó un ataque aéreo en las montanas con el bombardeo nazi de Guernica. Cierto, a pesar del reducido número de bajas que confiesan ambas partes, es muy posible que se hayan cometido abusos. Sabemos lo que son los ejércitos y lo que son los hombres. Hay que denunciar y condenar esos abusos. Pero también sabemos a que excesos puede llevar la pasión partidista. Moliere habría saludado con una sonrisa de conocedor el espectáculo de tantos moralistas, con los ojos en blanco y los brazes alzados al cielo, denunciando a gritos al Ejercito: ¡genocidio! ¿Han olvidado acaso el significado de las palabras?

En la historia de las obsesiones colectivas (los antiguos las llamaban, con más propiedad, manías y furores) las recaídas, como su nombre lo indica, son cíclicas. A la manera del ir y venir de un péndulo, algo nos lleva a repetir una y otra vez las mismas faltas. Así, no es extraño que estos guardianes de la moral pública sean los mismos que durante años y años callaron y no pocas veces aplaudieron las atrocidades de los Mao, los Brejnev y los Castro. Los mismos que apoyaron de palabra e incluso de obra a los tupamaros de Uruguay y a los montoneros de Argentina, a los sandinistas de Nicaragua y a los guerrilleros de El Salvador. Sus fantasmas juveniles regresan, encarnan en los "comandantes" de Chiapas y los llevan a repetir los viejos dislates y las culpables complicidades. Han olvidado, si alguna vez la aprendieron, la terrible lección de la guerrilla latinoamericana; en todos los países, sin excepción, ha sido derrotada, no sin antes arruinar a esas desdichadas naciones y no sin provocar la instauracion de regimenes de fuerza. ¿Esto es lo que quieren para México?

18 de enero

2. Incertidumbre y perspectivas

Ni por su poderío militar ni por su ideología el movimiento de Chiapas puede triunfar. En cambio, si puede ensangrentar a esa región, arruinar la economía del país dividir a las conciencias y, en fin, dar un golpe mortal a nuestro incipiente y debil proceso democrático. Pero los hechos sociales, debo repetirlo, son complejos, dobles o triples. Es imposible ignorar la otra faz de la revuelta de Chiapas: las iniquidades que denuncian las comunidades indígenas de Chiapas son bien reales y justas la mayoría de sus demandas. Por esto sostuve desde el principio que "en todos los casos el gobierno mexicano debe preferir el diálogo al uso de la fuerza. Pacificar con la razón es mejor que vencer por las armas. Esto es lo que intenta hoy el presidente Salinas. Nombró secretario de Gobernación a un universitario respetado, el jurista Jorge Carpizo; ordenó el cese unilateral del fuego; designó Comisionado para la Paz y la Reconciliación a una personalidad política, el apto y flexible Manuel Camacho, que se ha distinguido por su capacidad de negociador; y hace unos días pidió al Congreso aprobar una Ley de Amnistía. La opinión pública ha aplaudido estas medidas. También ha saludado con esperanza el nombramiento de Manuel Camacho. Todos le reconocemos las cualidades indispensables para llevar a buen término su ardua empresa. Ha comenzado con un acierto: asociar en sus gestiones al obispo Samuel Ruiz, prelado influyente y querido en sus diócesis.

A nadie se le ocultan las dificultades de la futura negociación. La primera se refiere a los interlocutores: ¿quiénes son? Uno de los misterios de la situación actual (y no es el único) es la identidad de los dirigentes de la revuelta hasta ahora se han presentado con nombres ficticios y el rostro cubierto por un pasamontañas. Pronto los conoceremos: no es verosimil que las negociaciones se lleven a cabo entre enmascarados. Aunque es total nuestra ignorancia acerca de sus personas, sabemos por lo menos que la dirección es colectiva. Probablemente está compuesta por dos grupos distintos: Los &laqno;comandantes» y los representantes de las comunidades campesinas que forman el movimiento. Estos últimos representan a grupos étnicos muy celosos de su historia y de sus tradiciones particulares. Así, la primera dificultad para entablar el diálogo consiste, por una parte, en la diferencia de objetivos y puntos de vista entre los &laqno;comandantes» y los dirigentes indígenas; por la otra, en la diversidad de móviles e intereses de las distintas comunidades. Cada colectividad humana es el teatro de la lucha entre tendencias, intereses y grupos; el movimiento de Chiapas no es una excepción y en su seno existen oposiciones y diferencias. Cualquier análisis de la situación debe tener muy en cuenta esta c¦rcunstancia.

