ORO Y PLATA EN EL PERÚ DE LA CONQUISTA

 


Llamas acarreando la plata de Potosí [1]

 

 

8.- El cambio de la economía.

 

         Esa época en que se jugaban a los naipes los tesoros del templo del sol y se herraban los caballos con plata terminó pronto.  Los españoles que optaron por quedarse en el Perú, así como en otros lugares de Indias,  se comenzaron a asentar en lo que se dirigía a ser una economía diversificada y autosuficiente, cuasi medieval, basada en el trabajo de la tierra y la cría de ganado que hubiese podido alcanzar lentamente un equilibrio, pero acontecimientos inesperados hicieron que el Perú se convirtiese a una economía extractiva, moderna, basada en la minería de plata y su exportación.

 

         Una serie de descubrimientos coincidentes en la década de 1540 hicieron cambiar las expectativas de los europeos en el Nuevo Mundo.  En 1545 se descubrió en Las Charcas la rica mina de plata de Potosí, cuya fama y producción  hizo que Carlos V no dudase en otorgarle a la ciudad que creció a su alrededor el título de Villa Imperial.  Al año siguiente encontraron una mina rival, aunque no tal rica en Zacatecas, Nueva España.  Estaba terminado el ciclo del oro y se iniciaba el de la plata.

 

         Los lavaderos de oro de las yungas fluviales, especialmente en el actual Ecuador y en Colombia, más algunas minas en las estribaciones de los Andes orientales peruanos en Chachapoyas y Huánuco, siguieron produciendo gran parte de la riqueza minera, y hasta 1548 el valor del oro extraído equivalía al 98%  de los metales preciosos del reino, pero a partir de 1549 este se redujo hasta llegar, en poco tiempo, a sólo el 15%  del valor de la producción total, destacando, a partir de entonces la plata como metal de tesaurización.

 

         Los ingresos de plata no pudieron haber sido más oportunos para la corona española, ya que si hasta 1544 las minas argentíferas alemanas, pertenecientes a los Habsburgos habían producido el cuádruple de todo ese metal llegado de América, en el período que va entre 1544 y 1550 la producción de estas había caído considerablemente, disminuyendo el volumen de plata que entraba al mercado europeo, lo cual, sumado a los volúmenes de oro transahariano llevado por los portugueses y el oro de América que transportaban los españoles, proveniente de lavaderos, templos y tumbas, hizo que la relación oro-plata descendiera hasta llegar a 1:10 o 1:11, elevándose así el valor relativo de la plata frente al oro.

 

         Una plata cara hizo entonces que se justificasen largamente los esfuerzos hechos en América para explotar los yacimientos y que se pagasen los altos fletes impuestos por la distancia entre los dos continentes. Las autoridades, por su parte, no dudaron en dar todas las facilidades para que se trabajase en los ricos filones de plata peruana.

 

          La plata, sin embargo, no era tan fácil de extraer como el oro, y fue necesario formar empresas para este fin.  Inicialmente los propietarios españoles de las minas se contentaban con entregar las vetas a especialistas indios que utilizaban sus técnicas de cateo y fundición, y eran asistidos por mano de obra muchas veces alquilada, pero por lo general relacionada al entorno familiar.  Así, esos mineros andinos producían las barras de plata fundiendo el metal en sus hornillos de cerámica con agujeros que llamaban "guairas", que alimentaban con "ichu" o pasto de las punas, con los líquenes de la región y con estiércol de llamas.  Estas guairas eran colocadas en la parte alta, entre los cerros, para aprovechar que los ventisqueros sirviesen de sopletes.

 

         Mientras se extrajeron los minerales de alta ley, el sistema tradicional andino  de las guairas funcionó muy bien, pero al poco tiempo la ley de los minerales había descendido de 30 marcos por cajón a tres marcos por cajón, lo cual, sin importar en este caso los equivalentes de pureza ni ponderales, nos hace notar la tremenda disminución sufrida.  De otro lado la caída demográfica sufrida en los Andes, cuya población para 1570 había quedado reducida a la mitad de la existente al momento de la invasión europea, suponía también un problema grave para la producción minera puesto que los sobrevivientes preferían dedicarse a su actividad tradicional, la agricultura.

 

         Aunque la agricultura fue postergada en las regiones mineras de las Indias, esta no fue totalmente abandonada por los españoles.  En el Perú no hubo productos agrícolas que por su valor justificasen los fletes y por sus características resistiese el transporte, como las materias tintóreas de Centro América y México por ejemplo, pero a medida que las ciudades y los centros mineros fueron creciendo, requirieron cada vez más de los campos circundantes o alejados para alimentar a sus poblaciones.  El caso de Potosí es especialmente interesante ya que en 1611 llegó a albergar unas 150,000 personas, equiparándose y superando en muchos casos a las grandes metrópolis europeas. [2]

 

         Al inicio de la ocupación española la Corona apoyó el cultivo de la vid, del olivo y del trigo en América, pero no demoró en cambiar de política respecto a los dos primeros productos porque se hizo patente que las industrias de vino y aceite locales significaban una dura competencia a sus equivalentes peninsulares.  La producción y el tráfico interno pudo, sin embargo, continuar especialmente por el Pacífico, entre los virreinatos del Perú y de Nueva España, a pesar de las prohibiciones y de los controles.