Seguramente los dirigentes superarán, en el primer momento de la negociación, sus diferencias y presentarán una lista o pliego de temas, condiciones y demandas.

Aquí interviene la gran pregunta: ¿qué puede negociarse? Los dos manifiestos del movimiento se refieren, en primer lugar, a ciertos objetivos nacionales (libertad, democracia) y, enseguida, a las demandas locales de las comunidades indígenas. Me parece que en el segundo punto el acuerdo puede ser rápido. El gobierno acaba de crear una comisión nacional, en la que participan personas sin partido y miembros de la oposicion, encargada de diseñar un programa que, a corto y a largo plazo, mejore las condiciones de los grupos indígenas. Si el gobierno oye las demandas de las comunidades, como parece que está decidido a hacerlo, se habrá iniciado el proceso de una inmensa reparación histórica. Pero los dos manifiestos contienen también, como ya señalé, un programa político nacional que entraña una verdadera subversión del orden actual: la destitución del gobierno y el nombramiento de un gobierno provisional encargado de convocar a nuevas elecciones. Es claro que estas demandas no son ni negociables ni discutibles. Aceptar siquiera su discusión equivaldría a una rendición de facto.

Ignoro cuáles podrían ser las demandas negociables de los insurrectos. Supongo que, si el viejo demonio de la desmesura no los ciega, sus demandas serán más realistas que las que figuran en sus manifiestos y en las declaraciones que han hecho a la prensa varios comandantes, mayores y capitanes. De paso: para ser oficiales de un ejército, esos militares son más bien locuaces y no se recatan en exponer puntos de vista contradictorios. A pesar de esta diferencia de opiniones, en los documentos que han publicado proclaman que luchan por la libertad y la democracia. Me parece que aquí podría encontrarse el comienzo de un entendimiento. Hay un punto en el que coincidimos la gran mayoría de los mexicanos la aspiración democrática. Ahora bien, al tratar este tema y otros parecidos, el Comisionado deberá tener en cuenta un principio de orden general: el movimiento representa únicamente a grupos (¿mayoritarios?) de cuatro municiplos de Chiapas. En consecuencia, no es ni puede ser el vocero de una nación de 90 millones de habitantes. La política nacional es un tema que compete a todos los mexicanos y que debemos discutir entre todos. Se trata de un principio básico, de un derecho irrenunciable que debemos defender a toda costa.

En general, las negociaciones de esta índole son largas y con frecuencia duran años. Ejemplos recientes: El Salvador, Guatemala y, en otros continentes, Israel y los palestinos, Gran Bretaña y los católlicos irlandeses, el gobierno español y la ETA. Pero nosotros tendremos elecciones el próximo mes de agosto. La revuelta comenzó precisamente en el momento en que se iniciaba la campaña electoral. Esta circunstancia es lo que vuelve angustiosa la situación actual. Nuestra democracia está en pañales y la afean muchos vicios. Unos son imputables a la larga y antinatural hegemonía del PRI; otros son de orden histórico. La democracia, no me cansaré de repetirilo, es ante todo una cultura: algo que se aprende y se practica hasta convertirse en hábito y segunda naturaleza. Algo que todavía no acaban de aprender ni el gobierno ni los partidos de oposición, ni la mayoría de nuestros conciudadanos. En nuestro país nadie se resigna a perder. No obstante, a pesar de todos sus defectos, a veces cojeando y otras a trompicones, a gritos y porrazos, la dernocracia mexicana comienza a cobrar realidad. La revuelta de Chiapas ha introducido en nuestra vida política el espectro de la ingobernabilidad. Un espectro que podría convocar a otro espectro no menos ominoso: el de la fuerza. En esto reside el peligro de la situación.

Los próximos meses van a poner a prueba a nuestros políticos, a nuestras instituciones y al país. Si las negociaciones se rompiesen, se estancasen o se prolongasen con largas y acerbas discusiones, el proceso electoral se nublaría. Y los nublados se transforman a veces en tormentas. Así, es imperativo que ni el gobierno ni los partidos pretendan aprovechar en beneficio propio los incidentes y dificultades que se presenten. Los intereses generales de la nación están antes que los de los partidos. Hace una semana se celebró una nutrida manifestación, a la que asistieron connotados dirigentes del PRD y muchos de los escritores que derraman su tinta y su furia en los diarios capitalinos. El lema de esa manifestación era ¡Alto a la masacre! Consigna inadmisible: ese mismo día el presidente Salinas había ordenado el cese del fuego. Esta clase de golpes bajos debe cesar. De lo contrario, nos aguardan días aciagos.

Desde su nacimiento como país independiente, México ha estado amenazado por la ingobernabllidad y por su remedio bárbaro: la dictadura. Al presidente Calles se le ocurrió una solución intermedia y en 1929 fundó el Partido Nacional Revolucionario, que hoy se llama PRI. Fue una solución que no era enteramente democrática ni totalmente autoritaria Para nadie es un secreto que el PRI ha cumplido ya su función estabilizadora y que hoy debe convertirse en un partido como los otros o desaparecer. Vivimos en un periodo de transición hacia la democracia. Por causas que no puedo exarninar aquí (he tratado el tema en otros escritos) nuestra transición, al revés de la de España, ha sido demasiado lenta, con muchos tropiezos y recaidas. También con avances innegables. Las condiciones de hoy no son las de hace quince o diez años. De pronto, en el extremo sur, irrumpe la revuelta de Chiapas. Cualesquiera que sean las causas que la han originado (y ya dije que algunas son legítimas) su significado es claro: es un regreso al pasado. Ese movimiento militar abre la puerta al caos que vivieron y sufrieron nuestros padres y nuestros abuelos. Para cerrarle el paso al monstruo doble-el caos y su corolario, la fuerza- el remedio también es doble: la negociación, que debe llevarse a cabo con generosidad pero asimismo con firmeza, y una acción paralela y pacífica de todos los mexicanos, que asegure el tránsito definitivo hacia la democracia. Tenemos que proponernos, como meta común, realizar unas elecciones de tal modo limpias que resulten inobjetables para todos. Los otros programas políticos y sociales deberán pasar a segundo plano. Nuestro país es muy viejo y muy joven, es uno y es múltiple. Hoy tiene que reunirse consigo mismo, sin sacrificar a sus tradiciones ni a su diversidad, para dar el salto y penetrar al fin en el mundo moderno. No es el paraiso: es la historia, el lugar de prueba de los hombres y las naciones.

21 de enero

 

3. El nudo se deshace o ahoga

Aún no comienzan las negociaciones entre el gobierno y los insurgentes, aunque ya se han iniciado las primeras pláticas. Deben continuar. Todos debemos esforzarnos para que esas conversaciones no se estanquen, se desvíen o se conviertan en una disputa estéril. El primer paso tiene que ser la determinacion de los puntos y temas del debate. A pesar de que aún no conocemos la lista de los temas, podemos adelantar ciertas cosas. Pensamos que las demandas legítimas de las comunidades deben satisfacerse. No se nos ocultan las dificultades: es imposible reparar en un mes males de siglos. Pero si pueden echarse los cimientos y comenzar de la única manera digna y eficaz: dando a las comunidades indígenas los recursos y las posibilidades de llevar a cabo, ellas mismas, sin paternalismos, esa obra gigantesca de redención y liberación que las saque de su miseria. En cuanto a los temas nacionales, tales como las próximas elecciones y el tránsito hacia la democracia: no es inútil repetir que son de la competencia de todos los mexicanos y no de éste o de aquel grupo. Los insurrectos, según ellos mismos lo han reconocido en un reciente comunicado, representan apenas una fracción de la opinión nacional. Como mexicanos que son, tienen derecho a participar en el debate sobre estos asuntos, pero la decisión última no les corresponde ni a ellos ni al gobierno sino a todos los mexicanos.