 

         Al tiempo que se enfrentaban los mineros a la realidad de los minerales menos ricos y la dificultad en el reclutamiento de mano de obra, un metalurgista traído de México, Pedro Hernández de Velasco, logró aplicar en el Perú el sistema de amalgama con mercurio para conseguir una más eficiente extracción de la plata. Luego de unos resultados positivos conseguidos en Huamanga en 1572, se abocó Hernández de Velasco a adaptar el sistema a las condiciones del altiplano, logrando dos años más tarde implementarlo definitivamente. El sistema consistía en mezclar una cantidad de mercurio traído de las minas de Huancavelica en el Perú, de Almadén en España o de Idria en los Balcanes, con mineral de plata pulverizado en molinos de agua y agregarle sal y limaduras de hierro y plomo.  La mezcla se dejaba descansar un tiempo y luego se procedía a lavar los barros, quedado sólo el mineral amalgamado con el mercurio, el cual se separaba por medio de evaporación.

 

         Cada día se hizo más notoria la falta de mano de obra que trabajando en el frente de la mina pudiese abastecer los requerimientos de los molinos de la ribera y de los patios de amalgama, y esto impulsó al virrey Francisco de Toledo a introducir un sistema de trabajo forzado a la población andina, la "Mita", argumentando que este había sido el sistema empleado en el estado Inca.  La mita española en realidad no tenía otra relación con la mita andina que el nombre puesto que aunque ambas implicaban un trabajo por turnos, en tiempos prehispánicos la mita había consistido un trabajo de participación voluntario que realizaban los miembros de un Ayllu por su comunidad, sus jefes y sus dioses, mientras que en la mita española el trabajo era forzado y realizado sólo para el beneficio del colono español.

 

         En 1572 se estableció la Casa de Moneda de Potosí como resultado del traslado que se hizo de la de Lima que había sido fundada en 1568 pero que resultó ineficiente entre otras razones por no contar con las pastas de plata suficientes.  Los minerales de la mina de Potosí inicialmente habían sido transportados hasta la costa en forma de barras para despacharlos a la metrópoli por la ruta de Panamá, pero con el establecimiento de la ceca se empezaron a acuñar monedas localmente con parte de esas barras, lo que facilitaba su envío a la península y que además permitía a las autoridades cobrar, además del Quinto Real y otros derechos propios de la extracción y fundición de metales, el real de señoreaje que se pagaba por cada marco de plata acuñado, y que correspondía al Soberano por dar su autorización para producir monedas.

 

         Los vinos y el aceite no fueron las únicas industrias que se desarrollaron en el virreinato. En la costa y la sierra se establecieron obrajes textiles que, usando algodón los primeros y lanas los segundos, pudieron surtir de telas a todo el reino, resultando ser una alternativa barata a los paños de Francia y Flandes. Estos obrajes llegaron a producir tejidos de excelente calidad aún cuando su desarrollo fue también limitado para evitar la competencia con las importaciones.

 

         En el puerto de Guayaquil, al norte del virreinato, se desarrollo un importante centro de construcciones navales que utilizó las maderas de la región para con ellas construir los cascos, castillos y mástiles de los navíos.  De Santa Elena se llevaba la brea para calafatear las embarcaciones y con las telas de los obrajes de Quito se producían las velas.  Estos astilleros permitieron la articulación comercial entre los puertos del Pacífico, teniendo como centro a Panamá.

 

         Se comenzaron estas notas en Panamá con Panquiaco informando a Pizarro sobre las riquezas del Perú, y se terminan en Panamá pues era allí donde se producían los intercambios comerciales entre el virreinato peruano y España.  Los metales llevados de Lima, Potosí y otros puntos del territorio desembarcaban en Panamá y eran transportados hasta el otro lado del istmo hasta Portobelo, célebre por sus ferias.  Allí, en la costa del Caribe peruleros y peninsulares intercambiaban sus cargas, y luego, mientras que los españoles regresaban a Europa con algo de oro y mucha plata, los comerciantes del Perú volvían portando ruanes y tafetanes, clavos y perfumes y muchos otros productos, sabiendo desde ya, que podrían venderlos a buenos precios.    

 

 

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[1].- Llamas acarreando la plata de las minas de Potosí a la costa, con escolta armada, por los antiguos caminos de los incas. Grabado recogido del libro "Americae" de Théodore de Bry's (1602), sección de libros raros de la Biblioteca Pública de New York .

[2].- Varón, Rafael.  Minería colonial peruana: Un ejemplo de integración al sistema económico mundial.  Historia y Cultura. Revista del Museo Nacional de Historia. Lima, 1978. N° 11.