El conflicto de Chiapas tiene dos aspectos: uno, regio nal, que pertenece a la historia y al presente de esa entidad; otro, nacional. Los dos aspectos son distintos y, al mismo tiempo, inseparables. No se les puede considerar aisladamente. Otro tanto ocurre con la cuestión de la paz: es una y doble. Es indudable que la sublevación en los cuatro distritos chiapanecos afecta radical y substancialmente al proceso nacional de transición democrática; asimismo, la evolución de ese proceso influye poderosamente en el regional y en su posible resolución. Son problemas diferentes y, sin embargo, íntimamente ligados. La solución del primero será ilusoria si no se resuelve el segundo; y viceversa. Son como los dos polos de una esfera el movimiento de uno entraña el del otro. Así pues, la tentativa por resolver uno sin tocar el otro -por ejemplo, la cuestión local sin impulsar y profundizar el proceso democrático-no sólo está destinada a fracasar sino que nos llevará a un callejón sin salida. Todos perderíamos, salvo la violencia. En política, como en matemáticas, las soluciones mejores son las elegantes, es decir, las más simples. El habilidoso se atrapa en los hilos de su astucia; la rectitud, en cambio, no está reñida con la eficacia.

Las dificultades a que se enfrenta la solución del conflicto de Chiapas son dobles. Unas son de orden histérico y cultural; otras, político. Me referiré en seguida a las primeras. Las comunidades indígenas han conservado mucho de sus culturas tradicionales, pero nadie piensa, salvo excéntricos como el novelista Lawrence y algunos antropólogos descarriados, en una resurrección de los antiguos dioses. El cristianismo, sobre todo en la forma del catolicismo romano, es la religión de los indígenas de Chiapas. Se me dirá que estamos ante una versión peculiar, sincretista, del catolicismo. Es verdad, ¿pero no son también sincretistas muchos de los rasgos del catolicismo romano, como el culto a los santos? Sobre este punto una plegaria de Juan Pérez Jolote, hoy muy citado, es un testimonio inequívoco: "Santa tierra, santo cielo. Dios señor, Dios hijo, Santa Tierra... Gran Hombre, gran Señor, gran Padre, gran Petome... por mi incienso, por mis velas, espíritu de la tuna, virgen madre del cielo, virgen madre de la tierra, Santa Rosa, por tu primer hijo, por tu primera gloria, ve a tu hijo estrujado en su espíritu, en su chumel."

¿Cómo la cultura de los indios chiapanecos puede traducirse a la modernidad? ¿Y cómo esa cultura puede insertarse en la moderna cultura mexicana? El problema es inmenso; no pretendo, no digamos ya resolverlo, sino siquiera plantearlo en todos sus términos. Baste con recordar que, en el siglo XVI, la respuesta de los misioneros fue insertar la singularidad india en la matriz del catolicismo romano y que, en los siglos XIX y XX, los liberates de 1857 y los revolucionarios de 1917, adoptaron de nuevo, frente a la peculiaridad india, otro universalismo: la república laica y democrática. El mestizaje cultural ha sido la respuesta de México a la singularidad india, lo mismo en el XVI que en la época moderna. El elemento indígena está en todos los dominios de la cultura y la vida mexicana, de la religión a la poesía, de la familia a la pintura, de la comída a la cerámica. Pero sería mucho olvidar que nuestras ventanas hacia el mundo-mejor dicho: nuestra puerta-son el idioma español y las creencias. instituciones, ideas y formas de sociabilidad transplantadas a nuestras tierras durante el período novo-hispano. Hoy se habla de multiculturalismo pero ¿qué se quiere decir con esta palabra? En los Estados Unidos posee un sentido preciso: ¿lo tiene en México?

En términos económicos, sociales, jurídicos y políticos, la solución del conflicto de Chiapas es mucho mas fácil. Ya he dicho varias veces que las demandas de las comunidades me parecen, en lo esencial, legítimas. Hay que satisfacerlas. Observo de paso que esas demandas se inscriben dentro de las coordenadas políticas, jurídicas y sociales del México moderno, una nación que ha hecho suya gran parte de la herencia cultural e histórica de occidente. Sobre esto no es impertinente recordar que uno de los fundamentos histéricos y jurídicos del movimiento zapatista-me refiero al original-eran los títulos de propiedad otorgados a los pueblos por la Corona española. En cuanto a las negociaciones: en un artículo anterior me he refendo a ciertas dificultades que, presumo, experimentan los insurrectos. Estas dificultades, a mi juicio, pueden reducirse a dos puntos. El primero: la diferencia de intereses, perspectivas, finalidades e incluso lenguaje entre algunos dirigentes de extracción urbana y las de los líderes indígenas. El segundo: las divergencies tradicionales entre las distintas comunidades indias. Un comunicado reciente de la comisión de obispos ha confirmado mi diagnóstico ¿Cuáles son esas presumibles diferencias? Aunque las desconozco, no es dificil ádivinar su naturaleza. A los campesinos deben preocuparles sobre todo los problemas de la tenencia de la tierra y otros conexos (refacciones, libertades municipales, fin del caciquismo, educación, salud, etc.), mientras que para los dirigentes de extracción urbana, los temas de política nacionai tienen que ser los primordiales. ¿Esas diferencias son insuperables? No lo creo. En todo caso, lo sabremos pronto. Las negociaciones no pueden seguir siendo un diálogo con encapuchados, como si leyésemos una novela gótica.

En el otro lado hay también divergencias y discrepancias. Es un secreto a voces que tanto en el PRI como en el gobierno y en el ejército hay muchos partidarios de la mano dura. Falso realismo, miopía histórica e insensibilidad política. El uso de la fuerza, aparte de provocar la indignación nacional e internacional, engendraría desórdenes y luchas que, no exagero, llegarían a poner en peligro a la integridad del país. ¡Ay de México si esa gente se saliese con la suya! Otros grupos, duchos en las intrigas de antesala, ven con inquietud y temor la labor del Comisionado para la paz y la reconciliación, Manuel Camacho. No se atreven a confesarlo pero, en el fondo de su alma, desearían que fracasase. Extraordinario error de cálculo. Es claro que los insurrectos trataran de utilizar las dicisiones en el seno del gobierno, aumentando sus exigencias y endureciendo sus posiciones. Es inaudito que los estrategas de salón no se den cuenta de que debilitar al comisionado es fortificar a los insurgentes. Tampoco parecen comprender que el fracaso de la negociación provocaria el caos y, probablemente, la vuelta a la manu militari. Finalmente, en la oposición, en el bando de la izquierda, también hay obstinados que ven en la prolongación del conflicto el comienzo de grandes trastornos populares que al fin lograrían, de un solo manotazo, derribar el vacilante edificio del sistema político que nos rige... Todas estas amenazas no deben desanimar a la opinión mayoritaria. Sería suicida ahogar en su cuna a la negociación. Con la única arma de que disponemos: la acción pacífica, debemos convertir a la negociación por la paz en un imperativo nacional. Se ve ahora con toda claridad la relación íntima entre el regional de Chiapas y la democracia. Sin libertades democráticas será imposible la acción popular, no-partidista, en favor de un acuerdo. A su vez, sin un acuerdo en Chiapas, el proceso democrático sufriría una herida de muerte.

Escribo el 5 de febrero. Si se piensa en el tiempo transcurrido desde el comienzo del conflicto-un mes apenas-me parece que se han hecho avances considerables: la suspensión unilateral del fuego seguida del cese de las hostilidades; la amnistía; la decisión de los insurgentes de aceptar el diálogo e iniciar las conversaciones. A todo esto hay que agregar un hecho fundamental y que puede ser un paso decisivo hacia una nueva epoca en nuestra historia: la firma, por los ocho partidos nacionales y sus candidatos a la Presidencia de la República, del "Compromiso para la paz, la democracia y la justicia". Entre los firmantes del pacto están los tres partidos más importantes del país: el PAN, el PRI y el PRD. Los tres, así como los otros partidos, merecen el reconocimiento nacional.

El Compromiso es la respuesta adecuada a la pregunta que, desde hace meses, se hace la mayoría de los mexicanos: ¿tendremos en agosto de 1994 unas elecciones limpidas? Es bueno citar las palabras de Jorge Carpizo, Secretario de Gobernación, ante quien se firmó el documento: "México necesita que la elección federal de 1994 sea imparcial, transparente, creíble, objetiva y aceptable por la sociedad y las organizaciones políticas". La firma del pacto es el primer paso en esa dirección. De ahí la importancia de Lls estipulaciones destinadas a asegurar una elección imparcial. La primera indica que el nombramiento de las autoridades electorates será hecho por consulta y consenso entre las fuerzas políticas. Avance enorme. También son un gran avance las relativas a la confiabilidad en el padrón electoral y a la equidad en el uso de los medios de comunicación. En efecto, es urgente definir y reglamentar el derecho a la información.

Los firmantes reconocen que "el asunto más importante para el país es el restablecimiento de una paz justa y duradera". Agregan que, para lograrla, "una condición necesaria es que avance la democracia con la realización de una elección imparcial en 1994 y que resulte aceptada por los ciudadanos y las fuerzas políticas de México". No hemos dicho otra cosa: la solución del conflicto de Chiapas esta íntimamente asociada al proceso democrático y especialmente a las elecciones nacionales de 1994. Entre los acuerdos básicos hay uno que tiene relación estrecha con la situación chiapaneca "facilitar que aquellos que hayan optado por el enfrentamiento, se sumen al proceso de transformación de la vida política de nuestro país". Es preciosa entre todas la parte final de esta declaración: en ella los partidos políticos, inclusive el PRI, reconocen que México vive un período de transformación de su vida política. Si ese proceso se detuviese, la incompleta modernización de México se convertiría, una vez más, como en los siglo XVIII, XIX y XX, en una quimera, un sueño de verano. Ya sabemos que la modernidad es un beneficio ambiguo; para convencerse basta con ver lo que ocurre en los Estados Unidos y en Europa. Pero es inevitable. Y la moderoidad pasa por la democracia

A 5 de febrero

Postcriptum

El pacto que han firmado los partidos políticos es una declaración de principios. Ahora falta lo más importante: cumplirlos. La inquietud es legítima. El mismo día en que se daba a conocer el pacto, el Presidente Salinas, en la oficina de su investidura y ante el Secretario de Gobernación y el Presidente de la Corte -funcionarios que por mandato constitucional están por encima de los partidos y que, por definición, se reputan imparciales-reiteró su apoyo al candidato del PRI. Fue un acto partidista que contradecía a la letra y al espíritu del pacto. Ayer, en una reunión pública, el candidato del PRD, con expresiones vehementes, pidió que "hasta que se celebren elecciones en agosto y asuma el gobierno un Presidente legítimamente elegido por el pueblo mexicano, el Titular del Ejecutivo se limite al despacho de los asuntos corrientes". Es decir, pidió que el señor Salinas dejase de ser Presidente. Coincidencia inquietante con el primer manifiesto de los insurrectos. ¿Connivencia o imprudente desplante oratorio? No sé. Pero la manera más segura de abrir la puerta a la violencia general sería la salida o la neutralización del Presidente. Es indudable que estas divergencias ejercen una influencia negativa en las apenas iniciadas negociaciones de Chiapas. Sabemos que los insurgentes se nieguna dejar las armas, de modo que la amnistía se aplaza sine die. ¿Qué pedirán mañana? Sería funesto comenzar las pláticas en estas condiciones. Si el gobierno y los partidos-en este caso el PRI y el PRD regresan a sus posiciones tradicionales y a su intransigencia, se habrá dado un paso más hacia el precipicio. Tal vez el paso definitivo. Hay que evitarlo, hay que volver al "Compromiso para la paz, la democracia y la justicia". Es la vía de salvacion. La responsabilidad del gobierno y de los partidos es cumplir el pacto; la nuestra, la de los ciudadanos: obligar al gobierno y a los partidos a cumplirlo.

A 6 de febrero